Claves del ascenso del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil

En el vídeo Mi opinión como negro sobre el “racista” Bolsonaro el youtuber Thiago Fonseca declara su voto para Jair Bolsonaro. Empuña un vaso con el rostro de un superhéroe y un logo de Coca-Cola. Señala un agujero en el vaso. Y lanza su metáfora: “Brasil es un vaso agujereado. El agujero representa la corrupción”. Thiago coloca agua. Mientras el agua se escapa, arremete contra los políticos que “no tapan el agujero”. Bolsonaro, dice, no sabe mucho de economía, pero es el mejor candidato: “No soporta la corrupción y no es corrupto”. El otro gran asunto del vídeo es la violencia. Thiago, como Bolsonaro, defiende la pose de armas contra “los bandidos”. En pocos días, el vídeo obtuvo más de un millón y medio de visitas.

El apoyo de un youtuber negro a un candidato que afirmó que los portugueses no pisaron África y que eran los negros quienes entregaban a los esclavos visibiliza la complejidad del fenómeno Bolsonaro. Si en diciembre de 2015 Bolsonaro tenía sólo un 3% de la intención de voto, en la actualidad alcanza el 28%, ambas cifras según Datafolha. Si los primeros estudios revelaban que el perfil de su votante encajaba con un “hombre blanco, de clase media, con estudios superiores y de las regiones sur y sudeste del país”, desde que Bolsonaro sufrió un ataque con un cuchillo en medio de un acto electoral, el bolsonarismo se dispara. Y la complejidad de la base electoral de un candidato que la izquierda define como fascista crece. Mientras la derecha tradicional no despega, aparecen bolsonaristas improbables, como militantes LGTB o mujeres, atacados constantemente por un candidato que elogia el armamento de la población civil, la familia tradicional y las Fuerzas Armadas.

La derecha tradicional, hundida

Nexo Jornal realizó una infografía sobre el perfil de los votantes de cada candidato usando los datos de Datafolha. El correspondiente al electorado de Bolsonaro revelaba cinco bastiones fuertes (y cinco pistas). El primero es el núcleo duro del bolsonarismo: clases ricas, con estudios, mayoritariamente hombres, del sur del país. El segundo grupo, los menores de 34 años, supone el 60% de sus votantes. El tercero: el estado de Río de Janeiro, metáfora de un territorio asolado por la violencia urbana y de las periferias brasileñas en general. El cuarto: la clase media baja (entre 2 y 5 salarios mínimos). El quinto: los evangelistas, que representan el 30% de la población brasileña.

La fortaleza de Bolsonaro entre las clases pudientes no se explicaría sin el hundimiento del Partido de la Social Democracia Brasileira (PSDB), la derecha tradicional. Bolsonaro empezó a crecer en 2016, cuando la operación Lava Jato vinculó a la corrupción al entonces candidato del PSDB, Aécio Neves. La Lava Jato acabó con la carrera presidencial de Aécio y lastró a Geraldo Alckmin, el actual candidato tucano. Alckmin, que plantó cara a Lula en las elecciones presidenciales de 2006 con un 45% de apoyo, no llega al 10%. La élite y muchos militantes del PSDB han pasado a votar a Bolsonaro, como revela el reportaje Sin élite, sin (casi) nada de la Revista Piaui: “No adelanta criticar a los petistas si tu candidato está envuelto en investigaciones”, asegura en dicho reportaje Thiago Campina, un militante histórico del PSDB.

Geraldo Alckmin tendió la mano al Partido de los Trabalhadores (PT) en el segundo turno contra el “candidato ultra”. Por el contrario, Bolsonaro emana agresividad contra el PT. La captura del antipetismo es una de las claves de Bolsonaro. “El extremismo en Europa y Estados Unidos se construye con la idea del enemigo externo. En Brasil, el enemigo es interno. Puede ser el enemigo clásico, joven, negro, pobre de periferia. O la figura de la izquierda. Hay un anti izquierdismo muy fuerte, contra los profesores y el PT”, aseguró en una entrevista reciente a Carta Capital la politóloga Esther Solano, autora del libro El odio como política.

Tras el hundimiento de la derecha tradicional, el apoyo de parte del poder judicial, del Ejército y de un nuevo pelotón de “empresarios anticomunistas” como Luciano Hang que hacen campañas burlando la ley electoral catapultan el fenómeno Bolsonaro.

Hartazgo de la violencia

El youtuber Thiago Fonseca, justificando la mano dura que Bolsonaro pide contra “los bandidos”, prueba que la violencia y la inseguridad se han convertido en asuntos claves del momento. Los estudios de la socióloga Rosa Pinheiro Machado en regiones periféricas de Porto Alegre apuntan a que parte de la población de los territorios dominados por el tráfico de drogas apoya a Bolsonaro. También muchos de los que sufren la violencia policial. “Las personas están pidiendo orden, en el sentido de normalidad, después de cinco años de caos”, afirma Rosana Pinheiro-Machado.

“En zonas que sufren violencia policial hay una nítida ausencia del Estado como poder que efectiva las garantías constitucionales y los derechos fundamentales. Mucha gente se desilusionó con la izquierda. En ese vacío, llegan los oportunistas”, asegura a eldiario.es la carioca Marcela Canavarro, investigadora de la Universidade do Porto. Bolsonaro aprieta las teclas apropiadas. Frente al miedo, seguridad policial. Frente al caos, familia tradicional.

Falta una variable importante en la irregular ecuación bolsonarista: la antipolítica, clave para el masivo apoyo del candidato entre la juventud. El voto a Bolsonaro, en palabras de Esther Solano, refleja frustración y cansancio: “Representa la antipolítica, transformando ese malestar en capital electoral. Esta extrema derecha salió del armario y puede hacer circular libremente su odio”.

Bolsonaro, fabricando declaraciones explosivas contra el sistema, exprimiendo el discurso populista, refuerza la imagen de candidato espontáneo y auténtico. “Es capaz de llegar a personas vinculadas a la iglesia, al 'joven trabajador' de Uber o al adolescente”, según Rosana Pinheiro Machado. Da igual que sea un falso outsider (lleva décadas en la política y está rodeado de corrupción, como apunta Greg News), porque el bolsonarismo se ha expandido a todo el país. Transversalmente, atravesando todas las clases sociales, todas las razas, todas las religiones, sobre un océano de fake news.