Todos los miércoles, el corresponsal de elDiario.es Andrés Gil explica las claves de lo que sucede en el EEUU de Donald Trump. Porque lo que pasa en Washington no se queda en Washington.
Trump prometió hacer América grande, pero de momento hay poca eficiencia y mucho caos

Esta semana he estado de visita. He ido a ver a una “artista negra revolucionaria” –según se leía en el museo– que se había instalado en la misma calle donde vive Donald Trump y estaba a punto de hacer las maletas. Se trata de Elizabeth Catlett (1915-2012), pintora, escultora, grabadora, cuya obra estaba ocupando una planta del East Building de la National Gallery de Washington DC, en la esquina de la calle 4 y Pensilvania Avenue, la calle de la Casa Blanca.
Les separa media hora caminando, que tampoco es tanto en distancia física, pero supone una galaxia entera en la forma de entender el mundo.
Catlett ofrece una lección sobre la unidad de las clases subalternas y la reivindicación de sus derechos: su obra más representativa es un gran puño cerrado, llamado unidad negra, una causa muy presente en sus trabajos, entre los que se encuentran homenajes a las Panteras Negras.
Y cuando se mira al gabinete de Donald Trump, que se ha reunido este martes en la Casa Blanca, y ve que solo hay una persona afroamericana; cuando se ve que quita el nombre de Harvey Milk, un activista de los derechos LGTBI, a un barco de la Armada; que anuncia que los cuarteles recuperarán nombres de militares del Sur –el bando esclavista–; y que boicotea el Juneteenth, la celebración más antigua de EEUU que conmemora el fin de la esclavitud, se constata el retroceso tan grande que está viviendo EEUU con Trump.
El Juneteenth, que este año ha sido incluso criticado por el presidente de EEUU por ser festivo, recuerda el 19 de junio de 1865, el día en que el general del Ejército de la Unión Gordon Granger llegó a Galveston, Texas, y anunció a un grupo de esclavos que la Guerra Civil había terminado y que eran libres.
Bailando en el caos
Mientras Donald y Melania Trump bailaban el 4 de julio por la noche y veían los fuegos artificiales, hacía horas que circulaban las noticias de una trágica inundación –más de 100 muertos y más de 170 desaparecidos– ese viernes por la mañana en el centro de Texas. Ya se sabía que había muertos y decenas de niñas desaparecidas. Pero Trump sólo tenía tiempo para una gran celebración de su megaley fiscal que prevé recortes en impuestos y prestaciones sociales, a la vez que dispara el gasto en defensa y la lucha contra la migración.
Trump no sólo bailó en el balcón de la Casa Blanca, sino que se cogió un helicóptero y un avión para, como cada viernes, irse a su campo de golf de New Jersey a pasar el fin de semana jugando y derivando dinero público a un negocio privado suyo.
Pero, claro, 48 horas después de aquel baile, cuando estaba de vuelta el domingo por la noche, los periodistas le preguntaron por las consecuencias de los recortes en el Servicio Nacional de Metereología, por los planes para desmantelar la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA), y las únicas palabras que pudo articular tuvieron que ver con amagar con culpar a Biden y con llamar a la oración.
¿Por qué seguía en una zona peligrosa e inundable el Mystic Camp? ¿Por qué pilló a las niñas dormidas la crecida y nadie dio la orden de desalojar la zona? ¿Cómo afectaron los puestos de trabajo que faltan en la oficina local del Sistema Meteorológico Nacional local? ¿Ha aprendido algo Trump de la necesidad de una agencia federal para ayudar tras una tragedia? ¿Por qué han tardado tanto las autoridades en comunicar la dimensión de la tragedia?
La agenda ultra de Trump y su Departamento de Eficiencia (DOGE) encomendado a Elon Musk tienen un horizonte claro: la destrucción de lo público y el adelgazamiento del Estado –salvo cuando se habla de defensa, las fronteras y los servicios contra la migración– por la vía de los despidos, la eliminación de agencias federales y el recorte masivo de impuestos que santifica la megaley fiscal.
