El pasado julio, los científicos predijeron que a finales de este año habría 250.000 muertes de pacientes de COVID-19 en Estados Unidos. Ese terrible hito ya ha llegado, antes de lo previsto, y en medio de una crisis mucho más sobrecogedora de lo que nadie podría haber esperado.
Con un cuarto de millón de personas fallecidas y más de 11 millones de contagios confirmados, el coronavirus está fuera de control en el país.
El virus campa a sus anchas por la vasta extensión de tierra de EEUU. Las tasas de infección están en alza en 44 de los 50 estados a medida que el país se adentra en el frío y oscuro invierno que obligará a la gente a permanecer en espacios interiores y a merced del virus.
Todo esto sucede en un momento en que el presidente ya ni siquiera finge preocuparse por contener la enfermedad, distraído como está por el golpe electoral que intenta en vano.
Hospitalizaciones en alza
La semana pasada se registró un nuevo máximo, con más de 184.000 nuevos contagios en un solo día. La cifra es seis veces el número total de casos contabilizados en Corea del Sur desde que comenzó la pandemia.
Con el número de contagios en aumento, comienza una vez más la infalible danza de la muerte que se ha producido en bucle durante la pandemia en EEUU. El primer paso es un incremento en el número de hospitalizaciones: en las últimas dos semanas han aumentado en casi un 48% y ya hay casi 77.000 pacientes ingresados, según los datos de The New York Times.
Después, los hospitales empiezan a decir que están desbordados y con las UCI al límite. Cuando se vuelve crítica la necesidad de personal es cuando estamos en la zona de peligro.
La última parte de esta danza son las muertes. En comparación con los máximos de abril, el nivel de fallecimientos se ha mantenido misericordiosamente bajo gracias a la mejor comprensión médica del virus, a unos tratamientos más eficaces y a que los hospitales están ahora mejor preparados después del trauma inicial.
Pero estados como Wisconsin, Minnesota, Montana, Dakota, Colorado y Georgia ya están informando de que sus sistemas hospitalarios están entrando en el modo crisis. Eso significa que van a tener dificultades para brindar a los pacientes los cuidados intensivos que necesitan y es solo cuestión de tiempo que la tasa de mortalidad suba también.
Muertes en aumento en 30 estados
De hecho, ya está pasando. En todo el país, unos 1.500 estadounidenses mueren cada día por causas relacionadas con el coronavirus, y la tasa está aumentando sin cesar en 30 estados.
Dentro de esa cifra diaria de muertes y duelo, hay tragedias específicas derivadas de las disparidades raciales de EEUU. Una investigación reciente del APM Research Lab, concluye que las personas afroamericanas, indígenas y latinas siguen muriendo a un ritmo tres veces mayor que las blancas.
Según el proyecto ‘Lost on the Frontline’, iniciado por la agencia de noticias de salud KHN y The Guardian para rastrear las muertes de personal médico durante la pandemia, ha habido al menos 1.375 casos de trabajadores sanitarios fallecidos mientras trataban o cuidaban a enfermos de COVID-19.
Eric Topol, profesor de Medicina Molecular en Scripps Research (San Diego), ha resumido el estado de ánimo entre los científicos tras cruzar el funesto hito. “Estas cifran son extraordinariamente horribles”, ha escrito. “Son saltos que nunca hemos visto en cada categoría de nuevos contagios, hospitalizaciones y fallecimientos”.
¿Y Trump? Ausente y obsesionado con aferrarse a la presidencia
En los últimos 10 meses, el mundo ha tenido tiempo de conocer la negligencia y desprecio por la ciencia de Donald Trump en su respuesta a la pandemia. Su reacción inicial fue balbucear y mentir. En vez de centrarse en impulsar un plan nacional para controlar los contagios, convirtió el debate sobre las mascarillas en un arma política para usarla en su campaña a la reelección.
Lo que está ocurriendo en este momento podría ser aún mucho más grave que el desastre que ha presidido hasta ahora. Con el país sumido en una crisis, Trump está desaparecido en combate, el equivalente pandémico a un Franklin D. Roosevelt desapareciendo poco antes del Desembarco de Normandía.
