“Chicas, cada día hablo con gente que tiene dudas. Que sucumbe al miedo. Y no son siempre mujeres mayores, también son jóvenes. No lo entienden. Y esto no es porque tengan algún problema. No es posible concienciar a una sociedad en tres semanas. Tenemos que explicarles por qué salimos, qué queremos y dónde vamos”. Es el mensaje que envió Anna hace unos días al grupo de Telegram “Mujeres de Bielorrusia”, que cuenta ya con más de 12.500 miembros. Desde aquí, mujeres de todo el país coordinan actos, se pasan convocatorias, piden voluntarias para repartir periódicos, se lanzan ánimos unas a otras e incluso envían fotos de objetos como anillos perdidos en las marchas multitudinarias.
En ese grupo hay mujeres de todo tipo. Mujeres como Inessa Polyak, una mujer de 55 años muy religiosa que no habla inglés; Aliaksandra Shabeka, una joven de 24 años que no conoce a otro presidente que no sea Aleksandr Lukashenko y que ha vivido en el extranjero durante aproximadamente cinco años; y Anna Padutova, nutricionista y entrenadora personal de 33 años que nunca antes en su vida había participado en protestas políticas.
Las mujeres han demostrado ser una de las grandes fuerzas en estas movilizaciones contra el apodado como “último dictador de Europa”. Las protestas estallaron el pasado 9 de agosto ante un supuesto fraude electoral y continúan más de tres semanas después a pesar de la brutal represión del régimen. Desde entonces, las autoridades han detenido a alrededor de 6.700 personas. Expertos de la ONU han recibido 450 casos documentados de tortura y malos tratos. Mientras tanto, Lukashenko se pasea armado con un fusil de asalto y chaleco antibalas como demostración de fuerza.
“Realmente no sé si va a cambiar algo en términos políticos en Bielorrusia en los próximos meses, pero estoy bastante segura de que después de estas protestas el rol de las mujeres en el país va a cambiar radicalmente. Nunca había pasado algo parecido en nuestro país”, señala Shabeka a elDiario.es. Sin embargo, las mujeres al frente de las movilizaciones no tienen demandas específicas de género, sino que todas están unidas por su oposición al régimen. “Bielorrusia tiene una sociedad muy patriarcal y nuestro presidente nunca se tomó a las mujeres en serio. El gran error de Lukashenko fue reírse e infravalorar a la candidata Svetlana Tijanóvskaya”, añade.
El empoderamiento femenino comenzó con tres nombres propios meses antes del probable fraude electoral, pero entonces Lukashenko no se imaginaba lo que se avecinaba. Todo comenzó cuando la comisión electoral rechazó la candidatura del bloguero Serguéi Tsijanovski y su posterior detención. Con su marido en prisión, la profesora y traductora Svetlana Tijanóvskaya decidió presentarse a las elecciones a pesar de no tener ninguna experiencia política ni un detallado programa de gobierno. Sus propuestas estrella: liberar a los presos políticos, un referéndum constitucional y convocatoria de nuevas elecciones libres y justas en seis meses.
A ella se unieron Verónika Tsepkalo y María Kolesnikova. Al marido de la primera, un antiguo embajador en Washington, también se le había negado el derecho a presentarse a las elecciones. Kolesnikova, por su parte, era la directora de campaña de Viktor Babariko, otro candidato opositor detenido y posteriormente expulsado de la carrera electoral. Hoy, solo Kolesnikova sigue en Bielorrusia.
“Nuestra Constitución no es para mujeres”, había afirmado Lukashenko. “Nuestra sociedad no ha madurado lo suficiente para votar a una mujer. Esto es porque por nuestra Constitución, el presidente acumula mucho poder”. Pero la candidatura de Tijanóvskaya había conseguido agrupar a toda la oposición y sus mítines electorales tuvieron una afluencia sin precedentes. En tan solo unos meses, Tijanóvskaya se había convertido en un símbolo más que en una figura política.
“Obviamente las mujeres están jugando un papel inmenso en las protestas y esto comenzó mucho antes de las elecciones, cuando Tijanóvskaya decidió relevar a su marido y cuando María Kolesnikova y Verónika Tsepkal se unieron a ella”, dice Shabeka. “Era la primera vez en la historia moderna de Bielorrusia que no se asociaba a la mujer con la debilidad, sino con el poder”. La joven de 24 años denuncia que los comentarios del presidente “fueron muy ofensivos para todas las mujeres”. “Creo que en ese momento realmente no entendía lo que estaba haciendo, pero esas palabras que dedicó a las mujeres tuvieron un gran impacto en lo que está pasando actualmente. Estas protestas ya no son solo sobre política, sino sobre este poder feminista que acabamos de descubrir”.
