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El doble fracaso de Emmanuel Macron: el retorno fallido del 'viejo mundo' y el auge de la extrema derecha en Francia

Amado Herrero

París —
6 de diciembre de 2024 22:24 h

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Cuando accedió a la presidencia en 2017, Emmanuel Macron insistió en que no había llegado al poder para “reformar a Francia, sino para transformarla”. Su elección marcaba el final del “viejo mundo” y la superación de la “tradicional división derecha-izquierda” en la política para dar paso a una nueva forma de gobernar. “Una nueva responsabilidad que debe llevarnos a definir filosóficamente y jurídicamente las reglas de este nuevo mundo”, explicó entonces en uno de sus primeros discursos.

En aquella elección presidencial de 2017, que supuso un terremoto en el panorama político francés, los escándalos lastraron al candidato conservador François Fillon, el Partido Socialista se hundió en las urnas tras cinco años de mandato de François Hollande y Jean-Luc Mélenchon emergió como principal figura de la izquierda, aunque sin lograr alcanzar la segunda vuelta.

Macron derrotó entonces por un amplio margen a Marine Le Pen, que llegó por primera vez a la fase final de la elección, 15 años después de que lo hiciese su padre. “En los próximos cinco años haré todo lo posible para que los franceses que han votado por Marine Le Pen ya no tengan motivos para votar a los extremos”, afirmó el presidente la noche de su elección.

Comenzó entonces un primer mandato marcado por un ejercicio del poder totalmente vertical, que emanaba de un presidente-Júpiter que controlaba todo a través de su primer ministro y de la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Legislando sin contar con nadie, ignorando al resto de fuerzas parlamentarias y con la calle como principal oposición a través de protestas como las de los chalecos amarillos.

Las urnas ofrecieron un primer aviso sobre el nivel de descontento con Macron en la segunda vuelta de la elección presidencial de 2022, con una victoria más ajustada sobre Le Pen. Y en las legislativas que siguieron a la reelección, la coalición presidencial perdió la mayoría absoluta. No obstante, Macron no quiso cambiar ni de rumbo ni de método. Los acuerdos con partidos fuera de la coalición presidencial siguieron siendo raros. El gobierno de Élisabeth Borne aprobó elevar la edad de jubilación por decreto, en contra de la opinión de todas las fuerzas políticas y de la inmensa mayoría de la opinión pública.

Las dos elecciones de este 2024 (europeas y legislativas anticipadas) han marcado un nuevo retroceso de los partidos de centro, lastrados por la impopularidad del presidente y de su política. Dos comicios en los que el partido de Marine Le Pen ha batido sus mejores registros históricos y se ha confirmado como la formación más votada en ambas citas electorales.

Sólo un pacto electoral entre los centristas y los progresistas del Nuevo Frente Popular (NFP) consiguió impedir una mayoría de extrema derecha en la Asamblea Nacional. En los meses posteriores Macron ignoró los llamamientos del NFP para nombrar un primer ministro de izquierda y acabó eligiendo al conservador Michel Barnier, pese a que su partido no había participado en el frente republicano contra la extrema derecha.

Fragilidad del Gobierno

No obstante, la fragmentación que se ha instalado en la Asamblea Nacional, con tres grandes bloques incapaces de entenderse (izquierda, centroderecha y extrema derecha) dejó al nuevo Ejecutivo en una posición precaria, sin una mayoría suficiente para aprobar unos presupuestos de austeridad antes de final de año.

“El problema de la situación política actual se encuentra menos en la negación de la democracia por parte del presidente, sino en el hecho de que parece incapaz de construir soluciones compartidas con otros actores del paisaje político”, señalaba recientemente el politólogo Vincent Martigny, profesor en la Universidad de la Costa Azul y en la Escuela Politécnica, en un análisis publicado en el semanario Le1.

Tras los dos varapalos electorales el presidente, que llegó al poder dinamitando a los partidos tradicionales y con la misión de reducir el voto a Le Pen, acabó nombrando como primer ministro a un veterano político y puso su continuidad en manos de la extrema derecha. “El gobierno Barnier está bajo la vigilancia de Agrupación Nacional (AN)”, proclamaba entonces el presidente del partido lepenista, Jordan Bardella.

Este miércoles los diputados ultras han decidido dejar caer a Barnier, sumando sus votos a los de la izquierda y votando la moción de censura presentada por el NFP. Sin gobierno ni presupuestos, Francia se adentra aún más en la situación de inestabilidad con un jefe de Estado que cada vez tiene menos margen de acción, al haber perdido la mayoría parlamentaria.

División en el partido

En los últimos meses Emmanuel Macron ha defendido en varias ocasiones una coalición que se extienda hasta el centro izquierda, tratando de atraer a los miembros del PS más hostiles a Jean-Luc Mélenchon para romper así la alianza de fuerzas progresistas.

Pero la manera de gobernar de Macron y las medidas emblemáticas de siete años de macronismo (fiscalidad favorable para las empresas, aumento de la edad mínima de jubilación, ley sobre la inmigración votada con la derecha) complican futuros pactos.

El secretario general del Partido Socialista, Olivier Faure, ha señalado este viernes que su partido está dispuesto a negociar con la coalición de Emmanuel Macron y la derecha tradicional de Los Republicanos sobre la base de “concesiones recíprocas”. La izquierda de Francia Insumisa, grupo mayoritario en la coalición del NFP, rechaza esta posibilidad.

Faure se ha reunido este viernes con Macron en el Elíseo. “Es necesario que encontremos una solución porque no podemos paralizar el país durante meses”, ha señalado. “Los insumisos se han autoexcluido de esta negociación.

“La síntesis entre el social-liberalismo que Macron encarnaba en 2017 y la socialdemocracia -estructuralmente débil en Francia- nunca ha acabado de producirse”, analizaba la columnista Françoise Fressoz en Le Monde. “Las diferencias relativas al ejercicio de poder, el espacio para los sindicatos, la relación con el liberalismo y el papel de los impuestos han constituido una frontera infranqueable”.

De hecho, si en 2017 Macron llegó al poder en gran medida favorecido por la crisis de los partidos tradicionales, hoy es el suyo el que muestra importantes divisiones. El presidente también ha perdido apoyos e influencia en la formación que él mismo fundó. Gabriel Attal, cuyas relaciones con Macron se deterioraron tras no ser consultado por el presidente sobre la disolución de la Asamblea, está imponiendo su control. Con una acción cada vez más independiente, aunque sin consumar la ruptura con un presidente cuyas cotas de impopularidad se sitúan en cifras récord.

Más grave aún, los últimos ciclos electorales también han supuesto un desgaste para las instituciones. Un reciente estudio de Ipsos reveló que un 55% de los franceses están descontentos con el funcionamiento de la democracia (4 puntos más que en 2023) y un 74% considera que ese funcionamiento se ha deteriorado en los últimos cinco años. Se trata de una encuesta que se ha llevado a cabo en siete países (incluido España) y en la que Francia cuenta con los números más altos en el capítulo de descontentos.

Éste es el contexto de la nueva fase de la presidencia Macron, que debe finalizar en 2027, aunque en Francia comienzan a aparecer dudas sobre si será capaz de llegar al final del mandato. A corto plazo, no obstante, la caída de Michel Barnier vuelve a situar al presidente en el centro del juego político, ya que a él corresponde el nombramiento del nuevo jefe del Gobierno. Macron aseguró el jueves que no piensa dimitir.