De blanco inmaculado y con cara de consternación, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, aprovechó su esperadísima primera intervención televisiva tras la muerte de Alberto Nisman para deslegitimar la denuncia del fiscal y anunciar la disolución de la actual Secretaría de Inteligencia.
Cristina, amiga de los golpes de efecto, también informó de la inminente creación de una nueva Agencia Federal de Inteligencia, dado que “el existente proyecto no ha servido a los intereses nacionales”. Para los argentinos, la muerte de Nisman parece ser una buena prueba de su fracaso, pero la presidenta se desmarca de las críticas y afirma rotunda que a pesar de las escuchas y el malestar de los fiscales, no va a aceptar presiones. “A mi no me van a extorsionar, no me van a hacer mover un centímetro, es necesaria una profunda reforma también en el poder judicial. Es necesario que los tres poderes del estado exhibamos trasparencia absoluta”.
A pesar de lo dicho, la nueva agencia de seguridad también dependerá del poder Ejecutivo, pero en este caso tendrá que contar con el Senado para poder funcionar. “Es una deuda que se tenía desde el inicio de la democracia con el pueblo”.
Un periodista huye por supuestas amenazas
El pueblo, sin embargo, parece haber entendido que la letra de este tango entra mucho mejor con sangre, y no se muestra muy sorprendido. Las inquietantes revelaciones del Caso Nisman, lo tienen mucho más entretenido, sobre todo a la vista de los últimos acontecimientos, que sitúan en el punto de mira a los medios de comunicación.
“Estoy a salvo” declaró Damian Pachter al llegar al aeropuerto de Tel Aviv. El periodista del diario The Buenos Aires Herald, el primero en informar sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman, aseguró temer por su vida tras haber recibido amenazas por parte de los servicios secretos del país. “Estaba siendo vigilado por un agente de inteligencia, y en Argentina eso no significa nada bueno, seguro que no se quería tomar un café conmigo” declaró.
Damian, con pasaporte israelí, huyó al hogar de sus abuelos sin asimilar todavía el terror que había experimentado en lo que no dudó en calificar como “las 48 más locas de mi vida”.
Razón no le faltaba, cuando la Casa Rosada, a través de la agencia de noticias estatal Télam, se tomó la molestia de informar en su cuenta oficial de twitter del itinerario exacto de su viaje. Primero Montevideo, luego escala en Madrid y por fin, Tel Aviv.
Una ecuación simple. El lunes informa sobre la muerte del hombre que había acusado a la presidenta Cristina Fernández Kirchner de negociar con terroristas, el domingo aterriza a 12.000 kilómetros de su casa con una historia de terror en la mochila, y por el camino vigilan cada uno de sus pasos.
Argentina ya no es un país seguro para nadie que tenga algo que contar. El problema es qué hay mucho que decir y cada vez son más los sectores dispuestos a hacerlo. El descontento general es tan palpable como el desorden gubernamental, que a la vista de los últimos acontecimientos parece incapaz de controlar a la calle, a los medios, y al poder judicial.
Y ahora tampoco a sus espías. La muerte del fiscal que acusó a la Presidenta de negociar la impunidad de los terroristas iraníes sospechosos de haber acabado con la vida de 85 personas en el atentado contra la sede de la AMIA en 1994 ha sacado a la luz la lucha interna que se vive en “La Casa”, el opaco hogar de los servicios secretos del país. Cinco facciones opuestas en pugna por hacerse con el control de los Servicios de Seguridad del país.
“La ex SIDE ha quedado expuesta, esa gran caja negra que nadie sabe qué contiene exactamente”, manifestó un periodista en televisión reproduciendo el sentir general.
Un organismo que nació entre guerras intestinas y que el ex presidente Nestor Kirchner intentó apaciguar en 2004, otorgando poder absoluto a su hombre de confianza, por entonces un desconocido agente de nombre Antonio Stiuso, alias “Jaime”. Carambolas de la vida, hoy pieza fundamental en la investigación del Caso Nisman.
El espía al que conocían todos
La trayectoria de Stiuso es tan oscura como jugosa para el que tenga ganas de investigar. Más de 40 años como espía en Argentina dan para muchas anécdotas, pero quizá la que mejor recuerda el país es la que sin querer protagonizó en 2004, cuando el entonces Ministro de Justicia, Gustavo Beliz, le acusó de corrupción dentro de la SIDE y mostró públicamente una foto de su rostro, la peor afrenta para un espía.
Néstor Kirchner zanjó el asunto en una reunión privada con un tajante “Dejá, de eso me encargo yo” y el Ministro de Justicia acabó pidiendo exilio voluntario en EEUU.