Ese pack ideológico tiene consecuencias en el mundo real, como escribía este martes en su voto particular la jueza del Supremo Ketanji Brown Jackson sobre una sentencia del Tribunal que allana el camino a los despidos masivos en el Gobierno federal: “Esta orden ejecutiva [de Trump] promete despidos masivos de empleados, la cancelación generalizada de programas y servicios federales y el desmantelamiento de gran parte del Gobierno Federal tal como lo creó el Congreso”.
En efecto, cuando en 2025 existe tecnología y conocimiento para monitorizar los fenómenos meteorológicos como nunca antes, y la Administración promueve recortes y despidos; cuando el cambio climático genera inundaciones exprés como las de Texas y tienes un presidente que se mofa de los meteorólogos porque previeron lluvia a la hora del desfile en el día de su cumpleaños y al final no llovió en Washington y se sintió víctima de una conspiración para desincentivar a las masas salir a la calle; y cuando un Gobierno apuesta por eliminar organismos federales –salvo los Ejércitos, claro, o la Guardia Nacional, que se lo digan a California– que son los encargados de coordinar y de responder ante catástrofes....
Cuando pasa todo eso, lo normal es que haya preguntas incómodas –tachadas de “perdedoras” por parte del gobernador republicano de Texas– y que se ponga en evidencia que aquellos gobiernos que apuestan por los recortes en servicios no ganan en eficiencia, sino en caos y desprotección para los que lo necesitan.
Y multiplicando el desconcierto
¿Cuándo se aplican los aranceles? ¿Qué aranceles? ¿A quiénes? Hay que seguir el minuto a minuto de Donald Trump, y aun así no hay manera de aclararse.
Trump aprobó unos aranceles el 2 de abril, que el 9 pausó hasta el 9 de julio y ahora el 7 de julio ha vuelto a pausar hasta el 1 de agosto. Y, mientras, hay unas negociaciones sobre la base de una fórmula tramposa por la cual Trump confunde deliberadamente el déficit comercial con los gravámenes al comercio. Una cosa es que EEUU compre a la UE más que la UE a EEUU, y otra cosa es que la UE ponga a EEUU más aranceles.
Pero eso es lo de menos ya. Lo de más es el desconcierto que genera en la economía de EEUU y en la del resto del mundo con tantas idas y venidas. Este mismo martes anunció un arancel del 50% al cobre, por ejemplo.
Y, aunque se enfade Trump con la Fed por no bajar los tipos de interés... ¿cómo va la Fed a bajar los tipos si todavía se tiene que ver cómo afectan los aranceles a la inflación, y para eso tienen que entrar en vigor?
Un desconcierto que no solo es económico, también está siendo geopolítico. De repente, este martes, Trump ha dicho en la reunión de su gabinete que “Putin suelta un montón de tonterías [bullshit], porque es muy amable todo el tiempo, pero no se traslada luego en nada”. En cuanto a posibles sanciones, ha respondido: “Lo estoy considerando. Es algo que queda a mi entera discreción. Lo estoy considerando muy seriamente”.
Y Trump ha dicho esto sobre Putin un día después de reanudar unos envíos de armas a Ucrania que se habían paralizado cinco días antes. Y después de haber basado su política internacional desde que llegó a la Casa Blanca en una entente con Rusia que dejaba a Ucrania pendiente de un hilo.
Por no hablar de la bronca interna que hay ahora en el MAGA, el movimiento trumpista, por haber pinchado desde el Departamento de Justicia las teorías de la conspiración en torno al pederasta Jeffrey Epstein que ellos mismos habían alimentado antes de llegar al poder. Hasta tal punto es así, que Trump ha abroncado este martes a un periodista por preguntarle sobre ello: “¿Sigues hablando de Jeffrey Epstein? Se ha hablado de este tipo durante años. ¿Y todavía se habla de este tipo, de este cretino? Es increíble. No puedo creer que preguntes sobre Epstein en un momento como este, cuando estamos teniendo grandes éxitos y también tragedias”.
Del creador del Departamento de Eficiencia, lo que se recoge cada día es desorden, caos e ineficiencia.
Y por aquí lo voy dejando ya. Gracias por estar ahí y hasta la semana que viene.
Andrés.
Sobre este blog
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