Es rico, guapo, abiertamente gay, exejecutivo de Goldman Sachs y armador. Hace cuatro semanas, pocos en Atenas habían oído hablar de Stefanos Kasselakis. Pero, como ha demostrado este empresario grecoamericano, un mes es mucho tiempo en política.
Desde que anunció inesperadamente su candidatura para liderar el partido de izquierdas Syriza, el principal partido de la oposición griega, este outsider de 35 años ha irrumpido en la anquilosada escena política del país de un modo que pocos podrían haber imaginado. Lo que antes podía parecer descabellado –un hombre de negocios estadounidense liderando una fuerza radical– se ha hecho real.
En la segunda vuelta celebrada el domingo, Kasselakis obtuvo más votos que Efi Achtsioglou, exministra de Trabajo, la primera mujer que competía por el puesto y, hasta hace poco, la favorita. Kasselakis considera esa victoria un primer paso para derrotar al primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, gracias a sus “mejores conocimientos de inglés y de finanzas y negocios”, transformando el partido en una formación 'atrapalotodo' al estilo estadounidense.
El escritor progresista Dimitris Psarras dice que muchos miembros de lo que una vez fue una alianza de marxistas-leninistas, excomunistas, ecologistas y socialdemócratas temían el resultado. “Es como si Netflix hubiera llegado, se hubiera apoderado del partido y lo estuviera convirtiendo en una serie”, declaró Psarras: “La gente no tiene ni idea de su política ni de si tiene un programa. Por supuesto, están en estado de shock”.
Desde la aparición de Alexis Tsipras, activista estudiantil convertido en político, que tomó Europa por asalto con el ascenso de Syriza al poder en plena crisis de la deuda griega, ningún candidato electoral había realineado tanto la constelación de estrellas políticas griegas.
Tsipras, que dimitió para permitir que un nuevo líder comandara la “profunda renovación” del partido tras su derrota en las dobles elecciones generales de mayo y junio, marcó una época. En él, los izquierdistas que habían vivido los años oscuros de la dictadura militar entre 1967 y 1974 –a menudo soportando el exilio y la tortura en remotas islas del Egeo– podían identificarse con un político cuya ideología se consideraba progresista e inconformista.
Para quienes habían sido testigos de la Guerra Civil tras la ocupación nazi y de décadas de autoritarismo de la dictadura de derechas, Tsipras simbolizaba la dura lucha de la izquierda griega por ser reconocida en una nación de la que, políticamente, había sido apaleada y prohibida. Kasselakis, por el contrario, ni siquiera es diputado.
En un artículo de opinión publicado en julio, el empresario, que se trasladó a Massachusetts cuando era adolescente, calificó su decisión de dedicarse a la política griega de “breve interludio entre dos capítulos de mi carrera empresarial”.
“Afortunadamente, dada la naturaleza de mis negocios en el transporte marítimo durante los últimos seis años, he podido volver a conectar con Grecia (...) y he podido dar forma a mis propios puntos de vista sobre los cambios que necesita el país”, escribió. “Si la intención es volver a gobernar, Syriza debería copiar la fórmula estadounidense lo antes posible [y] abrazar inequívocamente también el centro político”.
Entre el abanico de prioridades políticas propuestas por el empresario figuraban una “drástica” reducción de impuestos para los empleados del sector privado y público, la separación de Iglesia y Estado, reformas judiciales, la ciudadanía para los hijos de inmigrantes nacidos y criados en Grecia y la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero el hecho de que no haya presentado un programa detallado ha sido criticado como indicativo de un planteamiento a la vez opaco y global.
“Dificultará el objetivo de expulsar a la derecha y distanciará a Syriza de la izquierda”, ha dicho Nikos Filis, ex ministro de Educación durante el mandato de los izquierdistas entre 2015 y 2019, sobre la victoria de Kasselakis.
Pero Kasselakis, un firme defensor de los derechos de los homosexuales que ha aparecido en la televisión local con su pareja estadounidense, Tyler McBeth, es visto por algunos como el disruptor necesario para poner al partido en un nuevo camino.
Giorgos Tsipras, uno de los principales miembros de Syriza y primo del antiguo líder, ha dicho: “No podemos actuar como si no pasara nada. La gente quiere otro partido, otras caras... el partido puede convertirse en una oposición más agresiva y abrazar a más gente [moviéndose] hacia el centro.”
Ha pasado menos de un mes desde que el nuevo líder entró en la carrera política, declarando que “ha llegado el momento de construir el sueño griego que tanto necesitamos”.
