Alemania ha descubierto con consternación a través de la prensa que tras la supuesta normalidad de Andreas Lubitz, el copiloto de 27 años sobre quien pesan ahora todas las sospechas cuando se trata de explicar el siniestro del vuelo 4U9525 de Germanwings, puede haber una identidad más que problemática. En los medios de comunicación, la personalidad del joven se ha transformado en algo propio de “los peores asesinos de la historia criminal alemana”. Sin embargo, nada más ocurrir la catástrofe, este veinteañero de apariencia saludable era descrito como alguien “muy feliz” y “completamente normal”.
A finales de esta semana todavía había descripciones de la personalidad de Andreas Lubitz en los medios germanos que recogían adjetivos como “bueno, divertido y educado”. De hecho, tras el siniestro ocurrido en los Alpes franceses, esos calificativos eran los que más sonaban en boca de aquellos a quienes los medios alemanes y de medio mundo entrevistaron en Montabaur, la pequeña localidad del oeste teutón donde Lubitz vivía con sus padres.
“Era alguien completamente normal. Estaba muy feliz por tener su trabajo, había logrado su sueño de ser piloto profesional, no tenía problemas”, llegaba a decir un vecino de los Lubitz entrevistado por la radio alemana RTL poco después de conocerse la tragedia, en la que perdieron la vida 150 personas – 50 de ellas españolas. Quienes conocieron a Andreas Lubitz en sus años de formación también trazaban el mismo tipo de perfil humano cuando hablaban a los medios de comunicación.
Así, Klaus Radke, director del club de vuelo donde comenzó a formarse Lubitz, describía al copiloto como alguien “completamente normal”, igual “que cualquier otro chico, para nada atípico en ningún modo”. En su empresa, Lufthansa, a la que pertenece Germanwings, desde la dirección han señalado en tono taxativo que Lubitz era alguien “muy competente” y “preparado al 100% para volar sin restricciones”.
No obstante, esa imagen de normalidad se hizo añicos en tan sólo un par de días. Es más, una vez hecho el registro de la vivienda de Lubitz y la de sus padres, la ejemplaridad que se atribuía al copiloto quedó en entredicho. Porque tras darse cuenta de no pocos detalles que muestran la problemática personalidad de Lubitz, el joven ha pasado a ser llamado, incluso, “el asesino de la cabina de pilotaje”. Esos términos los empleaba el diario populista Hamburger Morgenpost al referirse al copiloto del vuelo 4U9525 de Germanwings después de saberse que la actitud en cabina de Lubitz, una vez se quedó solo con los mandos del avión, se puede “analizar como una voluntad de destruir el avión”, según lo aclarado por Brice Robin, el fiscal de Marsella y principal encargado de la investigación del caso.
En este contexto, el periódico alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung se preguntaba en una de sus informaciones sobre la personalidad el joven copiloto: “¿Cómo de normal es ser completamente normal?”. El interrogante se plantea sabiendo que, según se ha podido leer en ese mismo diario, Lubitz “seguramente causó, según los investigadores” una de las “peores catástrofes aéreas” de la aviación alemana y de Europa.
Ajeno a sofisticadas preguntas, el también diario populista Bild ha etiquetando a Andreas Lubitz como el “Amok-Pilot”, una expresión que bien puede traducirse como el “piloto del ataque homicida”. Es más, Alexander von Schönburg, editorialista de ese periódico – el más leído en Alemania y en Europa–, ya ha incluido a Lubitz en la lista de “los mayores asesinos de la historia criminal alemana”.
“Su nombre no lo olvidaremos jamás”, escribía Von Schönburg, en referencia al copiloto, a quien el periodista citaba junto a otros destacados asesinos en serie germanos de principios del siglo pasado, como son Carl Großmann o Fritz Haarman. Del primero se cree que acabó con la vida de hasta un centenar de personas en Berlín y al segundo se le responsabilizó de 24 asesinatos en Hannover.
En cualquier caso, y dado que el historial médico del copiloto ha estado marcado por problemas de salud psicológicos, el diario Tageszeitung, más serio y contenido que el Bild, definía a Lubitz como un “hombre con riesgos”. Tanto es así, que según se ha ido desgranando la personalidad del copiloto gracias a las informaciones reveladas por periodistas del semanario germano Der Spiegel y del periódico estadounidense The New York Times, Andreas Lubitz se había visto obligado a hacer un parón en su formación para pilotar aviones debido a una afección a la que la prensa alude como “depresión” o “síndrome del quemado”, una dolencia que el copiloto ocultó en el trabajo.
En el presente aluvión informativo relacionado con el siniestro, a la sociedad alemana le toca estos días encajar otro duro golpe. Se trata de reconocer que una persona en apariencia normal, con una posición social cómoda y un trabajo tan respetable como el de piloto de avión, es capaz de ocultar una afección tras la cual pueden estar muchas de las claves que explican las 150 muertes registradas el martes en los Alpes franceses.