Luiz Inacio Lula da Silva mantiene un perfil bajo. En los últimos meses, el expresidente de Brasil ha tejido una estrategia electoral con sutileza, ha fortalecido su imagen y ha moderado su discurso como respuesta a los excesos de Bolsonaro, pero sobre todo ha estado esperando su momento.
El 15 de agosto es la fecha límite para el registro de candidaturas para la pelea del 2 de octubre. Hasta el momento, los preferidos se dedican a medir su fuerza electoral sin saltar al centro de la escena para evitar los golpes prematuros. Por ahora, el expresidente Lula, de 76 años, es el único capaz de ganarle a Bolsonaro, según los sondeos.
La última encuesta de Datafolha de mediados de diciembre muestra que Lula lidera con el 47% de intención de voto. Un número que le permitiría ganarle a Bolsonaro en primera vuelta. El actual presidente aparece en un lejano segundo lugar con el 21%. El exjuez y exministro de Justicia de Bolsonaro Sergio Moro, el magistrado que llevó a Lula a prisión, no llega a los 10 puntos.
Los índices de rechazo también favorecen al líder del Partido de los Trabajadores (PT): Bolsonaro tiene un rechazo del 60% mientras que en el caso de Lula es del 34%.
Lula, en borrador
''El Lula 2022 todavía está en borrador'', dice el consultor político Guillermo Raffo a elDiario.es desde San Pablo. Para algunos analistas, Lula navega todavía sin un perfil claro. Es posible que conviva el Lula de 2002, ese que llegó a la presidencia con un discurso de moderación, con el de 1989, con una posición más combativa propia de la izquierda tradicional.
Pero para otros, la posición es clara: Lula busca construir un perfil moderado capaz de atraer al electorado de centro. La campaña de 2022, de confirmarse la candidatura del expresidente, tendrá como protagonista a un Lula negociador. “Este es un Lula que enfrenta el imaginario del 'PT comunista'” que ha intentado instalar el bolsonarismo“, dice a este medio Esther Solano, profesora de la Universidad Federal de San Pablo.
Las imágenes que dejado ver el expresidente con su rival histórico, el expresidente Fernando Henrique Cardoso, del centro-derecha representado por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), o con José Sarney, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), presidente de Brasil de 1980 a 1985, podrían indicar un nuevo Lula más volcado hacia el centro.
La fórmula electoral podría incluir al exgobernador de San Pablo, el conservador Geraldo Alckmin, y principal rival de Lula en las elecciones de 2006. La estrategia de la moderación y el diálogo, hasta el momento, parece estar funcionando para el PT. Esto no quita que líder sindical pueda cambiar y asumir un papel más radicalizado frente a un crecimiento en la intención de voto de Bolsonaro.
Estabilidad en lugar de cambio
Después de la explosión social causada por la pandemia, el cambio parece estar más en volver a la estabilidad más que en prometer una transformación radical. “En el caso brasileño, la pandemia llegó después de ocho años de crisis políticas e institucionales que impactaron en la economía del país y de las familias”, dice Raffo.
La izquierda en Brasil así como en gran parte del mundo vive un momento de desconexión política con su electorado, un sector social que ya no se reconoce como clase trabajadora. De hecho, busca diferenciarse de ella.
Pero además de resultar una propuesta atractiva para ese porcentaje de la sociedad, un nuevo gobierno del PT debe superar el principal desafío que afronta cualquier izquierda o progresismo en América Latina: garantizar la gobernabilidad.
“Aunque Lula gane, el Congreso será posiblemente el más conservador de la historia. El gran desafío es mantener la gobernabilidad en un país políticamente conservador. Bolsonaro ha llevado a la política de Brasil a un paso más hacia la derecha en momentos en que se necesitan reformas para disminuir la brecha de la desigualdad”, dice Solano.
Pero también el PT deberá mostrar que tiene capacidad de respuesta para el futuro y no que mira con nostalgia al pasado. “Es paradójico, Lula pone al PT como el nuevo actor que va a poner a Brasil en el futuro pero él representa un PT del pasado”, explica la politóloga.
La mirada del pasado
El derrumbe del PT que siguió a la destitución de Dilma Rousseff y la detención y luego anulación de las penas contra Lula exige una reinversión para el partido pero también para el político.
En el caso del partido, el gobierno de Dilma terminó siendo una desilusión para el propio electorado. En el caso del liderazgo del expresidente, para algunos analistas, Lula se presenta con la carta de inocencia y de persecución política. Para otros, de la impunidad y la falta de castigo.
Para Lula, la vuelta al poder sería un mensaje de que Brasil confía en él a pesar del caso anticorrupción Lava Jato y del bolsonarismo después en unas elecciones en las que también parece estar en juego la propia biografía del expresidente. Quedan pendientes casos corrupción que tuvieron lugar durante el Gobierno de Lula y que serán el punto central de sus adversarios. Además, tendrá que enfrentarse a retos económicos en un contexto mundial incierto.
“Puede producirse una tensión entre la promesa implícita de recuperar la prosperidad de las épocas de Lula y el contexto restrictivo en lo económico. La elección de Lula, queriendo o no, va a disparar expectativas especialmente en los sectores más pobres. Hay dos condiciones entonces: una depende del propio Lula, pero la otra depende del contexto mundial”, dice Raffo.