Los debates de la campaña electoral española, como el de la noche del lunes entre Rajoy y Sánchez, han servido a las televisiones para recordar todos aquellos grandes duelos políticos en campaña que presuntamente tuvieron una importancia clave en el resultado en las urnas. Entre todos ellos, no hay debate más conocido que el que mantuvieron John Kennedy y Richard Nixon el 26 de septiembre de 1960, un encuentro que tiene un carácter casi mítico en el periodismo político, en especial al hablar de campañas y del poder de la televisión.
Como con todos los mitos, la relación entre lo que se cuenta de él y la realidad es discutible. Uno de los comentarios más citados es el que hace referencia a la diferencia en la respuesta de los que vieron el debate por televisión y los que lo escucharon por la radio. Los primeros cayeron bajo el embrujo del joven y bronceado Kennedy, de 43 años, y los segundos dieron como ganador al más veterano y sudoroso Nixon, de 47 años.
Quizá fuera cierto, quizá no. Lo que es indudable es que no hay pruebas sólidas que respalden esa afirmación.
Sólo hay una encuesta que planteó la pregunta en términos con los que se pudiera establecer esa comparación entre las dos audiencias. La realizó la empresa Sindlinger and Company con una muestra de 2.138 personas. Los resultados parecían concluyentes, y ahí está la base del mito. A la pregunta de quién ganó el debate, el 48,7% de la audiencia radiofónica dijo que había sido Nixon y sólo el 21% apostó por el futuro vencedor de las elecciones. Entre los encuestados que lo habían visto por televisión, la diferencia era escasa, pero favorable a Kennedy: 30,2%-28,6%.
No parece una diferencia tan amplia como para sostener un mito que se repite constantemente.
El problema de esa encuesta es que su muestra en relación a los que habían escuchado el debate por la radio no era muy representativa. En el sondeo, en el que se preguntó también de otras cuestiones, se contactó con 2.138 personas. Los que habían seguido el debate por la radio eran 282. De ellos, 178 expresaron una opinión sobre el ganador.
No se conservan los datos cruzados con las preferencias ideológicas y origen de los encuestados, un dato relevante. Según Steven Chafee, profesor de la Universidad de California Santa Barbara, es probable que los que sólo siguieron el acontecimiento por la radio vivieran en su mayoría en zonas rurales y fueran en su mayoría protestantes y por tanto nada partidarios de Kennedy por su religión católica. No es aventurado deducir que esa parte de la audiencia que vivía en zonas de alto porcentaje de votos en favor del Partido Republicano estuviera predispuesta a apoyar a un candidato conservador como Nixon.
A partir de ahí, las especulaciones razonadas siempre tuvieron algo en que apoyarse. La voz grave de Nixon podría haber funcionado mejor en la radio. El aspecto atractivo de Kennedy ofrecía una imagen más saludable que la mirada un tanto huidiza de su rival. Pero muchos de los análisis se hicieron a partir de los datos de esa encuesta cuando menos discutible de Sindlinger. Sin prestar atención al contenido del debate, se dio por hecho que la victoria de Kennedy en unas elecciones muy disputadas se debió sobre todo a su aspecto físico y a su facilidad para comportarse ante las cámaras, lo que supuestamente inauguró la era de la democracia televisiva, ya en los años del blanco y negro.
En un estudio, David Vancil y Sue Pendell dejaron claro hace más de 25 años que ese análisis no se basaba en hechos, sino en una forma de buscar a posteriori una justificación a algo ya conocido, la victoria de Kennedy. “La deducción de que los problemas de apariencia causaron la derrota de Nixon o la victoria de Kennedy (en el debate) es un caso clásico de la falacia post hoc” (aquella que dice que si un hecho sucede después de otro, el segundo es consecuencia del primero). El mito derrotó a Vancil y Pendell, porque su estudio es citado pocas veces en los medios norteamericanos.
En 2010, Ted Sorensen, asesor y autor de muchos de los discursos de JFK, escribió un artículo sobre algunos de los mitos en torno a esos debates (aunque no suelen aparecer en el relato, lo cierto es que hubo tres más). Contó por ejemplo que para el segundo debate el equipo de Nixon insistió en bajar la temperatura del estudio –es decir, Nixon sí sudó más de lo necesario en la primera cita–, aunque comentó que no fueron cuestiones de imagen ante las cámaras las decisivas, sino el contenido de las intervenciones de los candidatos. Sorensen sostenía que el debate había sido útil para Kennedy para reforzar su posición entre los votantes del sur que no se fiaban de alguien de su edad o de su religión. También aumentó sus apoyos entre los votantes independientes que sabían poco de él.
Sorensen tiene razón cuando dice que tanto Nixon como Kennedy ofrecieron explicaciones largas sobre temas complejos en esos debates. Nada que ver con las intervenciones de uno o dos minutos habituales en los debates que se hacen ahora.
¿Influyó el debate en el resultado electoral?
Más allá de la cuestión del vencedor del debate, cabría preguntarse sobre su incidencia en el resultado electoral. En el libro Tides of Consent. How Public Opinion Shapes American Politics, James Stimson escribe que la victoria de Kennedy no se originó en los debates. Ya iba por delante, pero por una distancia mínima, antes del primer duelo. Su análisis de los sondeos de entonces le lleva a la conclusión de que la tendencia que le llevó a ganar en las urnas empezó a apreciarse a finales de julio, dos meses antes del primer debate.
En octubre de 1960, Gallup difundió una encuesta –que daba ganador a Kennedy en el primer debate–, según la cual el demócrata sacaba en ese momento tres puntos de ventaja a Nixon (49%-46%). Antes de la contienda televisada, Gallup concedía al republicano un punto de ventaja (47%-46%). George Gallup, presidente de la compañía, admitía que las diferencias eran demasiado pequeñas como para sacar conclusiones: “El lector prudente verá que la precisión en las encuestas no ha alcanzado el grado necesario para afirmar con seguridad qué candidato va por delante en una carrera tan disputada como esta”.
Lo fue hasta el final. Kennedy ganó con 34.220.984 votos, 112.827 más que Nixon. En votos electorales, la distancia fue mayor: 303-219.
En cualquier caso, los mitos siempre tienen más fuerza que los datos. O como decían en el final de El hombre que mató a Liberty Valance: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en un hecho, publicamos la leyenda”.