Evan Osnos, biógrafo de Biden: “La ambición le empuja ahora a ser más progresista igual que antes le empujó a ser más conservador”
El periodista Evan Osnos dice que se convirtió en experto en Joe Biden “por accidente”, por su experiencia como reportero en política exterior. Su primera entrevista fue durante un viaje a Ucrania en 2014. Biden, como vicepresidente y ex miembro de la comisión de Exteriores del Senado, solía ir a los sitios donde no quería ir Obama. Osnos había sido corresponsal durante una década en China y en Irak, primero en el Chicago Tribune y, desde 2008, en The New Yorker.
Osnos, Premio Pulitzer, acaba de publicar en Estados Unidos Joe Biden, American Dreamer, una biografía basada en parte en sus artículos y que en España editará Planeta. Desde que volvió a Washington ha estado centrado en informar sobre la Administración Trump, un trabajo que a veces le recuerda al de ser corresponsal en China.
En 2016, antes de las elecciones, publicó un artículo sobre cómo sería el primer mandato de Trump. ¿Cómo sería el segundo?
El segundo mandato de Trump sería una extensión de los instintos que ya muestra. No le interesan la salud, el bienestar público o las alianzas. Fundamentalmente lo que le importa es la supervivencia política, consagrar el dominio republicano, protegerse contra el enjuiciamiento. Y creo que esos serían los elementos definitorios de un segundo mandato de Trump.
No es exagerado decir que viviríamos en una situación a la que no estamos acostumbrados en Estados Unidos, es decir con alguien que se siente completamente inmune a cualquier sentido de responsabilidad y capaz de evitar cualquier enjuiciamiento o impeachment. Alguien que cree que puede evitar incluso la voluntad popular porque, si logra ganar esta vez, será por el Colegio Electoral (el sistema electoral de Estados Unidos por el que lo importante no es la suma de los votos en el país sino la mayoría en cada estado) o por la limitación del derecho de voto.
Otra cosa que caracterizaría un segundo mandato de Trump serían las protestas crónicas que se acercarían algo más al nivel de insurrección. Es algo que parece una locura, pero en ese momento habría habido tres elecciones presidenciales en 20 años en las que el voto popular habría sido subvertido por el Colegio Electoral. Llega un punto en el que la gente dirá que esto ya no se ajusta a la definición de democracia y se pondrá frenética. Y eso me preocupa.
¿Y el primer mandato de la Administración Biden?
Sería no tanto un regreso a la normalidad, sino un regreso a la racionalidad, un regreso a la creencia en los hechos, en la ciencia, en el fundamento epistemológico básico de la Ilustración.
En la práctica, creo que depende enormemente de la composición del Congreso, es decir, si los demócratas controlan la Cámara y el Senado. Obviamente, esto les permitiría aprobar no solo avances importantes en las políticas, sino también cambios estructurales básicos en el funcionamiento de la democracia. Una de las conversaciones interesantes que tuve para este libro fue con Barack Obama. Me dijo, “si quieres entender lo que creo que tiene que suceder para romper este período de parálisis en el gobierno estadounidense, escucha mi elegía sobre John Lewis”. Ahí nombró las cuatro o cinco cosas que, según él, tenían que suceder para arreglar el proceso democrático, como acabar con el obstruccionismo, hacer festivo el día de las elecciones o restaurar la Ley de Derechos Electorales.
Y creo que habrá una presión sustancial sobre Biden del ala izquierda de su partido para que haga este tipo de cosas. Y creo que no se comprometerá a hacerlo antes del día de las elecciones para no alienar a los votantes moderados que necesita. Pero me sorprendería si pasara cuatro años sin emprender este tipo de reformas democráticas.
Es increíble que hacer festivo un día de elecciones sea revolucionario.
El sistema democrático de Estados Unidos es como este coche viejo y desvencijado que se sujeta con cinta adhesiva, cuerdas y papel de aluminio.
Y no tiene por qué ser así. De hecho, curiosamente, solíamos hacer reformas democráticas estructurales aproximadamente una vez cada década. Ahora han pasado varias décadas sin que hayamos tocado nada. Creo que hemos perdido la práctica. Pero no significa que tengamos que estar en una parálisis permanente.
¿Le sorprendió que Biden fuera el candidato demócrata?
Me lo tomaba más en serio que otros colegas de la prensa. He escrito sobre él a lo largo de los años. Siempre lo he visto como una persona más seria de lo que la gente generalmente asumía.
David Axelrod fue una de las primeras personas que me convenció de por qué al final podía ser Biden. En 2019, después de que Biden se presentara a las primarias, Axelrod me dijo que en la política presidencial, el patrón nos dice que la gente vota por el remedio o por la réplica. Por ejemplo, George H.W. Bush en 1988 era una especie de réplica. La mayoría de las veces la gente opta por el remedio.
