Entre debates y chalecos se perdió la izquierda francesa
Han pasado 23 semanas desde que empezaron las protestas de los chalecos amarillos, un movimiento de contestación al poder de Macron y su proyecto nacional que tomó las calles de las principales ciudades francesas. Desde ese 17 de noviembre de 2018 las manifestaciones, los discursos y los artículos alabando o denostando las protestas han sido una constante. Unas protestas que han puesto en aprietos al gobierno de Macron y que han dejado entrever que hay una Francia que cree que el antiguo establishment no ha cambiado, sino que ha vuelto maquillado de “progreso y europeísmo”.
Sin embargo, desde que comenzaron las manifestaciones de los chalecos, la percepción del movimiento ha cambiado: las actuaciones de algunos violentos han ocupado el centro de atención, lo que ha ido minando el fondo de un movimiento que tampoco ha conseguido materializarse en un proyecto político. Según los últimos datos del mes de marzo, un 50% de los franceses seguían mostrando simpatía por el movimiento frente a un 31% que mostraba rechazo y un 19% indiferencia. Ante el lento pero constante aumento del rechazo y la indiferencia y el temor de que la razón sociopolítica quede eclipsada definitivamente por la violencia, son muchos los que se empiezan a preguntar dónde está la izquierda francesa y si es o no capaz de canalizar una protesta como esta hacia un proyecto político.
Un socialismo que ni abarca ni aprieta
Los chalecos han sido una prueba que la izquierda francesa parece no haber superado. No solo porque han demostrado no tener capacidad de capitalizar este descontento con una alternativa política, sino que el choque de opiniones sobre las protestas entre los partidos y plataformas deja entrever que no hay una posición común.
Además, las encuestas ante las elecciones europeas de este mes de mayo han puesto de manifiesto de nuevo que la izquierda francesa no pasa por sus mejores momentos. Lo que ya pudimos comprobar en las elecciones de 2017 cuando el Partido Socialista obtuvo su peor resultado desde 1969, se ve ahora reflejado en las estimaciones de voto de estos comicios. De los cuatro partidos que lideran las encuestas a las elecciones europeas sólo hay uno de izquierdas: la Francia Insumisa de Mélenchon, y no supera el 10% de intención de voto, seguido de cerca por Los Verdes, que tienen un escaso peso en la política francesa.
El partido que mejor ejemplifica la crisis por la que pasa la izquierda francesa es el Partido Socialista (PS). Los años de gobierno de Hollande no solo dañaron duramente la imagen del partido ante sus electores, sino que también generó una crisis interna que ha terminado materializándose en una polaridad de corrientes, partidos y movimientos varios. La ruptura del eje de izquierda y derecha en la política francesa y la consecuente llegada de partidos como el En Marcha del exministro socialista Macron puso de manifiesto la falta de esencia que padecía el socialismo francés.
Anclado en el modelo socioliberal al que se había acostumbrado durante tres décadas y marcado por las medidas económicas aplicadas en los años de crisis, los socialistas no supieron ofrecer respuesta a las nuevas demandas del electorado y de sus propios cuadros.
El que fuera en su día uno de los dos partidos tradicionales que se repartían el juego político en el país ve hoy como tres de las figuras clave en su campaña para las elecciones presidenciales de 2017 concurren en distintos movimientos y formaciones a las europeas. Benoît Hamon –el excandidato a la presidencia por el PS en 2017– acude a las elecciones con su nuevo movimiento Genération.s, una escisión a la izquierda del PS. Por su parte, el candidato de los verdes Yannick Jadot –quien en 2017 renunció a presentarse a las presidenciales para fortalecer el voto socialista– ha rechazado una candidatura conjunta y acude con su partido en solitario. Finalmente, los socialistas se han decantado por Raphaël Glucksmann –un ensayista y político francés cofundador del movimiento político de reforma de la izquierda Place Públique– en un intento de aglutinar a votos de izquierda, pero podrían quedar prácticamente fuera de la escena política francesa si no superan el resultado que anticipan las encuestas, que no les dan más de un 6%.
Así, nos encontramos con una izquierda que no parece capaz de encontrar un discurso común y que mira a la contienda entre Macron y Le Pen desde la banda mientras se ponen la zancadilla unos a otros a la espera de un minuto de gloria en el descuento.
