Cuando Rob Madigan se convirtió en el mánager del Porters Lodge, un pub situado en la zona financiera de Londres, lo primero que hizo fue colgar una diana de dardos. Un par de semanas después, dos equipos ya habían convertido el Porters Lodge en su nueva casa. Visto el éxito, Madigan colocó una segunda diana. En menos de un año, el pub acogía hasta veinte equipos de dardos, casi todos ellos compuestos por compañeros de trabajo en empresas de la City, la milla cuadrada en la que tienen sede algunas de las principales entidades bancarias, firmas de abogados, aseguradoras y demás compañías de traje y corbata.
A medida que el pub ganaba popularidad entre los fanáticos de los dardos, Madigan iba pintando paredes de negro para poder seguir colocando más dianas y deshaciéndose de mesas para ganar espacio. Se ríe cuando recuerda que su estancia en el Porters Lodge en teoría iba a ser pasajera. “Mi amigo en ese pub me había llamado para pedirme si podía cubrirle durante una o dos semanas”. Madigan se encontró con un discreto local que servía comida tailandesa y contaba con una mesa
de billar y algunas noches de karaoke. Cuando devolvió las llaves del Porters Lodge casi cinco años después, el pub era la sede de cuarenta equipos, más que ningún otro bar en Londres, y el karaoke estaba en marcha todas las noches hasta las tres de la mañana. “Los jugadores intentaban terminar sus partidas antes que los demás para tomar control de karaoke”, rememora Madigan.
La gran competencia del Porters Lodge durante ese tiempo era el Horseshoe, un pub en el barrio de Clerkenwell, justo pasados los límites de la City. El trabajo de Madigan en su pub hizo que el Horseshoe tuviese que mejorar sus facilidades para no quedarse atrás en la disputa por ser el epicentro de la cultura de dardos londinense. Pero esa rivalidad ya no existe. El edificio en el que estaba el Porters Lodge ha sido demolido para dar paso a un moderno bloque de oficinas.
Hoy, para conocer el mundillo de los dardos de primera mano basta con entrar en el Horseshoe, pedirse algo en la barra, cruzar la planta principal y subir las escaleras. Es en el segundo nivel donde cuatro dianas en las paredes convierten un simple espacio en el paraíso de todo aficionado a los dardos. A excepción de una pequeña luz situada encima de cada diana, la sala está oscura una vez cae el sol. Dos de las dianas cuentan con un marcador digital. En las otras dos se recurre a la tiza para dejar constancia de la puntuación. Cerca de cada diana hay algunas mesas elevadas para que el jugador apoye su bebida mientras lanza. También hay otras mesas y sillas de plástico desperdigadas por el habitáculo. Es un sitio cutre a ojos de la mayoría de los mortales; místico y romántico para el insaciable jugador de dardos.
Dos señores mayores acaban su partida y toman asiento. Cerveza en mano repasan batallitas. También conversan sobre sus respectivos dardos y sobre qué números les parecen los más complicados de acertar en la diana, una diana en la que a todos los números del uno al veinte les corresponde el mismo espacio.
-El doble ocho y el doble dieciséis.
-¿Qué me dices?
-Sí, el doble ocho y el doble dieciséis me cuestan horrores.
Existe la falsa idea entre gente ajena a los dardos de que el objetivo es darle al círculo rojo del centro de la diana, el llamado ojo de buey, bull’s eye en inglés. Pero el jugador suele apuntar al triple 20. Es preciso explicar el formato de las partidas. Se juega una cuenta atrás, normalmente desde 501. Los jugadores tienen que llegar hasta cero antes que su contrincante a base de obtener puntuaciones que se restan del 501 inicial. La sección de la diana correspondiente a cada número tiene a su vez dos franjas estrechas, una interior y otra en el borde exterior, que representan respectivamente el triple y el doble de ese número. Por ejemplo, si en la primera tirada se le diese a la franja interior de la sección del 20, eso sería el famoso triple 20, que le restaría 60 puntos a 501 y la puntuación pasaría a ser 441. Darle al centro de la diana, en cambio, son 50 puntos, y darle al círculo verde que rodea el ojo de buey son 25. Cada jugador tiene tres dardos porque en cada turno dispone de tres lanzamientos.