Tras elecciones llegaron las protestas masivas y, con ellas, la violencia y represión del régimen. Entonces, las mujeres salieron a la calle vestidas de blanco con algún toque rojo (en honor a la antigua bandera del país convertida en símbolo de la oposición) y armadas con flores para protestar contra la violencia de la maquinaria de Lukasenko.
“Pensamos que las mujeres con flores no recibirían los golpes de la policía a plena luz del día. Por eso miles de nosotras salimos a la calle e intentamos ayudar a nuestro país”, cuenta a elDiario.es Anna Padutova, de 33 años y que nunca antes había participado en protestas. “Es un gran peligro porque en cualquier minuto puedes ser capturada por tipos enmascarados sin ninguna explicación y puedes ser golpeada, pero sabemos que damos esperanza a nuestros hombres y poder para no parar”. La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer de la ONU (CEDAW) ha publicado este jueves un comunicado al respecto: “CEDAW expresa su preocupación por los recientes acontecimientos ocurridos en Bielorrusia y los caso notificados de violencia sexual y de género, incluidas amenazas de agresión sexual”. “Es ampliamente reconocido que la reciente lucha por la democracia en Bielorrusia tiene rostro femenino”, añade.
“La policía no está preparada para luchar contra mujeres. Creemos que un movimiento de mujeres tan grande hará a las fuerzas de seguridad pensar en qué lado están y si merece la pena disparar a sus madres. Uno no se imagina lo poderosas que son las chicas cuando estamos juntas. Es increíble”, dice Padutova. Las manifestantes se enfrentan cara a cara a los agentes al grito de: “¿Dónde está vuestra madre?”.
Pero van más allá. Además de las marchas, también han evitado detenciones de sus compañeros. Agentes enmascarados intentan meter a un manifestante en el furgón cuando un grupo de mujeres se abalanza sobre ellos y acaba liberando al hombre. En otra ocasión, las mujeres forman una cadena que hace de barrera para proteger a los hombres de la policía, que se refugian detrás de ellas.
También han trabajado en equipo para romper la barrera policial e incluso rodear a las fuerzas antidisturbios al grito de “somos el poder” y “hemos rodeado a OMON [fuerzas especiales de la Policía]”.
Padutova salió a la calle a protestar el mismo día de las elecciones. “Sobre las 10 de la noche la policía empezó a disparar, golpearnos, arrestarnos y llevarnos a prisión. Mi amiga y yo pudimos huir, pero desde aquella noche tengo pesadillas de que no corro lo suficiente para escapar de las granadas”. “Después estuve en la primera marcha de mujeres el 11 de agosto e intento estar en todas las grandes movilizaciones, pero no te puedes imaginar el miedo que tengo”. El miedo, sin embargo, no le ha frenado. Cuando Lukashenko sugirió que los manifestantes eran unos borrachos y adictos a las drogas, allí estaba Padutova con su pancarta “adicta al fitness”. Ella es entrenadora personal.
Shabeka también acudió a las movilizaciones de aquel día. “Después de lo ocurrido los días anteriores me di cuenta de que teníamos que parar la violencia. Por eso cuando oí hablar de las protestas de las mujeres de blanco decidí unirme. Pienso que es lo que necesitamos ahora... Toda mi vida he vivido con un único presidente. Es bastante ridículo”, dice. Shabeka empezó a acudir a las protestas antes de las elecciones, en concreto el 14 de julio, cuando la Comisión Electoral rechazó a dos de los candidatos más fuertes. “Estaba un poco asustada, así que fui en bicicleta para poder huir de la policía”, recuerda. Desde las elecciones ha acudido a las protestas prácticamente a diario: “Y planeo hacerlo hasta la victoria”.
Entre las manifestantes también está Inessa Polyak, de 55 años. Cuenta que lleva protestando contra el régimen desde 2002, pero cree que esta vez es diferente. “Durante todos estos años el poder ha reprimido las protestas de los hombres y muchos de ellos han sido detenidos. Las mujeres sentimos que podemos resistir a la violencia porque las mujeres hemos sido menos perseguidas que los hombres en otras protestas”, dice Polyak. “Nuestro presidente no respeta a las mujeres como personas, las ve como un objeto para explotar sus ambiciones. Se rodea de jóvenes bellezas de concursos. Eso no es un trabajo para el líder de una nación”. Polyak es conservadora, religiosa y se pasea por las marchas con una pancarta inspirada en una cita de la Biblia: “Dios está contra la injusticia” (Hebreos 1:9).
También hay manifestantes más mayores, como Nina Baginskaya, de 73 años. Baginskaya se ha convertido en toda una celebridad y referencia para las más jóvenes, que corean su nombre cuando Nina aparece. Lleva muchos años paseándose con la bandera blanca y roja y protestando contra el Gobierno. En una entrevista cuenta que antes le entristecía no ver a tantos manifestantes a su lado, pero desde lo ocurrido el día de las elecciones está convencida de que “el pueblo va a ganar”.
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