La Francia Insumisa perdida entre chalecos
Aunque Mélenchon y sus insumisos eran la gran esperanza para la izquierda francesa en 2017, desde entonces no han obtenido el peso necesario como para influir en el tablero político francés. Si bien el candidato estuvo en el centro de los focos durante las presidenciales de 2017, estos dos años –salpicados por algún roce con la justicia por la financiación de la formación– han hecho mella en el partido y su capacidad de alcance.
Mélenchon, miembro del Partido Socialista desde 1976, empezó a marcar distancia con el partido en 2008, cuando la crisis de identidad en el socialismo ya empezaba a dar señales de vida, y fundó el Frente de Izquierda, un intento de aglutinar a los partidos de izquierda y a las ramas socialistas más críticas.
Tras las elecciones presidenciales de 2012 y las europeas de 2014, Mélenchon formó la plataforma de la Francia Insumisa, que absorbió al Frente de Izquierda, entre otros movimientos, como respuesta al descontento social que llenaba las calles. Rápidamente se convirtió en la cabeza más visible del movimiento contestatario al gobierno de Hollande en la izquierda, criticando duramente lo que percibe como una deriva socioliberal y el aburguesamiento ideológico del que fuera su partido.
Sin embargo, el líder de los insumisos continúa viendo a su partido en unas lógicas de lucha contra un establishment propio del escenario izquierda-derecha tradicional, una visión que puede ser un obstáculo si se quiere construir un proyecto con aspiración de gobierno, al dejar fuera del movimiento a muchos potenciales votantes.
En su último libro, 'L’archipiel français', Jérôme Fourquet, director de IFOP, la principal encuestadora de Francia, explica que en Francia la división entre izquierda y derecha se ha reemplazado por la división entre las zonas urbanas y económicamente avanzadas frente a zonas rurales e industrializadas, cada una con su propias características y particularidades.
El declive del socialismo tradicional ha llevado a muchos de sus votantes urbanitas y de corte más globalista y ecologista a mirar al proyecto de Mélenchon. Una clase urbana formada pero con un estilo de vida cada vez más precario. Pese a no encajar ideológicamente en las propuestas más extremas de los insumisos, sí que ven en el proyecto una oportunidad para la izquierda y sus demandas.
Pese a haber articulado un discurso que le permite ser el partido más fuerte a la izquierda de Macron, Mélenchon todavía tiene que hacer frente a un riesgo potencial: la heterogeneidad de su proyecto y el surgimiento de movimientos como los chalecos amarillos. Por un lado, tiene que lidiar con la división interna y estructurar a sus cuadros y corrientes en un proyecto que les permita concurrir a las elecciones. Por otro, el surgimiento de movimientos como los chalecos en un momento en el que la izquierda está tan dividida solo pone más presión sobre estos partidos que no encuentran el modo de canalizar el descontento que cada sábado llena las calles.
Mientras la izquierda se busca en la política francesa, En Marcha y Agrupación Nacional (nuevo nombre del antiguo Frente Nacional) no pierde la ocasión para afianzar un nuevo bipartidismo basado en el centrismo liberal de Macron frente al nacionalpopulismo de Le Pen. El gran desafío para la izquierda más contestataria está en evitar que el descontento nutra a una Agrupación Nacional que sabe que puede sacar rédito político de esta situación. Y, por su lado, los socialistas tienen que frenar la fuga de votantes hacia las filas de En Marcha.
El gran debate y las conclusiones que el primer ministro Eduard Philippe anunció el lunes 8 de abril han mostrado que Macron es un maestro en utilizar la fuerza de sus críticos en su favor. No solo ha conseguido utilizar el empuje de los chalecos para posicionar al Gobierno como el actor que gestiona la solución al descontento, sino que ha dejado fuera a la izquierda.
Las conclusiones que se han alcanzado en el debate, que van en la línea de bajar impuestos, reducir el centralismo francés, profundizar en el papel de la ciudadanía en la democracia o apostar por la transición ecológica no son más que eso, conclusiones, pero por el momento es En Marcha el partido que tiene la batuta y marca la agenda política.
Como dijo hace unos días Laurent Joffrin, director del periódico Liberation, “la gente de izquierdas que quiere una política de izquierdas debe aprender la lección: para llevarla a cabo no es suficiente con debatir o manifestarse; hay que ganar elecciones”. Y para ello hay que tener un proyecto común que convenza.