En aquella reunión también estaba Cristina Kirchner y probablemente le vino a la cabeza cuando el pasado diciembre, harta del descontrol de “la Casa”, y arrinconada ante la inminente denuncia de Nisman, decidió jubilarlo. Una maniobra arriesgada dado que Stiuso era el agente que su propio marido había asignado al fiscal como mano derecha en la investigación del Caso AMIA.
Esta claro que algo falló. Stiuso pasó de ser un aliado del Equipo K a convertirse en su principal enemigo. Muchos sostienen que fue precisamente el, quien facilitó a Nisman las pruebas más concluyentes contra Cristina: las escuchas que involucran a hombres de su gobierno con agentes iraníes. Pero todo camino de ida tiene un camino de vuelta.
“Quitaron a Stiuso por pasarle información a la CIA”, declaró Juan Gabriel Labake tres días antes de la muerte del fiscal. “El siguiente paso es Nisman”. Con estas palabras resumía la situación el abogado de uno de los acusados en el caso AMIA. Resultaron literalmente proféticas.
Tras la publicación de Cristina Kirchner de su segunda entrada en Facebook, en la que con un giro de 180 grados aseguró estar convencida de que el fiscal fue asesinado -en la primera estaba segura de que era un suicidio-, el gobierno acusa a Stiuso de ser el ideólogo de la denuncia de Nisman, y cada vez más ostentosamente, también lo trata como el principal sospechoso de su asesinato.
Pero el efecto dominó de esta muerte todavía calificada como “dudosa” es tan imparable como imprevisible. De momento ya ha expuesto a la luz pública el caos que reina en los servicios de espionaje argentinos, temerosos primero de las implicaciones del caso AMIA, y ahora también, de los amenazadores tentáculos del Caso Nisman. La batalla entre las facciones del Equipo K y sus opositores se ha convertido en un striptease mediático. Según un alto funcionario de los tribunales federales “hay una guerra interna entre bandas de la ex SIDE, y Nisman quedó en medio”.
De hecho el primer imputado del caso ha sido su más estrecho colaborador, Diego Lagomarsindo, el hombre que facilitó a Nisman la Bersa calibre 22 que acabó con su vida.
Las escuchas publicadas hasta ahora dejan en clara evidencia los tratos entre agentes del gobierno argentino y representantes del régimen iraní.
Por eso Nisman estaba pletórico el día que presentó la denuncia. “Tengo a los iraníes aceptando en las grabaciones que pusieron la bomba en la AMIA. Lo peor es que tipos de la SIDE le avisaron Moshen Rabbani –clérigo iraní acusado de ser el cerebro de la operación- de lo que iba a hacer el gobierno. Es impresionante”.
Pero en juego de espías el cazador también fue cazado. Según ha explicado una diputada cercana al fiscal, Nisman había recibido amenazas desde Irán.
“Nos contó que había estado amenazado. Lo que más lo había compungido era una de las escuchas que decía que un agente secreto le había pasado información sobre él y su familia a uno de los imputados en la causa AMIA. No podía creer que un fiscal argentino fuera traicionado así”, declaró Patricia Bullrich.
De momento no ha trascendido el nombre del agente que traicionó a Nisman, por el contenido de las grabaciones queda claro que todos los negociadores argentinos hablan con la confianza que da hacerlo con el respaldo de la Casa Rosada, de un gobierno que ahora se desmarca y asegura que nunca trabajaron para él.
¿Entonces… para quién?
Según la cada vez más cuestionada presidenta, “los espías no eran espías, y la verdadera operación contra el gobierno era acabar con Nisman”.
Mientras tanto la fiscal del caso, Viviana Fein, sigue tomando declaración a los protagonistas de la trama, y esta se va oscureciendo a medida que pasan los días. Las declaraciones de los escoltas de Nisman no coinciden y lo que ocurrió durante las diez horas previas a su muerte sigue siendo un misterio.
Resulta complicado pensar que las implicaciones del caso Nisman acaben en el propio Nisman. De ser ciertas las escuchas, hablarían de una diplomacia paralela en la que habrían participado muchos más agentes. Un juego de espías en el que inevitablemente alguien tendría que ejercer de víctima. Pero lo cierto es que si en 20 años de investigación no ha existido ni un solo imputado, en poco más de una semana, ya son varios los nombres que podrían sentarse en el banquillo de los acusados.
Cuesta creer que esta trama se reduzca a una guerra intestina entre espías despechados que operan al margen del gobierno. Sobre todo, porque las conversaciones cruzan la frontera del Atlántico y apuntan directamente a los negocios más turbios del terrorismo internacional. ¿Es eso lo que descubrió Nisman y por tanto firmó su sentencia de muerte? ¿O en realidad prefirió quitarse de en medio?
Los argentinos temen, que como tantos de sus muertos, el fiscal se lleve su secreto a la tumba.