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La caída de Costa en Portugal, un golpe para los socialdemócratas a las puertas del reparto de poder en la UE

Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y Antònio Costa en una cita para abordar el proyecto energético BarMar.

Irene Castro

Bruselas —

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António Costa era de esos líderes europeos que aprovechaba su estancia en Bruselas para pasear. Aunque sólo fueran los 600 metros que separan el hotel en el que se alojaba de la sede del Consejo. No era raro verle caminar por la rue Froissart antes de las citas con el resto de líderes y muchos veían su futuro en esas calles. La dimisión del primer ministro portugués por un caso de corrupción ha caído como un jarro de agua fría en la familia socialdemócrata, que pierde a uno de sus rostros más significativos a las puertas del nuevo reparto de poder en la UE tras las elecciones europeas del próximo mes de junio. 

Tres meses antes los portugueses acudirán a las urnas y a priori parece complicado que los socialistas logren revalidar la histórica mayoría absoluta de Costa en 2022 ante un escándalo inédito. Aún queda camino por delante. “Quiero decir, y miro a los ojos a los portugueses, que no me pesa en la conciencia la práctica de cualquier acto ilícito o ni siquiera acto censurable”, dijo al anunciar su dimisión.

La salida de Costa, quien aseguró que “la dignidad de las funciones del primer ministro no es compatible con ninguna sospecha sobre su integridad” y por eso dio por finiquitada esa “etapa”, es un golpe para los socialdemócratas a nivel europeo, donde los conservadores se han ido imponiendo en los últimos años. Apenas quedan un puñado de líderes socialistas al frente de gobiernos: Olaf Scholz (Alemania) y Pedro Sánchez son los grandes, a los que siguen Marcel Ciolacu (Rumanía), Mette Frederiksen (Dinamarca) y Robert Abela (Malta). 

Más allá del resultado de las elecciones al Parlamento Europeo, el peso a la hora de repartir el poder en la UE recae fundamentalmente en los Gobiernos. Fueron los líderes los que decidieron, por ejemplo, en 2019 que la presidenta de la Comisión Europea fuera Ursula von der Leyen y no el candidato del PP, Manfred Weber, por las reticencias que generaba a los liberales como Emmanuel Macron. 

El cargo de mayor nivel que han tenido los socialdemócratas ha sido el alto representante, Josep Borrell, con rango de vicepresidente de la Comisión Europea. Pero el Consejo Europeo lo preside el liberal belga Charles Michel. 

Costa era uno de los nombres que se daba por hecho que los socialdemócratas pondrían sobre la mesa en el próximo diseño de los conocidos como top jobs. Y era un dirigente que no generaba suspicacias por su predicamento y fama de buen negociador. 

Por el momento la sonrisa de Costa desaparecerá de la escena europea y la primera ausencia será en el congreso que el Partido Socialista Europeo (PES) celebra este fin de semana en Málaga, donde él, Scholz y Sánchez iban a ser las grandes referencias. Las quinielas van a comenzar ya. De hecho, esta misma semana las miradas se posaron en el comisario italiano de Economía, Paolo Gentiloni.

“¿Está pensando en ser el próximo presidente del Consejo Europeo?”, le interrogaron los periodistas en Bruselas. La pregunta le pilló con el pie cambiado a juzgar por la cara que puso, pero respondió con un tajante “no”. 

Además del equilibrio de fuerzas para la próxima composición de las instituciones europeas, los socialdemócratas pierden, al menos por el momento y a la espera de lo que pase en las elecciones de marzo, un aliado de cara a imponer un marco más progresista en las negociaciones. 

Bien lo sabe Pedro Sánchez en el caso de Costa, que ha sido un aliado esencial en negociaciones como la del tope al precio del gas. Ambos mandatarios comparecieron juntos en la sala que España tiene reservada en la sede del Consejo de la UE para celebrar la “excepción ibérica”, que ha permitido rebajar sustancialmente los precios de la electricidad. También impulsaron el proyecto de BarMar para llevar energía (hidrógeno verde) al corazón de Europa desde la Península Ibérica.

Sánchez y Costa han hecho tándem por su filiación política y también por la especificidad de sus países. En el caso del español, el primer ministro luso siempre fue el espejo en el que mirarse: gobernó gracias a la izquierda en 2015, cuando Sánchez lo intentó pero su propio partido le cortocircuitó el paso y hace apenas unos meses reconoció que le gustaría emular su gesta. “Tengo una envidia sana de la mayoría parlamentaria que tiene el primer ministro Costa”, dijo en la última cumbre hispano-lusa celebrada en marzo. El espejo ahora se ha resquebrajado.

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