Estados Unidos es un país grande, complejo y cambiante. A menudo, las impresiones a primera vista son erróneas. Ni los candidatos ni los partidos ni la población se parecen a los de la mayoría de los países de Europa.
Estas elecciones, además, han tenido al menos dos complicaciones más: el escrutinio ha sido más lento de lo habitual por el récord de participación y el presidente no reconoce el resultado, tal y como anunció que haría este año y tal como anunció también en 2016.
En este ambiente es fácil caer en interpretaciones precipitadas. Aquí van algunos mitos, medias verdades y una mentira muy gorda que se pueden escuchar estos días por una lectura prematura de los datos.
Biden ha ganado por la mínima
No. El candidato demócrata ha obtenido más votos que ningún aspirante a presidente en la historia de Estados Unidos y en el momento en el que se proyectó su victoria, le separaban casi tres puntos de su rival.
Es un margen más holgado que el de John F. Kennedy (1960), Richard Nixon (1968), Jimmy Carter (1976) y George W. Bush (2004). Quedan votos por contar y Biden seguirá sumando. Entre otras cosas porque quedan por contar cuatro millones de votos de los más de 16 en California, donde por ahora ha logrado dos tercios de los votos. Al final del escrutinio, es probable que la ventaja de Biden ronde los casi cuatro puntos que separaron a Barack Obama de Mitt Romney en 2012.
A la espera del final del recuento, Biden ya ha conseguido más de 74 millones de votos. Es decir, cuatro millones más que Trump. En Estados Unidos no es presidente quien saca más votos sino quien saca más votos del llamado colegio electoral. Cada estado tiene un número de votos asignados y se los otorga todos al ganador sin importar el margen. Es decir, Biden gana los 55 votos electorales de California y Trump, los 38 de Texas sin importar el margen de su victoria.
En esta cuenta hace décadas que no hay una diferencia aplastante entre un candidato y otro porque hay muchos estados de mayoría demócrata o republicana que no se mueven. La última victoria aplastante en la cuenta del colegio electoral fue la de Ronald Reagan en 1984, cuando el republicano venció en todos los estados salvo en Minnesota, el lugar natal de su contrincante, Walter Mondale.
A falta de los resultados definitivos, la victoria de Biden en el colegio electoral puede ser casi idéntica a la de Trump en 2016. Tal y como está ahora el escrutinio, Biden gana con 306 votos electorales contra los 232 de Trump. Es decir, exactamente el mismo margen por el que el republicano derrotó a Hillary Clinton.
La diferencia esencial respecto a Trump en 2016 es que Biden sí ha ganado y con holgura el voto popular, con el peso de legitimidad que ello implica incluso ante posibles disputas en el Tribunal Supremo o intentos de la campaña republicana de cambiar el sentido del voto de los compromisarios que representan a su estado en el colegio electoral.
La tendencia de voto cambió sobre todo hacia los demócratas, incluso en estados tradicionalmente republicanos como Wyoming, Colorado, Arizona, Montana, Kansas y Nebraska.
Las encuestas fallaron
Sí, pero no tanto. No predijeron bien el margen de victoria de Biden en algunos estados importantes. Todavía falta información sobre los resultados finales exactos para calibrar la diferencia porcentual respecto a lo que predecían.
A diferencia de otros años, tanto encuestadores como medios hicieron un esfuerzo extraordinario para explicar la incertidumbre en cualquier encuesta y algunas de sus preocupaciones, como la dificultad para llegar a algunos votantes que no cogen el teléfono a los encuestadores. Es evidente que tienen un problema para detectar bien a votantes republicanos partidarios de Trump.
En el Medio Oeste erraron al augurar una ventaja más holgada del candidato demócrata, en particular en Wisconsin y en Pensilvania. En cambio, predijeron mejor el resultado de Michigan, Minnesota y Ohio (que ganó Trump). En los estados del sur y del Oeste dieron en cambio un panorama bastante fiel a lo que pasó.
En el caso de Florida, la media de encuestas rondaba el empate y al final Trump ganó por casi tres puntos.
La mitad del país sigue apoyando a Trump
No exactamente.
Para empezar, aunque estas elecciones han tenido una participación récord, en Estados Unidos una parte sustancial de la población con derecho de voto no lo ejerce. Este año récord, se estima que ha votado el 67% del censo. Entre los que han votado, en un sistema bipartidista donde este año no ha habido candidatos de terceros partidos relevantes, Trump ha logrado el 47% de ese voto.
Eso son 70 millones de personas que representan una parte muy sustancial del electorado de Estados Unidos y que en este caso ya no podía tener dudas de cómo es el presidente o cómo se comportaría. Pero en un sistema bipartidista para una parte del electorado lo esencial que no gane el oponente por motivos que van más allá del candidato, como el derecho al aborto o los impuestos.
En las elecciones de 2008 y 2012, con menor participación y votantes con derecho a voto, votaron por Romney o por McCain unas 60 millones de personas. A diferencia de lo que sucede en España y otros países con democracias parlamentarias, esos republicanos pueden optar por quedarse en casa o votar a Biden (como han hecho algunos), pero no tienen alternativas significativas para votar por una tercera persona.
Parte de los republicanos no apoyaron al presidente por los datos que tenemos de las carreras a la Cámara de Representantes y el Senado, donde a los candidatos republicanos en general les fue mejor que al presidente.
Trump seguirá siendo fuerte
Quién sabe, pero no necesariamente. En Estados Unidos no hay un aparato de partido donde Trump se pueda quedar como portavoz o líder de la oposición. Una vez fuera del cargo del presidente, no tendrá ningún papel formal. Algunos republicanos en el Congreso y en los medios se están distanciando ya de sus acusaciones falsas de fraude para preservar los intereses de un partido al que le ha ido mejor en las elecciones que a su presidente.
