ANÁLISIS

EEUU tenía un plan que ha quedado enterrado en las ruinas de Gaza

18 de octubre de 2023 22:53 h

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El consejero de Seguridad Nacional de EEUU se mostró tajante en una conferencia a principios de este mes. “La región de Oriente Medio está más tranquila hoy de lo que lo ha estado en las últimas dos décadas”, dijo Jake Sullivan. Ocho días después, Hamás lanzó un asalto sin precedentes en territorio israelí, Israel inició una campaña masiva de bombardeos en Gaza y esa región tan tranquila volvió a acaparar los titulares del mundo. Cuando pensaba que su atención debía estar centrada en Rusia o China, la realidad volvió a demostrar a Washington que no puede diseñar el mundo en función de sus prioridades.

Sullivan intentó explicarse luego afirmando que en ese momento ya no preocupaban tanto las crisis de los últimos veinte años, como las guerras de Yemen, Siria o Libia o la ofensiva del ISIS en Irak y Siria. Desde ese lado, no le faltaba razón, pero la situación de fondo era otra. Condicionada por su alianza con Israel, EEUU había decidido que no merecía la pena molestarse por el conflicto de Palestina. Era un rincón oscuro en el que nada iba a pasar y del que convenía desentenderse. El error no podía ser mayor.

“La cantidad de tiempo que tengo que gastar hoy en las crisis de Oriente Medio comparada con la de mis predecesores desde el 11S ha quedado reducida de forma significativa”, había comentado antes Sullivan.

Dos semanas después, el secretario de Estado, Antony Blinken, tuvo que realizar una gira por siete países. Como en los tiempos más ajetreados de Henry Kissinger y George Schulz. Y no es que le pusieran la alfombra roja en todos los sitios. El príncipe saudí Bin Salmán le hizo esperar doce horas para recibirle. EEUU ha perdido influencia en Oriente Medio y no sabe cómo recuperarla ni si le interesa.

Para Europa, la situación creada por la violencia que sufre Gaza es incluso peor. Su prioridad es ahora la guerra de Ucrania, que incluye el intento de mantener unida una coalición contra la Rusia de Putin en la que también estén presentes países de Asia y África. Eso le permitiría hablar de ese concepto de “comunidad internacional” y convencer a otros países de que se unan a las sanciones económicas a Moscú, una campaña cuyo resultado no ha sido un éxito. Lo que está ocurriendo en Gaza supone un desastre más para sus planes.

Un artículo del Financial Times de esta semana recoge varias opiniones de fuentes diplomáticas occidentales que lo confirman. De forma anónima, porque sus gobiernos no les permitirían hablar en público de la nueva realidad, que es de la de siempre en Gaza y Cisjordania.

“Lo que hemos dicho sobre Ucrania tiene que aplicarse a Gaza”, dice un diplomático de un país del G7. “De lo contrario, perdemos toda nuestra credibilidad. Los brasileños, los surafricanos, los indonesios nos dirán: ¿por qué deberíamos creerles cuando hablan de derechos humanos?”.

“Si dices que cortar el suministro de agua, comida y electricidad en Ucrania es un crimen de guerra, entonces deberías decir lo mismo sobre Gaza”, afirma un diplomático árabe.

Estas opiniones no admiten ninguna réplica a menos que se pretenda imponer un doble rasero en las relaciones internacionales, una denuncia permanente desde hace décadas. Los niños heridos en los bombardeos israelíes en Gaza no son menos inocentes que los niños ucranianos heridos en los ataques rusos.

El símbolo de esa actitud que perjudica a Europa y EEUU fue protagonizado por la presidenta de la Comisión Europea que viajó por su cuenta a Israel para apoyar a su Gobierno cuando ya habían comenzado los bombardeos de Gaza. Visitó el kibutz Kfar Aza, escenario de una matanza de decenas de civiles israelíes, ofreciendo una imagen similar a las visitas de dirigentes europeos a la localidad ucraniana de Bucha. Von der Leyen ignoró por completo lo que estaba ocurriendo en Gaza.

