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Diez años del atentado de Breivik en Utoya: “No hemos aprendido el peligro del extremismo”

Anders Breivik, autor confeso del atentado de Noruega el pasado 22 de julio de 2011 en el que murieron 77 personas.

Javier Biosca Azcoiti

20 de julio de 2021 22:28 h

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En 2011, Sindre Lysø tenía 15 años y era la segunda vez que acudía al famoso campamento de verano de la Liga de la Juventud Obrera (AUF), afiliada al Partido Laborista de Noruega, organizado en la isla de Utoya. El 22 de julio, estando en una reunión informativa, los chavales se enteraron de que había habido una explosión en Oslo. “Recuerdo que nos decíamos que probablemente estábamos en el lugar más seguro de la Tierra”, cuenta a elDiario.es. “Minutos después, empezamos a escuchar disparos”. 

“Yo estaba en la parte alta de la zona de las tiendas de campaña y sobreviví corriendo con muchos otros hacia el bosque”, recuerda. Llegaron hasta la costa y algunos se tiraron al agua, pero Lysø se escondió entre los arbustos, desde donde podía ver a Anders Breivik cometiendo el peor ataque sufrido en Noruega desde la Segunda Guerra Mundial.

Aquel día, Breivik se disfrazó de policía, aparcó una furgoneta cargada de explosivos a las puertas del principal edificio gubernamental de Oslo y se fue en un coche que tenía aparcado cerca. Minutos después, la bomba estalló y mató a ocho personas. Mientras tanto, el terrorista ya iba camino de la isla de Utoya, a 40 kilómetros de distancia, donde la organización juvenil celebraba su campamento anual. Dijo que había sido enviado por las autoridades para proteger la isla y posteriormente inició su masacre durante una hora y trece minutos. Mataba a todo el que se encontraba. En ese momento había 564 personas en la isla y él asesinó a 69, 33 de ellos menores de edad.

Diez años después de aquel ataque, Lysø tiene 25 y ahora es secretario general de AUF. Asegura que lo que sufrió en la isla reforzó su compromiso con la política. “No fue un atentado aleatorio, sino que fuimos atacados por nuestros valores. Era importante hacer política antes del atentado, pero después es incluso más importante porque nunca dejaremos que ganen esas fuerzas”, dice. “Para muchos fue muy difícil volver a la política y han sufrido o siguen sufriendo mucho por recuperar sus vidas, pero para mí, personalmente ha sido muy bueno tener a la AUF y hacer este viaje común con otros colegas”.

“Mucha gente pensaba que a raíz del atentado del 22 de julio aprenderíamos lo peligroso que es el extremismo, pero 10 años después, creo que no hemos hecho ese aprendizaje. De hecho, lo que vemos es que los ambientes extremistas están creciendo y fortaleciéndose”, dice Lysø. “Creo que la situación en términos de extrema derecha ha empeorado respecto a hace 10 años. Es espeluznante. Solemos ver a Noruega y Europa como democracias que funcionan, pero ahora tenemos estos grupos dispuestos a usar la violencia para alcanzar objetivos políticos y es una gran amenaza para la democracia”.

La amenaza y los partidos de extrema derecha

“La amenaza del terrorismo de extrema derecha se ha incrementado más que notablemente a lo largo de la pasada década y en especial durante los últimos años”, dice Fernando Reinares, director del Programa sobre Radicalización Violenta y Terrorismo Global del Real Instituto Elcano. “Además, se trata de un fenómeno crecientemente internacionalizado y hasta globalizado, pues los actores individuales y colectivos, aun con marcadas agendas nacionales, comparten en gran medida un mismo ideario y han desarrollado redes transnacionales”. 

Matthew Feldman, director del Centre for Analysis of the Radical Right, señala que el atentado y la difusión del manifiesto de 1.521 páginas que elaboró su autor no han provocado una entrada de esa ideología radical en el grueso de la sociedad, sino que eso ya estaba empezando a ocurrir antes de la matanza. Lo que sí ha cambiado, dice, es que en estos 10 años “la justificación moral del terrorismo se ha vuelto mucho más común, como ocurrió en el atentado de Nueva Zelanda, de El Paso o el de la sinagoga de Poway”, en la que los atacantes también publicaron manifiestos o algún tipo de declaración sobre sus motivaciones.

“El acceso a la propaganda terrorista yihadista es muy complejo si no eres musulmán y no lees árabe. Es un material dirigido a un grupo muy pequeño de personas en países que no son musulmanes. Sin embargo, es mucho más fácil cruzarse con ideas de la extrema derecha sobre el marxismo cultural, la islamofobia y el racismo”, dice Feldman. “La extrema derecha, a diferencia de otros tipos de extremismo, se sienta al lado y limita con las ideas ‘mainstream’ en los países de mayoría blanca y eso es un desafío al que nuestras sociedades se tendrán que enfrentar para siempre”. Feldman no está convencido de que se haya producido un aumento del extremismo, sino que ha incrementado su visibilidad, dice. “Las redes sociales han dado a la extrema derecha lo que no tenían antes y han sido un elemento fundamental y transformador”.

