Hace dos semanas el presidente Joe Biden decidió congelar el envío de 3.500 bombas a Israel ante el temor de que pudiera usarlas en una posible incursión sobre Rafah. Este martes, cuando la ofensiva israelí ya es una realidad en el sud de la Franja -donde se refugian más de un millón de palestinos-, la administración Biden ha notificado al Congreso el avance de un nuevo paquete valorado en más de mil millones de dólares en armas para Israel, según ha avanzado el Wall Street Journal y ha confirmado Reuters.
Este movimiento coincide también con la publicación del informe del Departamento de Estado, que concluyó el viernes pasado que Israel había podido violar el derecho internacional en Gaza, pero que no había pruebas suficientes para dejar de suministrarle armas. Tan solo cinco días después de publicar este documento, Biden está trabajando en el posible envío de un paquete de armas que incluye 700 millones de dólares en municiones para tanques, 500 millones de dólares en vehículos tácticos y 60 millones en proyectiles de mortero, según han explicado funcionarios norteamericanos al Wall Street Jorunal. Ahora bien, esta partida aún debe afrontar una serie de trámites hasta que se apruebe definitivamente y se entregue.
Aunque parezca que la decisión es contradictoria con el bloqueo de las 3.500 bombas, lo cierto es que forma parte del minucioso engranaje que está impidiendo que la relación con Tel Aviv salte por los aires. Cuando se congeló el envío de las 3.500 bombas, Estados Unidos nunca llegó a especificar si había paralizado por completo la asistencia militar a Israel o solo se trataba de ese paquete. Además, Biden ya dijo el pasado miércoles por la noche (hora local) en una entrevista en la CNN que, a pesar de la crisis abierta por la ofensiva en Rafah, Washington no retiraría su apoyo defensivo a Israel. El presidente aseguró que no dejaría de enviar a armas defensivas a su socio “para responder a los ataques” como el de Irán. La afirmación quedó eclipsada bajo la amenaza de dejar de suministrar armas (ofensivas) a Israel si atacaba completamente Rafah.
Este lunes, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, volvió a decir a los medios que Estados Unidos seguiría enviando la ayuda militar prevista para Israel. El pasado mes de abril se desbloqueó el paquete de ayuda exterior en el Congreso, que incluía 26.000 millones de dólares para Tel Aviv.
Biden lleva semanas insistiendo a su homólogo israelí, Benjamin Netanyahu, de que un ataque total sobre Rafa sin un plan para evacuar a los civiles supondría cruzar una línea roja. Estados Unidos insiste en que una operación militar allí podría tener graves consecuencias humanitarias en un conflicto que ya se ha saldado con la vida de casi 35.000 palestinos. Washington decidió congelar el envío de las 1.800 bombas de 900 kilos y las 1.700 de 220 kilos por temor a que se usaran durante el ataque al sud de la Franja.
El uso de bombas de 900 kilos sobre zonas densamente pobladas está prohibido por el derecho internacional. Hace tiempo que entre algunos congresistas demócratas existe la preocupación de que esta munición se haya utilizado contra los palestinos, y de hecho Biden reconoció que era consciente de que sí que se habían utilizado bombas estadounidenses contra los gazatíes. En contraste con esta afirmación, el informe elaborado por el Departamento de Estado asegura que las garantías que había presentado Israel sobre el compromiso de utilizar las armas estadounidense conforme al derecho internacional eran “creíbles y confiables”.
La movilización de este nuevo paquete valorado en más de mil millones de dólares, también es la respuesta de Biden a las presiones que ha recibido a lo largo de la semana. El anuncio de la paralización de las 3.500 bombas no solo sirvió de carnaza a los republicanos para acusar a Biden de abandonar el aliado más cercano de Estados Unidos, sino que también le costó quejas por parte de donantes proisraelís del partido demócrata. Según Axios, el mega donante del partido demócrata Haim Saban escribió un correo a Biden el jueves diciéndole que: “No olvidemos que hay más votantes judíos que se preocupan por Israel que votantes musulmanes que se preocupan por Hamás”.
El apoyo a Israel se ha convertido en un suelo lleno de cristales rotos: es imposible que Biden de un paso sin que salga dañado. Las protestas en las universidades contra la guerra de Gaza, que ya se han saldado con más de 2000 detenidos en todo el país, han vuelto a poner bajo el foco la complicidad militar de Estados Unidos con Israel. El voto de muchos de los jóvenes que el pasado 2020 fue clave para aupar Biden a la Casa Blanca, ahora está en cuestión no solo por el apoyo a Tel Aviv, sino por la represión policial contra los estudiantes y las acusaciones de “antisemitismo”.
A nivel interno, el presidente también sufre la presión del ala más progresista del partido demócrata, que hace tiempo que pide frenar el envío de armas a Israel. De hecho, el informe que publicó el viernes pasado el Departamento de Defensa era una manera que tuvo Biden de apaciguar a este sector. Aunque vistas las conclusiones -diciendo que Israel probablemente haya violado el derecho internacional, pero no está probado- lo más seguro es que el malestar haya revivido. Por otro lado, el gesto de intentar poner un mínimo freno a la ayuda armamentística militar a Israel ya se ha visto como no solo puede servir de arma arrojadiza para los republicanos, sino que también puede costarle el enfado de los donantes.
A todo esto debe sumarse la complicada relación con Netanyahu, quien parece desoír las advertencias de su socio. Muestra de ello es la ocupación del paso de Rafah (y el aislamiento total de Gaza) a pesar de los reiterados avisos de Biden de no lanzar una ofensiva sin antes tener un plan para la población civil. En un intento para frenar una escalada de tensión, el presidente norteamericano también matizó en la CNN que la ocupación del paso no era entrar en Rafah. “Aún no han entrado en Rafah”, afirmó, diciendo que la línea roja estaba en si atacaban los centros de población.