Los vecinos Paraguay y Brasil comparten aspectos culturales, realidad sociales y, mal que les pese, los virus endémicos provocados por los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus. Ambos países además pasan por etapas políticas y económicas similares, que incluyen recortes allí donde sería más importante invertir: investigación.
“La situación de la investigación médica en Brasil es desesperante. La situación de la ciencia, en general”, protesta Patrícia Carvalho de Sequeira, investigadora de la Fundación Oswaldo Cruz. Quejas similares llegan desde tierras paraguayas, justo cuando el dengue ha vuelto a golpear.
Fiocruz, en funcionamiento desde 1900, es uno de los principales centros de investigación médica y científica de Suramérica. Les acaban de comunicar oficialmente que el Gobierno de Michel Temer recorta el presupuesto de la entidad en 5,2 millones de reales (1,1 millones de euros). “Puede afectar directamente a nuestro trabajo, principalmente ahora con la fiebre amarilla”, reconoce a este diario la doctora Carvalho de Sequeira. “El zika ha bajado, pero los arbovirus están siempre ahí: si no es fiebre amarilla, va a ser chikungunya o dengue. Este tipo de recorte es grave, afecta directamente a nuestra capacidad de respuesta”.
Más allá de los límites de los estados brasileños de Mato Grosso do Sul y Paraná, en el país contiguo, el Gobierno de Paraguay está de salida en las próximas semanas. A mediados de agosto asumirá el cargo de nuevo presidente Mario Abdo Benítez, del Partido Colorado, que ganó las elecciones de abril. El presidente saliente, Horacio Cartes, del mismo partido, acaba de repasar sus hitos al frente de la nación. Los éxitos que proclama, incluyendo gasto en salud pública –sobre todo en infraestructuras– no coinciden con la percepción que tienen los especialistas sobre el terreno.
La directora de investigaciones de la Universidad Nacional de Asunción, Inocencia Peralta, lo avisaba el año pasado en las Jornadas de Jóvenes Investigadores de la UNA: “Ahora más jóvenes quieren hacerse investigadores, están entusiasmados porque ven los resultados y el éxito, por ejemplo, de estas jornadas, pero tenemos presupuesto limitado porque cada año el Gobierno recorta los fondos para las universidades públicas”.
La advertencia no era en vano, poco meses después llegaron los paros en el Hospital de Clínicas, en la capital paraguaya, por falta de recursos. Y este mismo año ha llegado la declaración de emergencia por dengue, con hospitales colapsados de pacientes con dolores de cabeza y musculares, fiebre muy elevada y náuseas.
Denuncias de recortes
La Universidad Nacional de Asunción denunció un recorte de 54.000 millones de guaraníes –más de ocho millones de euros–, que impactaba de lleno en las labores de investigación, y en el Hospital de Clínicas se concentraron y manifestaron por culpa de una disminución presupuestaria de 14.700 millones de guaraníes –2,2 millones de euros–. Cuando la DireccioÌn de Vigilancia de la Salud del gobierno paraguayo declaró el nivel de alerta por “incremento de notificaciones de síndrome febril agudo a nivel Asunción y Central, y riesgo del dispersión del virus del dengue, zika y chukungunya a nivel nacional”, se comenzaron a liberar algunas partidas presupuestarias especiales, pero siempre corriendo por detrás de las dolencias. En mayo ya se habían diagnosticado más de 3.000 casos de dengue y 56 de chikungunya en Paraguay.
De vuelta a Brasil, como recuerda Patrícia Carvalho de Sequeira, el daño económico comenzó a agudizarse con el recorte de “136 millones de reales (casi 30 millones de euros) en el programa de fortalecimiento del Sistema Único de Salud (la sanidad pública brasileña) 2017”.
El panorama no es el más esperanzador porque para ayudar a controlar al vector de todos estos arbovirus, los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus, según la investigadora, habría que diseñar una “acción multifactorial: políticas públicas de saneamiento, higienización y limpieza de áreas públicas, todo eso unido a que la población ponga de su parte también evitando aguas estancadas y prestando atención a esos depósitos de agua de encima de las casas.”
Si el presupuesto fuera el necesario en la Fundación Oswaldo Cruz, se podría avanzar con estudios como el coordinado por el doctor Luciano Moreira, que ya ha tenido éxito en Australia, Indonesia y Vietnam. Se trata de la liberación de cientos de miles de mosquitos Aedes aegypti con la bacteria Wolbachia incorporada, para que se mezclen con los ya existentes, reduciendo la acción de contagio de dengue.
“Estos estudios de control biológico del vector tendrían un impacto muy importante y merecerían contar con inventivos, incluso más que los de desarrollo de vacunas y medicamentos”, asegura Carvalho de Sequeira.
Paraguay se fija en Brasil en este aspecto. La doctora Inocencia Peralta siempre ha reconocido que “la idea es tener un infectario” para aumentar la capacidad de estudio de estas enfermedades. “El estudio de vectores permitirá probar diferentes tipos de insecticidas naturales que existen para reducir la población de mosquitos, y también permitiría ver si existe mutación del virus, saber qué ocurre en el ciclo de vida del vector.”
Durante la conversación con eldiario.es, la doctora Carvalho de Sequeira repasa boletines epidemiológicos de la Secretaría de Vigilancia de la Salud del Ministerio de Sanidad brasileño. Son decenas de tablas que confirman 51.930 casos de dengue, 14.261 de chikungunya y 1.174 de zika, solo en los tres primeros meses del año.
“Con la epidemia de zika, se quitó el foco sobre el dengue”, dice, “pero el dengue nunca paró de circular, y el dengue mata”. Analiza algunos de los gráficos incluidos en los informes, y comparando con la temporalidad de otros años, adelanta que lo siguiente que le se viene encima a Brasil es un nuevo brote de chikungunya.
Paseando por las avenidas que forman el vasto recinto de la Fundación Oswaldo Cruz –autobuses internos van conectando cada uno de los módulos– se hace difícil aceptar que un país como Brasil no consiga controlar estas enfermedades víricas. Permitir que se asfixie la investigación médica y científica a nivel nacional se sitúa en lo alto de la lista de malas noticias.