Cuba: después de las protestas, la criminalización
Ya Luke Shaw había metido el primer gol del partido final de la Eurocopa cuando Laura Vargas sintió los gritos de las personas que se congregaban en el parque de la calle Fábrica, en el habanero barrio de Luyanó. Ella había visto en Facebook imágenes de la protesta social que se había iniciado horas antes en San Antonio de los Baños, a 35 kilómetros de su casa. Salió como estaba vestida: con una camiseta y unas chancletas. Cogió su teléfono y junto a su novio se unieron a los manifestantes.
“No sabíamos bien qué hacer, si coger o no por la avenida principal, ni que destino tomar, al final decidimos ir rumbo al Capitolio. Al principio éramos cerca de 50, pero nos encontramos con otros grupos por el camino. Me sorprendió la cantidad de personas muy jóvenes y los adultos mayores. Un muchacho, a quien no conocía, iba diciendo no a la violencia, no se dejen provocar y otras frases para tratar de mantener la calma, otras personas gritaban ¡Libertad!, ¡Patria y Vida!, ¡Hasta cuándo esto! Él fue el primero que la Policía se llevó”.
Serían las cuatro de la tarde del domingo 11 de julio de 2021 cuando Laura llegó al Capitolio, la sede del Parlamento nacional y el punto cero de la ciudad. En ese momento, el presidente Miguel Díaz-Canel comenzaba una transmisión en televisión nacional.
“Sabemos que hay otras localidades del país donde grupos de personas en determinadas calles y plazas se han concentrado movidas también por propósitos tan malsanos. Convocamos a todos los revolucionarios a salir a las calles a defender la Revolución en todos los lugares”.
Una orden de combate dio el presidente para que comenzaran los enfrentamientos en las calles. Sus partidarios también salieron. Se registraron protestas en más de 40 localidades en todas las provincias del país y las fuerzas de seguridad trataron de reprimirlas. Este hecho es inédito en los últimos 60 años en Cuba, nunca antes el pueblo había tomado las calles de forma masiva para protestar contra el Gobierno; pero sus causas se fundamentan en la crisis económica y social que vive el país agravada por un aumento de casos de COVID-19.
No fueron protestas ordenadas. La gente salió a la calle sobre todo en barrios pobres y zonas marginales. Salieron esos que tienen que hacer largas colas en las tiendas para comprar alimentos a precios excesivos, esos a los que las palabras “bloqueo económico” y “confianza en la Revolución” no les resuelve el plato de comida o las medicinas que necesitan y que escasean, esos que han tenido apagones eléctricos casi a diario en el último mes de más de cuatro horas.
Ese día también volcaron carros policiales, saquearon tiendas estatales y, en algunos casos, tiraron piedras, palos o botellas de cristal; pero también recibieron golpes, abusos desproporcionados de la fuerza pública y detenciones. Una semana después todavía hay personas que no han regresado a su casa.
Para Yunior García, joven dramaturgo que se presentó junto a otros artistas frente a la sede del Instituto Cubano de Radio y Televisión para exigir 15 minutos de réplica al aire, “el 11 de julio se rompió totalmente el mito de los grupúsculos. Se dejó bien claro que hay una gran parte del pueblo de Cuba que está harta, que ya no quiere este pacto social que ha durado demasiado tiempo y que se ha oxidado, que está anquilosado, que es obsoleto, que ya entró en fase terminal de obsolescencia”. Yunior fue apresado e interrogado junto a otros jóvenes que no cometieron ningún delito. En su página de Facebook ha relatado lo que vivió en las horas posteriores a las protestas. “Fui detenido con el mismo desprecio con que Hitler trataba a los judíos en la Alemania nazi. Y en mi celda para 12 personas en el Vivac, éramos tan diversos como en una República”, ha escrito.
No había un liderazgo, nadie les dijo a las personas lo que podían hacer o no, o a dónde dirigirse, la llama se fue esparciendo y en cada lugar de Cuba hay una historia distinta. Las motivaciones fueron personales. En todos los casos había asombro y euforia. Laura y Yunior son solo dos visiones de los miles que estaban en las calles el domingo –y en muy pocos casos, el lunes– y que el Gobierno ha llamado confundidos, delincuentes o mercenarios.
A las protestas siguió una interrupción nacional del servicio de Internet por datos móviles y la deslegitimación de los hechos. La versión oficial es que “los sucesos se trataron de disturbios y no de manifestaciones pacíficas espontáneas, responden a un plan extranjero y son parte de una guerra mediática contra Cuba”. El bloqueo, el Gobierno de Estados Unidos y los medios de comunicación cargan sobre sus espaldas la responsabilidad por estos actos.
Durante mucho tiempo, el Gobierno norteamericano ha alentado planes y financiado disidentes en Cuba, es sabido; pero la política ha cambiado, las reglas del juego y la legitimidad de los actores es otra y también las voces que quieren cambio.
En Cuba el Gobierno no concibe a una oposición, no de forma pública, regulada y con derechos políticos. Ha vivido sin ella por muchos años.
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