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Opinión - Días de ira. Por Rosa María Artal

Diez meses después, Israel intenta arrastrar a Irán a la guerra que empezó en Gaza

Columna de humo provocada por un bombardeo israelí contra el sur de Gaza el 30 de julio de 2024.

Francesca Cicardi

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Hace diez meses, Israel daba comienzo a una ofensiva de castigo contra la población de Gaza después de que el grupo islamista Hamás lanzara de madrugada un brutal ataque contra comunidades judías próximas a la Franja, en el que mató a casi 1.200 personas y secuestró a otras 250. Era el 7 de octubre y, ese mismo día, los cazabombarderos israelíes empezaron a bombardear el enclave palestino.

Nadie podía prever que la guerra se prolongaría hasta ahora, convirtiéndose en la ofensiva israelí más larga y letal de las que el Ejército ha llevado a cabo en Gaza desde que impusiera un férreo bloqueo sobre la Franja tras la toma de este territorio por parte de Hamás en 2007. En los pasados diez meses, han muerto casi 40.000 gazatíes por los ataques israelíes, por la falta de asistencia médica adecuada y, más recientemente, por la falta de comida y agua potable, ya que Israel ha endurecido el bloqueo desde octubre.

Además de provocar una crisis humanitaria de enormes dimensiones en la Franja, Israel ha elevado la tensión en toda la región con una guerra que ha sacudido los delicados equilibrios de Oriente Medio y ha generado reacciones desde Egipto –país fronterizo con Gaza e Israel– hasta el golfo Pérsico.

Lucha sin cuartel

El Gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu ha prometido acabar con Hamás y para ello, además de destruir más del 60% de las estructuras de Gaza (según los últimos datos de la ONU), ha expandido su ofensiva más allá del pequeño territorio que controlaba el grupo islamista. El pasado miércoles, Israel asestaba el mayor golpe a la cúpula del movimiento con el asesinato de su líder político, Ismail Haniyeh, en Teherán –Tel Aviv no suele confirmar este tipo de operaciones–.

Aunque el blanco del ataque en la capital iraní era el dirigente de Hamás, el atentado representa una provocación para su anfitrión. Haniyeh se encontraba en Irán para asistir nada más y nada menos que a la toma de posesión del nuevo presidente del país, Masud Pezeshkian, el 30 de julio. Pocas horas después de la ceremonia, una supuesta explosión en la habitación en la que se alojaba acabó con su vida y la de uno de sus guardaespaldas. Haniyeh estaba alojado, además, en un edificio de la Guardia Revolucionaria.

El centro de estudios y análisis Crisis Group destaca que “el lugar y la forma de su asesinato fueron claramente desestabilizadores, creando un riesgo cada vez mayor” de enfrentamiento, y “socavando las conversaciones [entre Israel y Hamás], que parecían estar avanzando hacia un alto el fuego y un acuerdo para la liberación de los rehenes en Gaza”. Esas conversaciones mediadas por Qatar, Egipto y Estados Unidos se han visto prácticamente paralizadas desde la semana pasada.

Las autoridades iraníes han prometido venganza pero analistas y expertos coinciden en que el país no quiere verse arrastrado a un enfrentamiento directo con Israel ni, por supuesto, con su principal aliado, Estados Unidos. Pezeshkian llegó al poder prometiendo precisamente un acercamiento con Occidente.

No hay dudas de que Irán responderá al ataque en su territorio y que Israel, a su vez, responderá al contraataque iraní, tal y como ocurrió el pasado abril. Pero Crisis Group alerta de que, en esta ocasión, “la posibilidad de que Irán o Israel vayan demasiado lejos es probablemente mayor que en abril y es muy preocupante”. En aquel momento, Teherán lanzó un ataque calculado y con previo aviso en respuesta al bombardeo de Israel contra el consulado iraní en Damasco, en el que murieron varios miembros de la Guardia Revolucionaria. La mayoría de los misiles y drones fueron interceptados antes de alcanzar Israel y los que impactaron en su territorio no causaron graves daños ni víctimas mortales. Eso hizo que Israel optara también por un ataque contenido cerca de la principal instalación nuclear iraní, sin provocar daños materiales ni humanos.

Desde Crisis Group, que aboga por la prevención y resolución de conflictos, instan a las autoridades iraníes e israelíes a “dejarse guiar una vez más por la lógica de gestión de riesgos que prevaleció en abril y entender que, si deciden poner a prueba los límites de este enfoque, los resultados podrían ser catastróficos”.

“Al mismo tiempo, EEUU y otros mediadores deberían redoblar sus esfuerzos para lograr finalmente que se alcance un alto el fuego largamente esperado en la guerra de Gaza, que es un imperativo humanitario y, a la vez, la mejor manera de reducir significativamente las tensiones en la región”, afirma Crisis Group.

