Este 24 de febrero, Sommacampagna amanecía como cualquier otro lunes. En este municipio de la provincia de Verona, sus casi 15.000 habitantes se despertaron para enfrentar el día con normalidad. Al menos aparentemente. En realidad, había algunas diferencias con la semana anterior.
En las farmacias colgaba el letrero 'Mascherine mancanti'; no hay mascarillas. En el parque, los niños en edad escolar jugaban despreocupados. En la panadería, la dependienta atendía a la clientela sirviendo café con su hijo colgando del brazo. Pero allí no se hablaba de otra cosa: la palabra coronavirus flota desde el viernes en el norte de Italia como una presencia innegable.
Hasta localidades de la región de Véneto como Sommacampagna solo han llegado, de momento, restricciones preventivas. “Han cerrado las escuelas y los gimnasios. En mi trabajo hay cambios porque están también vetando las oficinas abiertas al público. Las medidas cada vez son más estrictas y creo que la situación va a empeorar”, dice Alessandro. Este joven residente en el municipio canceló el domingo su viaje a Venecia después de que la autoridad local clausurara antes de tiempo el carnaval. “Mi madre trabaja en un hospital y, racionalmente, sabe que no tiene que preocuparse tanto, pero con estas noticias está muy nerviosa”, añade.
Allí se sienten solo los primeros efectos de una ola de preocupación que comienza a extenderse, al igual que el número de infectados por el virus. Otras localidades no han tenido tanta suerte, como Codogno - de un tamaño similar a Sommacampagna - y los otros diez municipios que se encuentran en cuarentena con medidas mucho más restrictivas. Tampoco otras zonas del norte del país, donde la situación cambia a cada hora que pasa.
Zonas rojas donde se palpa la tensión
La vorágine del coronavirus en Italia comenzó a gestarse el pasado viernes 21, día en que se dieron los primeros casos y en que María Miret, de Madrid, viajó a Milán. “Cuando bajamos del avión al llegar nos midieron a todos la temperatura corporal”, señala. En cambio, contrasta sorprendida, cuando el lunes regresó a Barajas no se encontró ninguna medida de seguridad adicional.
Miret relata cómo cambió la situación durante el fin de semana en la capital mundial de la moda, que cuenta ya numerosos casos de contagio. “En la residencia donde me alojé recibieron el domingo la orden de separar a la gente que compartía habitación en estancias individuales. Ahora en Milán hay policía y ejército por todas partes; el Duomo y los museos están cerrados; el centro, semidesierto; y la mayoría de gente lleva mascarillas”, indica. Sin embargo, también expresa su preocupación sobre que “el metro, el tranvía y los autobuses estén funcionando con normalidad”.
En Bérgamo, donde ha fallecido uno de los afectados por el coronavirus, Fabio (nombre ficticio) asegura sentir “un clima diferente: se nota la tensión y la ansiedad”. Detalles como un estado más fluido de las carreteras y las escenas en los supermercados lo corroboran. “Hay quien ríe y bromea sobre el asunto, pero es verdad que parte de los estantes están vacíos, especialmente los relacionados con limpieza y desinfectantes”, indica. “La gente está empezando a comprar para anticiparse por si faltan existencias, pero no hay episodios de histeria”.
La universidad se detiene en Italia, pero no fuera
Para Paola, una estudiante de doctorado que vive en Trieste, en el noreste italiano, la suspensión de las clases universitarias en las regiones del norte implica mucho más que una semana libre. “Todas las actividades universitarias están bloqueadas, de momento hasta el 1 de marzo. En mi caso, han cancelado las prácticas relacionadas con salud por si algunos estudiantes provenían de áreas donde se han dado infecciones”, explica.
La situación para ella no sería tan dramática si no fuera porque no terminar a tiempo sus prácticas compromete su futuro. “Esto significa no llegar a la fecha en que iba a trasladarme a escribir la tesis en una universidad de Francia. Tampoco sé si aceptarán estudiantes procedentes de áreas en riesgo”, señala Paola. La joven italiana cuenta que algo parecido le ha pasado a una amiga: “Una universidad en Eslovenia ha pospuesto su estancia, prevista para empezar esta semana, y reevaluará la situación después si demuestra que está sana”.
Aeropuertos: trampas o ventanas de escape
El aeropuerto de Milán-Malpensa es el segundo más transitado de país, pero este lunes sus pasillos daban una impresión más discreta. En las retinas de los pasajeros se colaban imágenes que inspiraban a la vez miedo y ternura, como una pareja abrazada que rozaba sus mascarillas o una joven española que había improvisado protección con un trozo de toalla y unos elásticos alrededor de la cara.
“Me ha preocupado venir al aeropuerto, la gente está entrando en pánico”, dice Anna de la ciudad de Pavía, otra de las zonas rojas. La joven es una de las pocas personas que acepta hablar y cuenta que allí, “con los colegios y las universidades cerradas, la gente cada vez es más consciente del peligro y lleva mascarillas por la calle”.
La misma sensación inquietante respecto a acudir a un lugar tan concurrido como un aeropuerto ha tenido Alessandra P. de la zona del Lago de Garda: “Desde Milán voy a Sevilla y luego a Tánger, y me lo he pensado dos veces antes de venir. La situación es objetivamente preocupante, se nota que la gente está intranquila y también sorprendida. Que en un fin de semana haya pasado todo esto parece una película de ciencia ficción”.
Caterina S. ha ido solo a acompañar a su hijo desde Suiza y confiesa que, “aunque tenía previstas unas vacaciones en Nápoles o Roma, no voy a reservar nada hasta que todo esto pase”. La mujer asegura que de momento los suizos solo miran la situación con recelo, “a lo lejos”. En otro país limítrofe, Austria, el domingo suspendieron todo el tráfico ferroviario con Italia.
La pregunta sobre qué hacer con las fronteras prolifera en las redes sociales, donde además empieza a abundar la desinformación, que desata el pánico. Y viceversa. “Ante el miedo, la gente está empezando a inventar historias. Mis amigos han estado compartiendo noticias falsas que hablaban de casos de infección en sitios donde aún no había ocurrido nada. Incluso había un enlace a una noticia falsa que luego ha desaparecido”, indica Alessandro de Sommacampagna.
La sensación de tener que marcharse
En el aeropuerto se siente una calma inquieta, las horas pesan. Entre los viajeros de ese lunes anormal también había gente de Japón, de Corea y China. Es el caso de un estudiante chino que no quiere dar su nombre y que asegura que vuelve a casa “porque aquí no pueden controlar el virus”. Para demostrarlo saca su móvil y muestra las cifras; también fotos de supermercados vacíos.
Lleva en Turín desde septiembre, y ahora la capital de la región del Piamonte es otra de las grandes afectadas por el coronavirus. Pero el estudiante asegura que en su ciudad de origen “todos se han recuperado” y que su familia cree que es lo más “seguro y sensato”. Pasa la noche del lunes en el aeropuerto, por miedo a que le cierren el acceso.
Mientras, el norte de Italia respira una atmósfera contradictoria, cuya dirección cambia rápidamente. Alessandro resume la sensación general: “Creo que algunas medidas son exageradas, pero tampoco creo que vayamos a volver a la normalidad en una semana. No me siento encerrado pero, desde luego, mi libertad está limitada”.