Algo a tener en cuenta: para poder cerrar una ronda, hacer checkout, es necesario llegar a cero con un doble, es decir, acertando al borde exterior de un número cuyo doble sea la cifra que queda por restar. Por ejemplo, si un jugador estuviese en 36, podría hacer checkout si le diese al doble 18. Pero se suelen buscar combinaciones más complejas lo antes posible. Pese a que el juego de los dardos parezca extremadamente simple, y quizás lo sea, implica ejercicios matemáticos de forma constante, aunque a los jugadores más experimentados esas operaciones les salen de forma automática. Si un jugador estuviese, por ejemplo, en 124, podría intentar hacer un checkout con un triple 20, un triple 16 y un doble 8. Aquel señor mayor del Horseshoe no intentaría esa jugada.
Los checkout son uno de los temas de conversación más recurrentes entre los jugadores de dardos. Madigan recuerda con cariño la noche en la que logró su mejor checkout: “Quedaban 167 puntos. Hice triple 20, triple 19 y bull’s eye (cuando quedan exactamente 50 puntos, se puede cerrar la jugada dándole al ojo de buey). Estaba jugando mientras trabajaba en la barra. El pub estaba hasta arriba de gente y de repente me avisaron de que era mi turno. Le pedí a los clientes que se esperaran un segundo, dejé la barra, cogí mis dardos y bam, bam bam. El pub enloqueció, los otros jugadores me empezaron a mantear... Solo lo he logrado una vez en mi vida”. Un buen checkout es el equivalente en el mundo de los dardos a un gol de volea por toda la escuadra.
Avanza la tarde en el Horseshoe. Un grupo de oficinistas han terminado su partida en parejas y se dirigen a por una nueva ronda de cervezas en el piso de abajo. La pareja ganadora le cuenta a la otra que están a punto de conseguir que instalen una diana en su oficina. “¿En serio?”, exclama fascinado uno de ellos, como si le acabasen de describir la culminación del sueño de una vida.
Entonces irrumpe en la sala un tipo con boina. Es Madigan. Un tiempo después de que dejara el Porters Lodge, recibió la llamada del dueño del Horseshoe. Desde hace más de cuatro años es el mánager del que un día fue su máximo rival. Pero el vínculo de Madigan con el Horseshoe viene de antes. “Empecé a beber y a jugar a los dardos en este pub cuando llegué a Londres con 20 años”. Madigan, ahora en la cincuentena, es norteño, de Merseyside. Lo desvela su acento y su pasión por el Everton. Es un hombre de dardos de toda la vida.
Antes de llegar al Horseshoe, Madigan trabajaba para un conglomerado de pubs. Su rol consistía en tomar de forma temporal las riendas de establecimientos que atravesasen un momento delicado con el objetivo de sacarlos adelante. O como él lo explica de forma más escueta: “Mi trabajo era salvar pubs”. A cada pub que llegaba, Madigan colocaba una diana. Recuerda con orgullo un pub venido a menos en el que puso una y otro pub vecino también se animó. Gracias a eso, aún a día de hoy esos dos pubs albergan torneos entre varios equipos.
El ambiente es más competitivo en las ligas de la zona financiera de Londres, la City. “Se enfrentan equipos de compañías que ya compiten en el mercado, así que también quieren ganarle al rival jugando a los dardos”, observa Madigan.
Pero que un pub pueda subsistir gracias a los dardos se ha convertido en una verdad a medias. Por lo menos en Londres, donde el suelo y el techo se valoran en cantidades desorbitadas. Peligra la vida de este pasatiempo en los establecimientos de la capital. El Horseshoe aguanta porque es toda una institución y porque ha atraído a muchos equipos que han tenido que abandonar pubs en los que se han descolgado las dianas. “Los pubs de dardos lo tienen difícil por una cuestión de espacio: en el hueco que ocupan dos personas jugando a los dardos podría haber dos o tres mesas en la que los clientes cenen”, explica Madigan. Muchos pubs de vieja escuela se han convertido en gastropubs porque servir comida aporta más beneficios. Madigan lamenta esta situación. “Sería una pena perder la cultura de los dardos. Cada vez hay menos pubs con dianas. En la City el asunto está complicado porque hay muchas ligas pero pocos pubs en los que jugarlas”.
Los ingleses llevan lanzando dardos a una diana desde el medievo. Entonces era una versión más rudimentaria que el juego actual, si es que es posible concebir algo más rudimentario. El juego tal y como lo conocemos cobró forma hace unos 130 años. Palabras del experto en dardos Patrick Chaplin: “Se juega a los dardos desde la época victoriana. El juego ganó popularidad en los años 20 y 30 y se convirtió en una parte muy importante de la cultura de pubs inglesa. La mayoría de la gente que iba a los pubs eran hombres que regresaban de las fábricas o de trabajar en el campo y buscaban algo con lo que entretenerse mientras bebían”. Pero los dardos no eran un juego exclusivamente para hombres. Chaplin asegura que en los años 30 el número de mujeres interesadas en los dardos creció considerablemente después de que la Reina Isabel, más tarde conocida como la Reina Madre, apareciese en la portada de varios periódicos jugando a los dardos. Aunque la mayoría de jugadores son varones y algunos pubs tienen ligas exclusivamente para mujeres, los dardos se consideran un juego mixto.