En un clima de guerra abierta en Syriza –y de rumores sobre escisiones en el partido– queda por ver si el resultado del domingo convertirá al recién llegado en una estrella fugaz o en la encarnación de la renovación a la izquierda del panorama político griego.
Divisiones en Syriza
Combinando un carisma y un instinto político poco comunes, Tsipras llevó a lo que era una alianza de radicales de izquierda, marxistas-leninistas, excomunistas, trotskistas, ecologistas y socialdemócratas desde los márgenes de la vida política griega al centro del tablero.
Entre 2008, cuando se hizo con el timón de la coalición, y 2015, cuando fue catapultado al poder con una plataforma antiausteridad en plena crisis de la deuda griega, el voto de Syriza saltó del 3,5% al 36%.
En Europa, pocos políticos de izquierdas han tenido tanto éxito. Tsipras fue aclamado como una fuerza imparable sin miedo a enfrentarse a los inamovibles acreedores internacionales de la nación casi en bancarrota, a medida que aumentaba la furia por las castigadoras reformas, recortes y subidas de impuestos exigidos a cambio de los préstamos de rescate.
Sólo cuando Grecia estuvo a punto de abandonar la eurozona, el Gobierno aceptó las condiciones del rescate.
Tsipras, de 48 años, quedó tocado tras la derrota de Syriza de junio. En un ciclo electoral prolongado por la repetición de las elecciones de mayo, el partido había sido vapuleado, perdiendo casi la mitad de sus diputados y viendo caer su voto del 32% en 2019 a menos del 18%.
“Es un político de enorme talento, pero había perdido el contacto con la sociedad”, afirma Fabian Perrier, cuya biografía, Alexis Tsipras: Una historia griega, narra su transformación de izquierdista radical a aspirante a socialdemócrata. “Llevó a cabo una campaña excesivamente negativa y eso fue un gran error. La gente ha superado la crisis. Su único interés ahora es cómo mejorar sus vidas”.
Perrier dice que Tsipras también había cometido el error de perseguir a los votantes centristas, apareciendo con frecuencia en reuniones de grupos socialistas en Europa mientras apelaba a los partidarios tradicionales del centroizquierda en casa. “Cuando la izquierda corre detrás del centro, pierde”, afirma Perrier. “Es el caso en toda Europa”.
Tsipras reconoció que Syriza se había acomodado a pesar de que los griegos votaron abrumadoramente a favor de rechazar las condiciones del rescate en un referéndum. Las facciones dentro de la coalición se distanciaron a medida que aumentaba el enfado por el giro de 180 grados.
“Este difícil viaje ha tenido compromisos y decisiones difíciles, heridas y desgaste”, dijo Tsipras señalando que inicialmente Syriza había sido percibido con gran recelo en el extranjero. “Pero fue un viaje que dejó huella en la historia”.
Tras la derrota electoral, los militantes de izquierdas que arriesgaron sus vidas durante los oscuros años de la dictadura militar entre 1967 y 1974 expresaron su temor de que Syriza hubiera perdido capital moral y político en su camino hacia la transformación. “Habíamos llegado a un punto en el que no sabíamos si éramos de izquierdas, de centroizquierda o centristas”, dice Makis Balaouras, un antiguo diputado de Syriza que había sido encarcelado y torturado por la Junta.
Kasselakis ahora no solo tendrá que revitalizar el partido, sino “refundar” una nueva Syriza que, según Tsipras, “acoja a todos los amigos y grupos sociales que queremos representar” en un momento en el que uno de cada cuatro griegos está en riesgo de pobreza o exclusión social, según la autoridad estadística del país.
Sin embargo, como escribía Nick Malkoutzis en Macropolis, “antes de enfrentarse a Mitsotakis, el nuevo líder de Syriza tendrá que abordar primero la unidad dentro del partido. Su candidatura ha animado a muchos miembros de base, pero también ha exacerbado las divisiones dentro del partido. Existe una verdadera amargura por el hecho de que algunos altos cargos hayan apoyado a Kasselakis a pesar de que no tiene raíces en la política de izquierdas ni en Syriza”.
Y añadía: “Existen dudas sobre si muchos de los que se muestran escépticos o directamente contrarios a su participación en las primarias podrían quedarse a sus órdenes o seguir formando parte de Syriza. Después de haber luchado contra sus rivales y haber conseguido una victoria inverosímil, es posible que Kasselakis se dé cuenta de que los caballos ya se han escapado”.