Y esta vez dijo que el remedio tenía que ser algo muy diferente de Donald Trump. El remedio podría ser un joven candidato negro. El remedio podría ser alguien que exprese decencia y competencia.
¿Cómo gestionaría Biden el contraste entre su figura de hombre blanco mayor y un partido y un país más joven y diverso?
Es un hecho ineludible que es un hombre en su octava década que está moldeado por un cierto conjunto de experiencias que no tienen conexión con cómo se ve la creciente mayoría de Estados Unidos en el futuro.
Dice que quiere ser “un candidato transición”. Es decir: “Quiero reconocer que no soy el destino. Soy el puente hacia otra cosa. Y quiero abrir la puerta a una generación de políticos que no se parecen a mí y que probablemente ni siquiera crean exactamente lo que yo creo”.
Será un desafío para él desde el primer día, literalmente, poder satisfacer los apetitos y las expectativas de los jóvenes estadounidenses más progresistas. No se va a convertir en algo que no es, no se va a despertar un día como Bernie Sanders. Pero lo que puede hacer es rodearse de personas de instintos progresistas que puedan ayudarle a comprender la voluntad del público de manera más completa de lo que sus propios instintos le permiten.
¿Es correcto compararlo con Lyndon Johnson?
La comparación de Lyndon Johnson es realmente relevante porque cuando miramos hacia atrás en la historia de Estados Unidos, lo que encontramos fue que parte de la legislación social progresista más importante no fue obra de los presidentes más jóvenes, dinámicos y progresistas. LBJ no era el tipo más a la moda ni el más atrevido, pero pudo lograr la legislación social más sustancial en la historia de Estados Unidos de posguerra precisamente porque dominaba con fluidez los mecanismos del Congreso, sabía cómo hacer que las cosas sucedieran.
Un activista progresista me señaló una encuesta que mostraba que, de hecho, un presidente demócrata moderado es en realidad más capaz de vender ideas progresistas que alguien que es un presidente abiertamente progresista, porque está un poco camuflado en el lenguaje de la moderación.
Podríamos encontrarnos en una situación en la que Biden, en plan “Scranton Joe” (el lugar donde nació en Pensilvania), amigo del trabajador, impulse una legislación agresiva sobre el cambio climático, pero utilizando el lenguaje de la creación de empleo y el crecimiento económico sostenible. Y eso suena mejor para algunos estadounidenses que cumplir con el compromiso moral con una generación futura.
Creo que lo que subyace en todo esto es mi teoría básica de Biden. Su ambición personal lo empuja a volverse más progresista en este momento de la misma manera que lo empujó a ser más conservador en otro. Quiere pasar a la historia como un gran presidente. Ése ha sido su sueño desde que era un adolescente.
No llegó donde está ignorando cómo están evolucionando el partido y el país, primero convirtiéndose en el fiel servidor de Barack Obama y luego convirtiéndose en el demócrata que abrazó el matrimonio homosexual antes que Obama. Y así es como se llega al punto en el que hoy aboga por una política climática que es más ambiciosa que cualquier cosa que Obama haya propuesto. E incluso más seria que la de Bernie Sanders en 2016.
¿Podrá contentar así a los jóvenes activistas más a la izquierda?
Algo de eso depende de ellos. Una de las entrevistas más interesantes que hice para el libro fue con Varshney Prokosch, uno de los cofundadores de Sunrise Movement, una organización muy de izquierdas dedicada al cambio climático y fundada principalmente por jóvenes. Lo que me dijo fue: “Si Biden gana, nos encontraremos en un momento en el que podremos movernos de la protesta al poder”. Si es elegido, tal vez inmediatamente, los activistas progresistas tendrán que decidir si se enfrentan con Joe Biden o si intentan trabajar con él y persuadirle.
¿Y eso es más fácil que una epifanía del Congreso en que Biden consiga pactar con los republicanos?
La idea de la epifanía es probablemente una fantasía. Pero lo que sí creo que es factible es que si Joe Biden gana, algunos de los republicanos que se convirtieron en replicantes entregados a Trump reinventarán repentinamente sus propios intereses y comenzarán a verse a sí mismos como la próxima generación de líderes.
La experiencia de Biden lo ha llevado a creer que la forma para avanzar en la política es comprender los intereses de las personas que tienes enfrente. Y los intereses de los miembros del Congreso son generalmente permanecer en el Congreso. Si pueden verse a sí mismos reinventando el papel del gobierno y ayudando a una población en apuros, entonces Biden los puede llevar a su terreno.