Alarmados por el gesto unilateral de Von der Leyen de preocuparse sólo por las víctimas de un bando, varios gobiernos europeos han intentado arreglar el estropicio con un mensaje diferente. Josep Borrell lo hizo en primer lugar recordando que la política exterior es competencia del Consejo Europeo, no de la Comisión, y de los gobiernos.

En el Parlamento Europeo, fue aún más claro el miércoles: “Igual que podemos decir que es una tragedia abominable matar a jóvenes que celebraban la vida (en el festival rave en el que Hamás mató a unas 250 personas), ¿no podemos decirlo sobre la muerte de 800 niños en Gaza?”.

El pasado de Alemania y su complejo de culpa sobre el Holocausto se imponen sobre otras consideraciones. El canciller alemán, Olaf Scholz, también viajó a Israel y, para su pesar, protagonizó una de esas imágenes que el líder de una nación no se puede permitir. El avión estaba listo para despegar, pero el aviso por un posible ataque de cohetes en la zona obligó a toda la delegación a abandonarlo y a tumbarse en la pista hasta que pasara la alarma.

Fue una metáfora incómoda del papel de Europa en esta crisis. Sin capacidad de influir en los acontecimientos. Agazapada a la espera de que pase la tormenta. Temerosa de unas consecuencias económicas y de seguridad que también le tocará pagar.

En los últimos quince años, EEUU ha intentado volcar su atención en China y Asia como nueva prioridad de la política exterior y prestar menos atención a Oriente Medio, lo que allí se ha llamado “pivotar hacia el Pacífico”. Una y otra vez, ha tenido que improvisar su respuesta ante nuevos estallidos de violencia, atada además a sus alianzas con Israel y Arabia Saudí.

La única iniciativa diplomática en la zona por la que había apostado el Gobierno de Joe Biden era la negociación entre israelíes y saudíes que supuestamente iba a poner fin para siempre al aislamiento de Israel frente a sus vecinos árabes. Palestina era sólo un detalle secundario en el nuevo escenario. Algo que se podría solventar con promesas retóricas.

No había ninguna intención de resucitar un proceso de paz que murió hace años y que Israel no estaba dispuesto a devolver a la vida, mucho menos con el Gobierno más ultraderechista de su historia. EEUU había aceptado sin problemas insertar sus prioridades en el universo de Netanyahu, por el que la idea de un Estado palestino era una cosa del pasado.

Lo ocurrido en Israel y Gaza en los últimos doce días demuestra hasta qué punto todo ese enfoque no era más que una ficción. Tres mil palestinos y 1.300 israelíes muertos lo han confirmado de forma dramática.

En su visita a Israel, Joe Biden ha dicho que Hamás no representa a todos los palestinos de Gaza, por lo que hay que deducir que piensa que no deberían pagar el precio por las acciones del grupo islamista. Ha pedido contención a Netanyahu en la respuesta militar –la invasión por tierra que aún no ha comenzado– e incluso que no repita los errores que cometió EEUU después del 11S. El único resultado de su viaje de momento es que Israel ha aceptado que Gaza reciba comida, agua y medicamentos desde Egipto, pero no desde su territorio.

En lo que parece una broma macabra, el Ejército israelí ha propuesto que los gazatíes de la zona norte se dirijan a la zona de Al Mawasi, en el sur de Gaza, para recibir ayuda humanitaria. Si llegan vivos allí, más de un millón de palestinos tendrá que presentarse en una franja rectangular que tiene un kilómetro de ancho y catorce kilómetros de largo. Lo llaman “zona humanitaria” y sólo es una jaula dentro de otra jaula.

Una votación en el Consejo de Seguridad de la ONU demostró el miércoles la soledad norteamericana en su visión del mundo. La resolución presentada por Brasil de alcance limitado –pedía “pausas humanitarias” en Gaza y condenaba los ataques a civiles de cualquier bando– recibió doce votos a favor, uno en contra y dos abstenciones (Rusia y Reino Unido). El voto negativo de EEUU equivalía al veto.

Un diplomático ponía en el artículo del FT el punto final pesimista a la respuesta que recibirá la estrategia occidental en el resto del mundo: “Olvídate de las reglas, olvídate del orden mundial. Ya nunca nos escucharán”.

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