A Chaplin también se le conoce como Dr. Darts porque cuenta con un doctorado en la historia de los dardos. “En 1978 empecé a ir a beber y a jugar a los dardos en un pub llamado The Blue Moon y me uní a un equipo. Pronto comencé a elaborar una newsletter en la que recopilaba nuestros resultados y añadía algún que otro apunte. Un día alguien me preguntó si sabía cuál era la historia de los dardos. Le respondí que me diese dos semanas”. Chaplin empezó a investigar y esas dos semanas se convirtieron en un mes, en un año, en treinta años. A día de hoy sigue investigando. En 1985, otro conocido del pub le preguntó ‘¿ya que sabes todo esto, por qué no haces algo con ello?’. Así que fue a la universidad y acabó haciendo un doctorado sobre la historia de los dardos porque consideraron que era una contribución original. Su tesis dio forma al libro Darts in England 1900-1939 - A Social History, publicado en 2009. Desde entonces ha sacado otra media docena de libros sobre dardos. Y sigue jugando en el pub, con dardos personalizados en los que pone 'Dr. Darts'.
Chaplin explica que la historia de los dardos tuvo un punto de inflexión en los años 60 y 70. “Se crearon las primeras ligas importantes y se formó la Organización Británica de Dardos (BDO). Lo que hicieron fue llevarse los dardos del pub a la televisión y consiguieron reunir muchos patrocinadores”. De pronto algunos jugadores pasaron de lanzar dardos en sus respectivos pubs a convertirse en estrellas a nivel nacional. La simple naturaleza de los dardos como juego y su vínculo al pub hacía posible que tipos de mediana edad con barriga cervecera fuesen los referentes de este fenómeno en pleno auge mediático.
Con los años 90 llegó un nuevo cambio que marcó la historia de los dardos. Después de que las retransmisiones televisivas fuesen a menos, algunos de los mejores jugadores se rebelaron contra la BDO porque consideraban que estaban explotando el producto por debajo de su potencial. Así que desertaron de la BDO y crearon un organismo independiente bautizado como el Consejo Mundial de Dardos (WDC) que pronto pasó a llamarse Corporación Profesional de Dardos (PDC). Una situación similar a la que se vio en el fútbol con la creación de la Premier League.
La PDC cuenta con todos los grandes nombres del mundo de los dardos y es, por tanto, donde está el dinero. La BDO sigue organizando sus propios campeonatos, pero en cuanto uno de sus jugadores despunta, lo normal es que se una a la PDC. Ambas organizaciones celebran su mundial anual en navidad. El de la PDC tiene lugar en el Alexandra Palace, un gran recinto en el norte de Londres. Es todo un show. Cada jugador tiene una canción con la que salta al escenario en el que se encuentra la diana, como si de un combate se tratase. Miles de personas acuden disfrazadas, con pancartas que leen mensajes absurdos y con predisposición a agotar las reservas de cerveza. De hecho, se sirven pintas dobles. Antes los árbitros pedían silencio cuando los jugadores iban a tirar. Ahora el bullicioso ambiente de fiesta es constante.
Pero este espectáculo no cuenta con la aprobación de algunos aficionados de vieja escuela, que siguen apoyando a la BDO. Aunque la PDC haya ayudado a que los dardos ganen más popularidad, continúa generando rechazo entre los más puristas porque sienten que la burbuja de la élite se distancia demasiado de la esencia de los dardos como juego de pub. Los detractores de la PDC no se ven representados por el público que sigue los grandes campeonatos, pues generalmente no son la clase de gente que formarían parte de una liga de pub, como sí que ocurre entre los seguidores de la BDO.
Por supuesto, existen excepciones. Antiguos compañeros de trabajo, Tom Brandhost y Jack Harry tienen 26 y 25 años y son los dos jugadores más jóvenes no solo del Jim Bowen’s Speed Boat, el equipo del Horseshoe, sino que también de toda la liga en la que compiten. Ambos se engancharon a la cultura de los dardos tras haber seguido por televisión los mundiales de la PDC durante las fechas navideñas. Cuando volvieron a la oficina en enero, decidieron hacer el regreso a la rutina más llevadero yendo al pub a la hora de la comida para jugar a los dardos. Así es como conocieron a Madigan, que tras verles practicando día sí, día también, les invitó a unirse al equipo del pub. Ahora compiten cada semana, en el Horseshoe si son el equipo local; en otro pub si juegan como visitantes. Harry tiene claro que si no fuese por las retransmisiones de la PDC nunca habrían llegado a tener el interés necesario como para acabar formando parte de un equipo.