¿Se parecería la Administración Biden a la Administración Obama?
Creo que sería bastante similar. Sería dos tercios de restauración y un tercio de savia nueva. Las personas que rodean a Biden, algunos de sus asesores, son personas a las que hemos visto antes en el gobierno. Eso es de esperar. Lo raro fue lo de Trump con todos estos aficionados que se unieron a él en la Casa Blanca sin haber creído nunca antes en el gobierno. Y vemos los resultados: un desastre.
La opinión de Biden es que estas cosas son difíciles. Requieren algo de experiencia. Las preguntas clave que determinarán su conexión con su propio partido son ¿qué nivel de jerarquía tendrán las voces progresistas en la administración? ¿Estarán en el círculo interior del poder o se quedarán en puestos de poca influencia? ¿Y si eso va a funcionar?
Biden era el reacio a las guerras en la Administración Obama. ¿Eso definiría su Administración?
Lo más difícil de predecir es cómo será el panorama de la seguridad nacional. Pero sí conocemos algunos datos sobre su historial. A medida que ha envejecido, más o menos después de Irak, está menos interesado en usar la fuerza estadounidense. Y parte de eso se debe a que lamenta haber apoyado la guerra en Irak. Parte se debe a que su hijo, Beau, estaba en el ejército y vio el coste para las familias y, en última instancia, el país.
No tiene las mismas inseguridades que tiene Trump, que lo llevan a querer usar la fuerza militar como una especie de marca personal, como una afirmación de su propia virilidad frágil. No es la marca de Biden. No esperaría ver mucho de eso.
Pero si hay una crisis en el mundo, creo que Biden está inclinado a usar el poder estadounidense. Se enorgullece de haber estado en el Senado abogando por la participación de Estados Unidos en la campaña de bombardeos de la OTAN que protegió a los civiles bosnios en los Balcanes.
Y ese es un caso en el que se aparta de su enfoque más moderado del uso de la fuerza estadounidense. Creo que hay ocasiones en las que la usaría, pero no de la misma manera que Trump.
¿Qué cambiaría en la relación con China?
El mayor cambio en la política de Estados Unidos hacia China sería que ya no sería “America First” en solitario. Se convertiría en una política coordinada con nuestros aliados. Y eso cambia la naturaleza básica de la confrontación, porque ya sería China ante el conjunto de potencias occidentales.
La política de China de la Administración Trump ha sido una improvisación caótica. Pero hay elementos que una Administración de Biden retendría, por ejemplo vigilar más los avances en el Mar de China o las amenazas para la tecnología estadounidense.
Creo que la confrontación subyacente seguirá existiendo, seguirá siendo un hecho no solo para la Administración Biden, sino para los años venideros. Esa es la nueva normalidad en la forma en que estas dos grandes potencias se tratarán entre sí.
¿Y cómo lidiaría Biden con un Trump derrotado?
La mayor preocupación de Trump en ese momento será el miedo a ir a prisión. Biden pensará en el proceso que permitirá que el país siga adelante. Y eso no siempre significa simplemente perdonar y olvidar. De hecho, eso podría ser un desastre.
Muchos estadounidenses creen que fue un error en la crisis financiera no responsabilizar a más personas por las irregularidades cometidas que dañaron al país. Y Biden es consciente de eso.
Lo que sabemos es que Biden no va a ordenar a los fiscales que vayan en particular tras una persona u otra. Ése es el tipo de cosas que hace Trump. Lo que haría Biden, por ejemplo, es crear una oficina del inspector general para hacer una investigación profunda sobre la corrupción y el abuso de poder, particularmente con el programa de estímulo, y luego, si es necesario, expandirla más allá. No esperaría que Biden apoyara algo amplio tipo una Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Me parece que es el tipo de proceso que podría mantener a Estados Unidos en las garras de este período en lugar de permitir que el país lo supere.
Escribe sobre la obsesión de Biden con que lo respeten. ¿La Presidencia sería para él una confirmación personal?
En cierto sentido. Es un hombre que ha sentido en su vida que la gente no pensaba que fuera lo suficientemente inteligente o lo suficientemente experto porque no fue a las mejores universidades del país y cosas así.
Ese tipo de inseguridad no se manifiesta de forma agresiva como en el caso de Trump, que constantemente trata de dominar a la gente. En el caso de Biden, le ha llevado a tener hambre de información que él no tiene y que cree que otros podrían tener y de la que podría beneficiarse.
Cuento la historia en el libro de alguien en el gobierno de Obama que recuerda haber ido a darle un briefing a Biden, que le pedía que fuera a contarle algo. Entonces la persona se sentaba y Biden hablaba el 90% del tiempo. Pero él, según esta persona, siempre sacaba algo de esa conversación y lo integraba en sus decisiones.