Un alto el fuego en Gaza

La guerra en Gaza es el origen de las actuales tensiones en Oriente Medio, ya que la masacre de los palestinos de la Franja ha llevado a varios actores regionales a tomar represalias contras Israel. El primero de ellos fue el grupo chií Hizbulá, que desde el comienzo de la ofensiva israelí se ha intercambiado fuego a diario con las tropas israelíes al otro lado de la frontera libanesa. El Ejército israelí ha bombardeado en muchas ocasiones objetivos de Hizbulá más allá de la zona fronteriza, en varios puntos del país vecino, y ha matado a más de 350 de sus combatientes, incluidos varios de sus cabecillas.

La semana pasada y tan sólo horas antes de asesinar a Haniyeh en Teherán, Israel mataba en la capital libanesa al comandante militar de Hizbulá, Fuad Shukr, en un bombardeo contra un edificio ubicado en el bastión del grupo chií en el sur de Beirut. Ambos ataques, perpetrados contra sendas figuras destacadas en menos de 24 horas, han disparado las tensiones y han hecho que la posibilidad de una gran guerra regional entre Israel y sus enemigos sea más probable que en ningún otro momento de los pasados diez meses.

Hizbulá ha prometido que responderá al asesinato de Shukr, lo cual conllevará a su vez una respuesta de Israel, y este intercambio hace temer que la guerra de desgaste que mantienen las dos partes desde octubre se torne en una de alta intensidad –como la contienda que libraron a mediados de 2006–. Esos temores, han hecho que varias aerolíneas internacionales hayan suspendido sus vuelos a Israel y Líbano, y diversos países hayan pedido la salida de sus ciudadanos del país árabe.

El ministro de Exteriores libanés, Abdalá Bou Habib, ha advertido este martes que la extensión de la guerra en Oriente Medio es inevitable si no se pone fin a los bombardeos y a los “crímenes de guerra israelíes”. Bou Habibi ha viajado a Egipto para obtener el apoyo del Gobierno de El Cairo, un mediador clave en las negociaciones indirectas entre Hamás e Israel, y le ha agradecido los “contactos para evitar una escalada”.

El titular de Exteriores ha explicado que, cuando los bombardeos de Israel tienen lugar en Líbano, su Gobierno habla con Hizbulá para garantizar “una respuesta que no conduzca a una guerra”, pero ahora es diferente porque “la decisión ya no es únicamente libanesa”, sino que va más allá. Su homólogo egipcio, Badr Abdelatty, también ha considerado que alcanzar una tregua en Gaza sería “el primer paso” para evitar “una guerra integral” en Oriente Medio, agregando que esa posibilidad existe “si la comunidad internacional no actúa para poner fin a los crímenes cometidos por Israel”.

También los ministros de Exteriores de Jordania, Ayman al Safadi, y Qatar, Mohamed bin Abdulrahman Al Thani, han coincidido este martes en una conversación telefónica en que el primer paso para rebajar la tensión es poner fin a la guerra en Gaza y evitar que el conflicto se extienda de la Franja a los países vecinos.

En los mismos términos se ha expresa el alto representante para la política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, en la red social X: “Las tensiones siguen aumentando en Oriente Medio, llevando a la región al borde de una guerra de proporciones desconocidas. Todos debemos evitar otra catástrofe. Existe cierto consenso en torno al camino a seguir: alto el fuego en Gaza, ahora”.

Sin embargo, la guerra continúa en la Franja, donde entre el lunes y el martes llegaron 30 muertos a los hospitales, muchos de los cuales están al borde del colapso. Las autoridades locales calculan que, además de los casi 40.000 muertos que han podido identificar desde el pasado 7 de octubre, hay unas 10.000 personas desaparecidas, cuyos cuerpos se encuentran probablemente bajo los escombros. Otras 26 personas, la gran mayoría niños, han perecido por desnutrición. De todos los fallecidos, más de 16.300 eran menores de edad y más de 11.000 mujeres (el 69%).

Las organizaciones humanitarias llevan meses pidiendo un alto el fuego para poder desarrollar su labor en Gaza, donde no pueden acceder a algunas áreas por la inseguridad, por la falta de combustible o porque las carreteras están dañadas, y donde escasean los medicamentos, los alimentos y otros suministros fundamental. Según el último informe avalado por la ONU, el 96% de los gazatíes (más de dos millones de personas) padece hambre de manera severa o aguda y casi medio millón se enfrenta a condiciones catastróficas, esto es, pasan días enteros sin comer.

“Casi toda la población se enfrenta a la inseguridad alimentaria aguda y a una catastrófica falta de alimentos y la malnutrición se ceba con miles de niños, con lo que son aún más vulnerables a la enfermedad”, ha alertado la Organización Mundial de la Salud. Debido a la destrucción de la infraestructura de Gaza, así como el corte del suministro de agua y electricidad desde Israel, apenas hay agua potable para el consumo humano. A eso se suma el colapso del sistema de saneamiento. En estas condiciones, las enfermedades como la diarrea, las infecciones respiratorias y la hepatitis A se han expandido, sobre todo con el aumento de las temperaturas en verano.

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