Según el análisis que la web Factbase hizo de los tuits de Trump en la semana posterior a las elecciones, 202 de sus publicaciones (más del 80% del total) tuvieron que ver con su derrota ante Joe Biden y la mentira que el presidente está propagando, diciendo que le han robado las elecciones.
Solo diez tuits de Trump hacían alusión a la COVID-19 y ninguno de ellos mencionaba el aumento en el número de contagios, el enorme sufrimiento humano que está infligiendo la pandemia, o lo que la población estadounidense puede y debe hacer al respecto.
En esos mismos siete días, unos 900.000 estadounidenses se contagiaron con el virus y 7.500 murieron. Pero Trump siguió completamente ajeno a su situación.
La desconexión entre las obsesiones personales de Trump y el caos en el país que supuestamente gobierna nunca ha sido tan evidente como ahora. Todas sus energías están puestas en aferrarse a la presidencia, así podría seguir sin hacer nada para proteger a la población estadounidense de un microbio.
Como dijo el presentador de la CNN Jake Tapper, Trump “parece estar luchando de forma desesperada, y hasta patética, para mantener un cargo que aparentemente no tiene ningún interés en ejercer de forma responsable”.
Pequeños signos de esperanza
Nada de esto es un buen presagio para los dos meses que aún quedan de presidencia de Trump. Pero al menos hay signos de esperanza en medio de la oscuridad.
Se ha descubierto que dos vacunas en desarrollo en EEUU, la de Pfizer y la de Moderna, tienen, según los estudios preliminares, una eficacia de 95% a la hora de proteger contra la enfermedad y podrían ser distribuidas entre la población vulnerable a partir del próximo mes.
Algunos políticos republicanos están con Trump en su negativa a afrontar la pandemia. Entre los casos más notables figura el de la gobernadora de Dakota del Sur, zona cero del actual incremento de contagios, Kristi Noem. Noem sigue fielmente el manual de Trump, insistiendo con descaro en que a su estado está “haciéndolo bien” incluso cuando se está autodestruyendo, resistiéndose a obligar el uso de mascarillas y despreciando cualquier mención a posibles confinamientos.
Pero otros republicanos comienzan por fin a despertar sobre la necesidad de actuar para contener al virus. El gobernador republicano de Ohio, Mike DeWine, anunció un aluvión de medidas que obligan el uso de mascarillas y guardar las distancias mínimas entre personas, igual que los líderes demócratas de Chicago, Nueva York y otros lugares donde también han empezado a preparar sus defensas.
Esto le da al presidente electo cierto margen de maniobra para encontrar acuerdos entre los dos partidos mientras prepara su plan contra la pandemia tras la toma de posesión el 20 de enero. Después de convertirlo en la pieza central de su campaña por la presidencia, Biden llega a la Casa Blanca armado con el mandato electoral de hacer de la lucha contra el coronavirus la máxima prioridad de su nueva administración.
Según los primeros indicios, tiene la intención de cumplir plenamente con la promesa electoral. Su primer acto tras la victoria fue anunciar un grupo de trabajo de 12 especialistas para asesorarlo sobre el coronavirus durante la transición. Entre las especialidades científicas de los integrantes hay expertos en enfermedades contagiosas, en salud pública y en medicina de emergencia.
Biden también dejó ver la importancia que la lucha contra el coronavirus tendrá en su incipiente presidencia con el nombramiento de Ron Klain como jefe de gabinete en la Casa Blanca. Nombrado “zar del Ébola” por Barack Obama en 2014, Klain es un hombre experimentado en lidiar con una emergencia sanitaria. Ha seguido de cerca la mala gestión de la pandemia por parte de la administración Trump y es de esperar que haya aprendido las lecciones. “Un fiasco de proporciones increíbles”, dijo sobre lo hecho hasta ahora.
No hay duda de que EEUU afronta tiempos difíciles y lo peor de la pandemia aún está por llegar. Pero están naciendo los primeros brotes verdes de una ofensiva estratégica, nacional y guiada por la ciencia para poner al virus bajo control.
Traducido por Francisco de Zárate