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Carlos Mesa, de rival de Evo Morales a acabar engullido por la mutación opositora

Carlos Mesa en una imagen de archivo.

Diego Aitor San José

Carlos Mesa sabe lo que es ser arrastrado por una crisis política con protestas en las calles. En 2003 vivió de primera mano cómo la masacre que provocaba el ejército contra los manifestantes bolivianos acababa con el mandato de Gonzalo Sánchez de Losada. Su renuncia fue también su ascenso: de vicepresidente pasó a ser el máximo mandatario de Bolivia. Un mandato de 14 meses que acabó en medio también de protestas por la no nacionalización del gas y que desembocarían en una presidencia interina, una convocatoria electoral y la victoria de Evo Morales en 2005. Casi un espejismo de lo que hoy se vive en las calles.

“Carlos Mesa no es un político al uso, él es académico, un periodista e historiador que dio el salto a la política gracias a su buen hacer como comunicador”, explica el politólogo Ludwig Valverde. Aquello fue en los inicios del 2000. La posibilidad de exportar el gas por Chile hizo arder al país. La sociedad boliviana salió a protestar porque no querían que su gas pasara por el país que negaba una salida al mar a Bolivia. Más de 70 muertos en lo que se llamó el octubre negro. Todavía los seguidores de Morales siguen cantando “Mesa, octubre no se olvida”. En aquel momento, el líder de Comunidad Ciudadana era vicepresidente. La tragedia le dio paso a la presidencia que abandonó meses después provocada por la exigencia de nacionalizar el gas de Evo Morales y los suyos tanto en la calle y en el parlamento. 

Años después, Carlos Mesa volvió a la política nacional y lo hizo de la mano del que luego sería su principal rival. El gobierno del Movimiento al Socialismo confió en Mesa para que defendiera la causa de la salida al mar boliviana en La Haya. Volvió a brillar como comunicador ante la diplomacia y también ante la ciudadanía, sobre todo, ante una entrevista en la cadena pública chilena. Una parte de Bolivia vio en él un posible contrincante a Evo Morales. “En las encuestas empezaba a aparecer el nombre de Carlos Mesa como uno de los favoritos de los bolivianos y Mesa se dejó convencer por estos buenos pronósticos”, explica el politólogo.

Después del referéndum del 21 de febrero en el que el 51% vota en contra de cambiar la constitución para permitir la reelección indefinida de Evo Morales, Mesa se prodiga en los medios. Su aterrizaje no se da con un discurso contra las principales medidas de los 14 años de la era Evo dado el buen rendimiento económico y social sino que habla de regenerar la democracia y tiene un mensaje contra la corrupción. Se presenta bajo una coalición ciudadana, alejada de los partidos. “Él se considera un outsider y así quiere actuar”, remata Valverde. Se inspira en el República en Marcha de Macron. En octubre consigue un resultado espectacular aunando el voto útil opositor para echar a Morales-.

Este resultado, eso sí, varía si tenemos en cuenta el dado al final por el Tribunal Supremo Electoral (del 36'75%) o el que salía en el TREP, que llegaba hasta el 38% forzando la segunda vuelta. Este balotaje se vuelve su reivindicación. Es el favorito en caso de celebrarse. El trasvase de votos de los otros dos candidatos que le siguen en resultado (9% Chi Hyun Ghung y 4'5% Óscar Ortiz) le harían imponerse al 46’8% de Evo. Sin embargo, el TSE da la victoria a Morales. Comienzan las denuncias de fraude. Mesa es el protagonista, el que consideran principal perjudicado y gran rival de Morales. A partir de entonces empieza a caer.

Dicen los que lo conocen que su perfil de outsider, académico y comunicador es su gran punto a favor mientras que cuenta con déficits en la toma de decisiones. “Piensa y reflexiona demasiado las cosas”, dice un ex colaborador suyo. En el momento en que Bolivia se adentra a una crisis política su perfil es arrollado por el de los halcones. Primero es Luis Fernando Camacho y los comités cívicos los que lo echan a un lado. Su tono se vuelve excesivamente suave. “Tibio” es la descripción casi como insulto que dan los universitarios que están en las barricadas. Un ejemplo: cuando Morales convoca elecciones tras el informe preliminar de la OEA sobre el posible fraude en las elecciones de octubre, Mesa pide que el entonces presidente no se presente. No exige la renuncia, solo la menciona como una elección del propio Morales. Para Camacho y sus seguidores, los que lideran las protestas, el adiós de Evo Morales y del MAS del gobierno es una línea roja.

La gran foto una vez se confirma el golpe de Estado contra Evo Morales es Camacho sobre un coche de policía o dentro del Palacio Quemado arrodillado frente a una bandera y una biblia. Nada de Mesa. Horas después otro golpe a su protagonismo: Jeanine Áñez jura como presidenta. Áñez es del partido Unidad Demócrata, el cuarto partido más votado en las elecciones el 20 de octubre, pero el principal de la oposición en 2014 a partir del cual se basa el parlamento actual. Cuando nombra a su gabinete no elige a ningún representante cercano a Carlos Mesa ni a Comunidad Ciudadana. Empiezan los malabares.

Asegura mostrar su apoyo al gobierno de Áñez, rechaza que se trate de un golpe de Estado y pide la convocatoria “inmediata de elecciones”, eso sí, lo hace reclamando que el MAS reconozca a la nueva mandataria como presidenta. Califica la frase del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas pidiendo la renuncia a Evo Morales como “desafortunada”. Sobre las muertes en la calle a cargo de la represión de los militares, pide investigaciones precisas y transparentes. No se moja, no ejerce de defensor, pero tampoco alza la voz contra la gestión gubernamental en la represión en las calles, la persecución de periodistas, la toma de decisiones en periodo de interinidad en política internacional o las imágenes de la Biblia “volviendo al Palacio”.

La situación de Carlos Mesa es incómoda. No tiene poder, pero tampoco puede ejercer de oposición. Su falta de representantes parlamentarios hacen que su único poder de influencia sean las mesas de diálogo convocadas por la ONU y la Iglesias y los votos de octubre. Eso sí, él mismo sabe que muchos de sus votos el pasado octubre fueron prestados dadas las encuestas que le situaban con posibilidades de forzar una segunda vuelta contra Morales. De ahí ha pasado a la irrelevancia, a dar bandazos, a intentar adaptarse al lenguaje de los Camacho o Áñez que, en caso de presentarse a las elecciones, podrían capitalizar más el voto 'anti-Evo'. Lo que está claro es que cuanto más se alejen las elecciones, menos posibilidades tendrá de ser lo que fue: el líder de la oposición, alguien con opciones de volver a ser presidente. Con distancias, el intento de Mesa de ser Macron puede acabar por salirle Albert Rivera.

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