Recordar el legado de Michael Knape se ha vuelto más importante que nunca en Berlín. Tres meses después de la muerte del policía al que llamaban “caza-nazis” por no dar tregua a los extremistas de derechas, el recuerdo de su incansable labor contrasta con el escándalo que ha envuelto la comisaría 533 de la capital alemana, responsable de investigar los casos de violencia vinculados a la extrema derecha.
El popular periódico Berliner Tageszeitung informó a finales de noviembre de que en la comisaría había hasta 364 casos que se ignoraron deliberadamente o no investigaron adecuadamente entre 2020 y 2021. Según viene informando la prensa berlinesa, hay un comisario y uno de sus ayudantes investigados y la noticia se ha convertido en un hecho de relevancia nacional en Alemania, ya que se ha especulado con que hubiera una motivación política detrás de lo que ahora se investiga como “obstrucción a la justicia”.
Las noticias de estas semanas agrandan aún más la memoria de Knape. En su larga carrera de policía, cuyos inicios datan de 1970 y que terminó en 2017, representó todo lo contrario a hacer la vista gorda frente al extremismo de derechas. Pocos policías han logrado generar en Berlín la admiración que despertaba el “cazador de nazis”, fallecido el pasado 19 de septiembre a los 72 años tras padecer una larga enfermedad. Knape se ganó la atención mediática y el aprecio de quienes se dedican a la lucha contra la extrema derecha por cómo se enfrentó a la visibilidad y violencia de los grupos neonazis que, especialmente en los años 90 del siglo pasado, poblaron la capital alemana.
Su carrera policial comenzó en la Berlín occidental y despegó con la reunificación de la capital alemana. Durante buena parte de su vida tuvo que soportar constantes amenazas de muerte. Su familia y él necesitaron escolta por su política de “cero tolerancia” contra “nazis”, “hooligans” y “rockers”. Su autobiografía, publicada el pasado mayo, lleva por título esos mismos términos, en alemán: Null Toleranz: Mein Kampf gegen Nazis, Rocker, Hooligans (Das Neue Berlin). Por 'rockers' hay que entender mafiosos grupos de violentos con negocios en el mundo de la droga y la prostitución, con aspecto de radicales aficionados a la música y estética rock. 'Los Ángeles del Infierno' alemanes, que han tenido recientemente problemas con la justicia española por su aparente implantación en Mallorca, son un claro ejemplo de esos 'rockers' a los que Knape no concedía tolerancia alguna.
Entre esos grupos también estaban los Hammerskins Deutschland, la rama alemana del grupo neonazi estadounidense supremacista blanco 'Hammerskins. El pasado mes de septiembre esa organización fue ilegalizada en Alemania y hace unas semanas se lanzó una maxi-operación contra este grupo para la que se movilizaron 700 agentes. Se registraron 28 viviendas repartidas en 10 de los 16 estados federados germanos y los policías se incautaron de dinero en efectivo en cantidades considerables, parafernalia nazi y neonazi además de diferentes tipos de armas, entre las que se cuentan dos carabinas, una ballesta y hasta una granada anti-carro.
“Con los extremistas de derecha no se juega”
La violencia de la extrema derecha, pese a la existencia de policías como Knape, sigue siendo una constante en el panorama de la criminalidad germana, en general, y de Berlín, en particular. Y entre los casos que se dejaron de investigar en la comisaría 533 hay quemas de coches, pintadas de cruces gamadas o amenazas a iniciativas políticas de izquierdas, según ha recogido la televisión pública alemana, la ARD.
“El extremismo de derechas sigue siendo la mayor amenaza extremista para nuestra democracia. Por eso seguimos actuando con determinación para desmantelar las estructuras de extrema derecha”, señaló tras la operación la ministra del Interior de Alemania, la socialdemócrata Nancy Faeser. Una constatación que fue lo que vertebró toda la acción policial de Knape. El destino quiso que el día de su fallecimiento coincidiera con la ilegalización de los Hammerskins de Alemania.
De Knape, la crónica local deja una imagen de un agente cuyo objetivo era mostrar a los grupos neonazis “quién estaba al mando” y no dejarles que se reunieran sin tener problemas con las autoridades, a pesar de no estar aún vetados. No en vano, ya a principios de este siglo, Berlín tenía para los neonazis una fama de ciudad especialmente “incómoda”, según recogía en 2005 la RBB, la radiotelevisión pública de Berlín y Brandeburgo.
“Con los extremistas de derecha no se juega. Son criminales violentos, criminales violentos que no se detendrán ante nada si tienen la oportunidad”, decía Knape. Una de sus especialidades era impedir las concentraciones de neonazis camufladas de eventos culturales. “Cuenta una leyenda que [Knape] obligó a los neonazis a quitarse las botas militares en una manifestación y a caminar con zapatillas de deporte o sólo con calcetines, porque las botas militares con punta de hierro eran armas peligrosas”, recogía el diario generalista berlinés Der Tagesspiegel en el obituario dedicado al policía “caza-nazis”.
Docente, político y crítico con las pistolas Taser
También era una prueba de que estaba hecho de otra pasta el hecho de que ejerciera de profesor en la Universidad de Ciencias Aplicadas para la Economía y el Derecho de Berlín. Dejó varios volúmenes dedicados a cómo lidiar con los derechos y libertades de manifestación, cuando hay quienes se aprovechan de esos logros sociales para la promoción de ideologías anti-democráticas.
También se dedicó a la enseñanza dando clases en la Universidad de la Policía en Brandeburgo. Knape tuvo tiempo para la política tras colgar el uniforme. Inicialmente, fue diputado en el Parlamento de la ciudad-estado que es Berlín por la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU), aunque posteriormente viajaría al centro, poniendo su experiencia al servicio del partido liberal (FDP) y, más tarde, a favor de la formación centrista Electores Libres.
Participó en comisiones de investigación parlamentarias sobre terrorismo y ataques de motivación extremista de derechas. Por ejemplo, aquella que se ocupó de un atentado contra un mercado de Navidad berlinés en 2016, perpetrado por un terrorista islamista que se hizo pasar por un refugiado, o la que se ocupó en Sajonia-Anhalt (este) de investigar el ataque antisemita de Halle ocurrido hace cuatro años.
El Sindicato de Policías de Berlín (GdP, por sus siglas alemanas) le recordaba tras su muerte como “alguien único, alguien que no sólo hizo que subiera el nivel de la lucha contra los neonazis, sino también el de las intervenciones de la Policía”, según recogía el Der Tagesspiegel. Ahora bien, pocos le perdonaron en las altas instancias policiales el que criticara, en 2017, la introducción en el cuerpo de las pistolas Taser, armas que trasmiten a la víctima una descarga eléctrica de alto voltaje.
Aquello le hizo perder sus responsabilidades docentes en la Universidad de Ciencias Aplicadas para la Economía y el Derecho de Berlín. Pero no le hizo perder su estatus como referente a la hora de entender cómo trabaja la policía en Alemania, especialmente contra los peores extremistas de derechas.