“En estas elecciones no tenga dudas: vote a Lula, porque él va a mejorar su vida”. Esta convocatoria fue pronunciada hace cinco días por el expresidente Fernando Henrique Cardoso, jefe histórico del Partido de la Socialdemocracia de Brasil. Tal vez haya quienes se sorprendan por el tono asertivo de un exmandatario que compitió con Luiz Inácio Lula da Silva y triunfó, primero en 1994 y después en 1998.
En esa línea, la posición de José Serra, exministro de Cardoso y excanciller de Michel Temer, también podría resultar desconcertante: figuró entre las primeras personalidades en dar su aval al actual candidato del Partido de los Trabajadores (PT). Y eso a pesar de haber rivalizado con él nada menos que en 2002.
Y ¿por qué no hablar de Geraldo Alckmin? Varias veces gobernador del estado de San Pablo, este político tucano fue quien desafió a Lula en las presidenciales de 2006. Pero ahora es su aliado más estrecho y ocupará la vicepresidencia de su país.
El ascenso de Bolsonaro
Algunos hilos de esta historia deben buscarse en la última década; particularmente en aquellas manifestaciones estudiantiles, que comenzaron en 2013 en la célebre avenida Paulista, contra la entonces presidenta Dilma Rousseff. Desde fines de 2014 en adelante, aquellas primeras expresiones derivaron en movilizaciones gigantescas contra su Gobierno; cuyo punto final fue el impeachment parlamentario que la derribó en 2016.
El vicepresidente Temer asumió el cargo en su lugar y colocó, en puestos claves, figuras de la socialdemocracia cardosista. La expectativa era retornar al poder en las elecciones de 2018. No imaginaron, entonces, que aquel proceso de años contra Lula y el PT, a quienes acusaron de actos de corrupción, de robo de fondos públicos, de destrucción de la empresa estatal Petrobras, entre otras cosas, terminaría con la victoria de un outsider, el actual presidente Jair Bolsonaro.
A partir de ese momento, con el líder petista en la prisión, el imaginario bolsonarista se impuso sobre las concepciones del centro y la derecha tradicionales. Formado según el guion del neofascismo, por los mismos que dieron letra al estadounidense Donald Trump, Bolsonaro logró desplazar y hundir en el anonimato aquella fuerza socialdemócrata de centro, que había crecido y prosperado desde 1994 en adelante.
El Partido de la Socialdemocracia de Brasil intentó recuperar protagonismo cuando Bolsonaro llevaba un año y cuatro meses al mando del Poder Ejecutivo. En abril de 2020, buscó con desesperación el impeachment del actual presidente. Pero esta vez el Parlamento, que se encontraba en una negociación confortable con el presidente, decidió bloquear cualquier intento de destitución. Para los tucanos sobrevinieron tiempos tristes. En las elecciones de medio mandato, perdieron muchos intendentes y concejales. Y en estos comicios, mostraron un notable retroceso en cuanto al número de diputados y senadores.
“No será un gobierno del Partido de los Trabajadores”
Fue entonces cuando los líderes históricos del Partido de la Socialdemocracia de Brasil percibieron que el único político en condiciones de enfrentarse y ganar a Bolsonaro era Lula da Silva. Y allí comenzaron a “trenzar”. A la vez, el actual candidato sabía que tendría dificultades para triunfar, sobre el oponente ultraderechista, a menos que contara con un frente muy amplio. El plan de presentarse con diez agrupaciones de centro y un vicepresidente nombrado por ellos surgió de las reuniones que mantuvieron Lula y Cardoso en los primeros meses de 2021. Se entiende así que Lula insista, ahora, en un tema clave: “Nuestro gobierno no será un gobierno del Partido de los Trabajadores”.
De este modo busca calmar a sus nuevos socios, que se desesperan por el retorno a la “política grande”. El establishment, desde luego, está detrás de ese proyecto; y ya pide a Lula respuestas específicas.
“Tiene que decir cómo va a reorganizar el Presupuesto de 2023 después de la farra fiscal electoralista del bolsonarismo. Sin esa respuesta, el cambio no se estabilizará y será mucho más difícil reducir la inflación y la tasa de interés”, dijo Gustavo Franco, expresidente del Banco Central en los gobiernos de Cardoso. En la misma línea se pronunció otro reconocido miembro de los dueños del poder económico, el también ex presidente del BCB, Persio Arida. Para ellos, está en juego en principio “construir una regla fiscal creíble”.
Es lo que vendrá en los dos meses que faltan para terminar el azaroso 2022: Lula tendrá que negociar a diestra y siniestra. El dirigente dice: “Esto lo sé hacer muy bien”. Habrá que confiar en sus fuerzas para imponer, en ese contexto, sus planes contra el desempleo, el hambre, el desamparo y el colapso medioambiental.