Brandhost y Harry ya disfrutaban echando partidas entre ellos, pero jugar en un equipo ofrece una experiencia más cercana a la cultura de dardos londinense en su expresión más genuina. “Somos los más jóvenes en la liga, así que cuando le ganas a alguno de los veteranos te sientes genial. Ganarle en un partido de liga a un señor mayor random te aporta un subidón de endorfina que no obtienes jugando contra tus amigos”, afirma Brandhost. “El ambiente es muy inglés. Tiene gracia porque entras en contacto con tipos de la vieja escuela con los que de normal nunca interactuarías, la clase de gente que si entrases a su pub te miraría como diciendo '¿qué haces aquí?', pero como vas a jugar a los dardos te dan el visto bueno”. Su amigo Harry coincide: “Es como meterse en una cápsula del tiempo y regresar a un Londres antiguo”. Y Brandhost añade: “Es probable que su punto de vista sea muy distinto al nuestro. No me sorprendería que más de alguno apoye el Brexit y que tenga opiniones que nosotros no compartamos. Pero el juego de los dardos es muy intenso, está lleno de momentos dramáticos, y hace que cuando juguemos se cree un vínculo especial entre todos”.
El caso de Brandhost y Harry es un tanto inusual. Pero más curiosa si cabe es la historia de Justin Irwin. En 2004, Irwin dejó su trabajo como director en una empresa para jugar a los dardos. Tras haber visto a los profesionales por la televisión, pensó que practicando a diario podría llegar a disputar el mundial de dardos en menos de un año. Su aventura quedó recogida en el libro Muder On The Darts Board. Fue un año en el que Irwin vivió en primera persona el duro camino a un Olimpo de los dardos que nunca alcanzó. Viajó por el país para jugar en toda clase de locales,llevándose algunas alegrías y acumulando muchas otras decepciones.
Cualquier persona puede jugar a los dardos. Los profesionales parecen tipos cualquiera. Pero para llegar a lo más alto, además de mucha práctica, hace falta cierta habilidad natural, una conexión con la diana que no se puede adquirir de la noche a la mañana, ni si quiera de un año a otro. Irwin fracasó en su intento, pero aprendió mucho sobre la cultura de dardos, desde el pub hasta las competiciones más serias. Y escribió un libro bastante divertido.
Además de la práctica y del talento natural, hay otro elemento que todos los jugadores de pub tienen en cuenta: la bebida. Los profesionales antes bebían hasta en el escenario durante los partidos. Ahora eso ya no se ve, pero sigue siendo un aspecto muy ligado a la cultura de los dardos porque la escena amateur se desarrolla en pubs. Irwin considera que esto contribuye al aspecto social de los dardos: “La gente suele jugar para ganar, pero al final de la partida están dándose la mano con el rival por décima vez”. Brandhost y Harry coinciden en que en el mundo de los dardos la bebida siempre está presente. “Lo mínimo que he bebido en un partido son tres pintas”, dice Brandhost. “Creo que es difícil jugar en una liga de dardos sin que esto afecte a tu vida normal porque cada martes te acabas bebiendo seis pintas”.
Harry menciona que no solo forma parte de la vertiente social de los dardos, sino que también existe la creencia de que afecta al rendimiento del jugador: “Se suele hablar de una zona mágica: cuando no estás ni demasiado sobrio ni demasiado bebido, cuando no te estás concentrando mucho ni concentrando muy poco. Existe un parámetro mitológico entre la tercera y la cuarta pinta en el que todo encaja”.
Esta es la cultura de los dardos. Un juego cuya esencia reside en los pubs que se resisten al cambio. Un juego social, aunque con un vínculo muy estrecho con la bebida. Un juego adictivo. “Sigo sin cansarme”, dice Irwin más de quince años después de que comenzara su desafío. “Es un juego absurdo: estás lanzando una pieza de metal a una diana. Y sin embargo, es tan satisfactorio cuando lo haces bien. Y tan frustrante cuando lo haces mal”. No todo el mundo puede hacerse profesional, pero cualquiera, sin importar clase o género, puede disfrutar echando una partida en el pub.