¿En sus entrevistas hablaba demasiado?
Creo que sé cómo empujarle a que termine su respuesta. Empiezo a hacer pequeños gestos. Es más difícil cuando estás usando una mascarilla porque no puedes mostrar con la cara que estás listo para hacer otra pregunta. Así que tenía que hacer sonidos exagerados de “ajá”.
Más en serio, creo que es una presencia más tranquila hoy de lo que era cuando comencé a entrevistarlo en 2014. Y creo que eso es en parte un reflejo de la muerte de su hijo Beau, que lo cambió. Lo convirtió en una persona más tranquila, más reflexiva. Y notas que cuando hablas con él ya no es el mismo.
¿Investigó las acusaciones de abuso sexual de Tara Reade y las acusaciones de otras mujeres de comportamiento inapropiado?
Sí, la primera fue Lucy Flores, que dijo que se sintió incómoda cuando estuvieron juntos en Nevada en un evento de campaña. Hablé con mujeres que habían estado con él en varios encuentros como ese. Y descubrí que había una brecha generacional porque algunas de las mujeres mayores decían que no les molestaba tanto como a las mujeres más jóvenes, que decían que sí. Creo que a él le dio vergüenza descubrir que estaba incomodando a la gente. Pero no se llegó a disculpar probablemente porque pensaba que no había hecho nada malo.
Dijo que era un ejemplo de que no entendía los tiempos y cómo se sentía la gente. Violó uno de sus compromisos centrales, que es ser empático: no puedes ser empático si estás invadiendo el espacio personal de alguien y haciendo que se sienta vulnerable.
Es cierto que no se trata sólo de mujeres, sino que también se acerca demasiado a los hombres. Una vez en una entrevista me golpeó la frente con la suya porque se estaba acercando demasiado. Con esto estaba familiarizado.
Pero un caso aparte que es la acusación de Tara Reade de abuso y agresión sexual, y eso obviamente está en otra categoría. Él lo negó. Y otros reporteros investigaron para tratar de encontrar más evidencias que confirmaran lo que decía Reade. Y realmente no encontraron más y la historia se apagó. Puede que vuelva a emerger.
¿Cree que se investigó lo suficiente?
No sé si puedo decir “lo suficiente” porque no sabemos realmente si hay algo más ahí fuera. Entonces se investigó. La posibilidad de que el candidato demócrata sea responsable de este tipo de abuso es una historia importante: si eso fuera cierto, todos los reporteros en Estados Unidos querían poder probarlo.
No se puede decir que no haya sido investigado. Pero lo que sabemos sobre el periodismo es que el hecho de que no lo encontraste el primer día no significa que no lo vayas a encontrar el día 10. Así que hay que considerar la posibilidad de que eso sea así y que sea una historia de nuevo.
Pero personalmente no tengo ninguna evidencia que confirme la historia.
Como reportero, ¿cómo ha sido cubrir la Administración Trump?
Sinceramente, ha estado más cerca de mi experiencia de ser corresponsal extranjero que de ser corresponsal político en mi propio país, por el nivel de propaganda que ha lanzado la Administración Trump y el nivel de hostilidad con el que nos ha tratado.
De hecho, sentí que algunos de mis años de formación en China y en Oriente Próximo fueron útiles porque estoy acostumbrado a tratar con regímenes autoritarios. Los periodistas empezamos a preocuparnos por lo que decíamos por teléfono o en mensajes de texto. Y ése es el tipo de cosa que tenías que hacer en China. No esperaba que eso pudiera pasar en Estados Unidos. Hemos tenido que ser cuidados de maneras en las que normalmente sólo lo somos en dictaduras. Es un ambiente muy complicado.
¿Cree que los medios tradicionales hicieron un buen trabajo cubriendo a Trump?
Es difícil definir qué es un buen trabajo. Creo que lo hicimos OK.
Hubo cosas que hicimos mal, como tratar durante demasiado tiempo a Trump como si fuera un circo: algo entretenido que quedaba bien en la tele y daba titulares atractivos. Creo que al principio no se contó suficiente que lo que representaba era violencia moral contra la política de Estados Unidos. En 2015, escribí una pieza sobre cómo estaba envalentonando a los supremacistas blancos y me decían que exageraba.
El periodismo está en su propia crisis, una crisis económica y una crisis de relevancia sobre cómo jugar un papel en las vidas de la gente para informarles de verdad y convencerles de que estamos luchando contra un universo de desinformación.
Creo que si hubiéramos hecho una cobertura más agresiva sobre Donald Trump como candidato, probablemente nunca habría sido presidente.
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