“Es importante diferenciar a los radicales de extrema derecha dispuestos a usar la violencia, de los partidos políticos de ultraderecha que están en muchos parlamentos europeos”, dice Lysø. “10 años después del atentado, creo que lo más importante que tenemos que hacer es hacer responsables a esos partidos de extrema derecha de lo que dicen y que no difundan teorías de la conspiración. El mejor ejemplo que hemos visto es el asalto al Congreso de EEUU, en el que teníamos a un radical de derechas animando a la gente sin distanciarse de lo que hicieron. Hemos visto lo peligroso que es utilizar solo palabras sin ser consciente de la capacidad de influencia que tienen sobre algunas comunidades”.

Feldman señala que “es esencial revelar la relación [entre las formaciones políticas de extrema derecha y el terrorismo]”. “Esa relación existe aunque no es explícita y ello se debe a la forma de operar de los partidos de extrema derecha. Una forma de pensarlo es que tienen una parte visible y otra más oculta. En el caso de Vox en España, por ejemplo, no van a llamar a la violencia abiertamente porque les haría perder apoyos. Sin embargo, hay una parte oculta mucho más dura y extremista. La dinámica entre la parte visible para el consumo general y la parte oculta para revolucionarios fascistas es sustancial y funciona con el eufemismo y la insinuación”. En este sentido, Feldam indica que dependiendo del país y la sociedad, esa parte oculta tiene más o menos peso frente a la visible, poniendo de ejemplo la diferencia entre Amanecer Dorado en Grecia y el Partido del Progreso en Noruega.

Breivik, “un modelo para otros terroristas”

“En unos momentos en los que la preocupación por la amenaza terrorista en las sociedades occidentales se centraba en el yihadismo, los atentados de julio de 2011 en Noruega pusieron de manifiesto el potencial latente de una violencia procedente de la extrema derecha que en un buen número de países no había desaparecido”, explica Reinares. 

“A medida que la amenaza del terrorismo de extrema iba creciendo a lo largo de la última década, Anders Breivik se convirtió en un modelo a imitar por individuos de su misma orientación ideológica en las sociedades occidentales, donde el terrorismo de extrema derecha destaca por los atentados o las tentativas de atentados que llevan a cabo actores solitarios”, añade.

Breivik quería convertirse en una gran figura en su círculo e inspirar a otros radicales violentos como él. Antes del atentado, publicó un manifiesto, en buena parte plagiado de otros autores, y durante su juicio afirmó que la masacre solo era una estrategia para promocionarlo. En estos 10 años, Breivik –que fue condenado a 21 años de prisión, aunque se podría alargar de manera indefinida– ha servido de inspiración a decenas de radicales violentos, entre ellos Brenton Tarrant, el autor del atentado en 2019 contra dos mezquitas de Nueva Zelanda que mató a 51 personas mientras lo retransmitía por Facebook. Tarrant llevaba escrito el nombre de Breivik en el fusil que utilizó en la matanza.

Tres años antes del ataque en Christchurch, justo en el quinto aniversario de lo ocurrido en Utoya, un joven de 18 años mató a nueve personas en un centro comercial en Munich. La policía dijo entonces que el vínculo con Breivik era “obvio”. Por otro lado, la persona que mató a la diputada británica Jo Cox en 2016 al grito de “Britain First” también sentía atracción por la figura del terrorista noruego. 

Una investigación de los académicos Graham Macklin y Tore Bjørgo ha identificado una treintena de casos en los que aparece la mención a Breivik. “Todos estos casos muestran que el atacante o posible atacante tenía cierto nivel de inspiración en la atrocidad de Breivik, pero al mismo tiempo pocos de estos atentados o planes pretendían emular lo ocurrido en julio de 2011 en términos de escala o táctica”, sostienen los autores. La investigación concluye que el atentado de Christchurch –inspirado por el cometido por Breivik– tuvo un impacto mayor en términos de imitación, con varios atentados cometidos bajo su influencia en los meses posteriores a la matanza: El Paso, Texas (23 muertos); el ataque a una sinagoga en Poway, California (un muerto); y el ataque a otro templo judío en Halle, Alemania (dos muertos).

La actuación de las autoridades en Noruega ha impedido a Breivik convertirse en la figura de referencia en la que quería convertirse después del atentado. Breivik concebía su juicio como una plataforma mundial. Se había preparando un discurso propagandístico, pero a diferencia del resto del juicio, esa declaración no fue televisada y se hizo a puerta cerrada.

En otro claro ejemplo, para 2017, las autoridades revisaron alrededor de 4.000 cartas recibidas o enviadas por Breivik, censurando 600 de ellas, lo que impidió al terrorista noruego comunicarse con posibles acólitos, construir redes o expandir su influencia. En 2012, por ejemplo, Breivik escribió una carta a Beate Zschäpe, del grupo ultra alemán National Socialist Underground. Zschäpe estaba acusada de nueve asesinatos racistas y en la carta Breivik le aconsejaba utilizar el juicio para difundir sus ideas y declararse “militante nacionalista”. La terrorista nunca recibió la carta y fue condenada a cadena perpetua en 2018.

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