A Trump le quedará su cuenta de Twitter, pero podría verla suspendida si sigue violando las reglas contra la incitación al odio y la violencia y la difusión de mentiras sobre el proceso electoral que puedan provocar violencia. Ahora la red no lo hace por una dispensa especial que tiene para los líderes de los países. A Trump le quedaría la opción de montar una televisión, una idea con la que ya coqueteó en 2016, o incluso un tercer partido que hiciera la competencia a los republicanos por la derecha. Esto podría salirle bien, pero la experiencia de terceros partidos dice que más bien benefician al partido más fuerte contra el que compiten: en este caso, los demócratas.
Trump tiene 74 años y en teoría podría presentarse dentro de cuatro años, si bien su círculo no considera que ése sea su principal plan. Otra opción podría ser que alguno de sus hijos, como Donald Jr. o Ivanka, lo intentaran. Pero su camino podría ser más difícil en un partido que tal vez haya evolucionado en otra dirección.
La política de Estados Unidos es muy personalista. Quien consiga afianzarse como líder será quien marque el rumbo. Sin Trump no está claro que haya una corriente suficientemente fuerte de republicanos que sigan con sus ideas anti-inmigración, su retórica racista y su campaña basada en insultos.
Biden ganó por los blancos del Medio Oeste
No solo. Biden ha obtenido más votos en las zonas suburbanas de Michigan y Wisconsin, donde sí ha conseguido más votantes blancos de los que consiguió Clinton en 2016. También en las zonas suburbanas de Pensilvania de clase media y más variedad racial.
Las mujeres de los barrios suburbanos de Pensilvania con las que hablábamos antes de las elecciones sí han ayudado más a Biden que a Clinton.
Pero Biden también ha movilizado más a los votantes de ciudades como Detroit, Milwaukee y Filadelfia donde los votantes afroamericanos son una parte significativa del electorado y que votan a los demócratas con tasas del 90%. También en algunas zonas suburbanas más pobres que ayudaron a Trump en 2016.
Biden ha recuperado para los demócratas algunos de los condados que Obama había ganado en 2012 y que habían votado por Trump en 2016. Pero la tendencia que se ha visto en estas elecciones es que se ha ahondado la brecha entre lugares muy republicanos que han votado más a Trump y lugares muy demócratas que han votado más a Biden.
Además, ha sido muy importante el papel de dos estados del Sur y del Oeste que no votaban demócrata en las presidenciales desde que votaron por Bill Clinton en los 90: Arizona y Georgia. Biden también ha afianzado la tendencia del voto en Nevada y ha recortado la distancia con los republicanos en Texas.
A Trump le apoyan los más pobres
Éste es un mito repetido desde 2016. Por lo que sabemos del perfil de sus votantes, la brecha con los demócratas es por nivel de educación, no por ingresos: los blancos sin estudios universitarios, en especial los hombres, son los que más apoyan a Trump. Pero educación no significa nivel de renta.
El único grupo que gana Trump es de las personas más ricas, las que ingresan más de 100.000 dólares al año. Entre todos los demás grupos de renta vuelve a ganar Biden, según las encuestas a pie de urna.
Los latinos se han ido con Trump
La mayoría no, pero ha conseguido conquistar a más votantes de comunidades hispanas en algunos sitios concretos, en particular en Miami, donde predominan los cubano-americanos. Biden ganó el voto hispano ahí, pero por un margen mucho más pequeño que Hillary Clinton. Clinton ganó por 30 puntos este condado en 2016 y Biden lo ha ganado ahora por 13.
También se ha dado un fenómeno parecido en el sur de Texas, donde Trump ha mejorado sus resultados y en condados con votantes hispanos, en este caso de origen mexicano. Aunque todavía no hay datos más finos de voto por origen en algunos de esos condados y también hay votantes blancos, el republicano tuvo que mejorar también entre los mexicano-americanos.
En conjunto en el país, sin embargo, Biden siguió ganando la mayoría del voto de estas comunidades: entre el 63 y el 65% de los latinos votaron por él, un resultado muy parecido al de Clinton en 2016.
Estados Unidos tarda mucho en contar
Después de cuatro días y cuatro noches, es difícil no creerlo. Pero no es exactamente así. Ha sido una tortura especialmente para votantes ansiosos, funcionarios, campañas y periodistas (también para los de elDiario.es). También ha sido un proceso que ha dejado un hueco para las mentiras del actual presidente y para la agitación que puede llevar a la violencia.
Pero tiene explicaciones. Una parte ha sido inevitable: la pandemia ha provocado un aumento récord del voto por correo y anticipado que cuesta más procesar (más de 100 millones de votos han sido así) y esto se ha unido al volumen récord de votantes por la participación más alta en unas elecciones desde 1900, cuando ni siquiera había sufragio universal.
Otra parte que explica esta tardanza sí se podía haber evitado. Los republicanos bloquearon en varios estados, como Pensilvania, la petición de las autoridades locales para que se pudieran contar los votos por correo según iban llegando o al menos 24 o 48 horas antes del día de las elecciones para que no se juntara todo. Es lo que hacen estados como Florida, que consiguió informar sobre la mayoría de sus votos la misma noche electoral.
Los últimos votos que se cuentan son los votos por correo, que tradicionalmente favorecen más a los demócratas y más en estas elecciones donde el presidente ha animado a los suyos a no utilizar este método porque (según dice) no es seguro, aunque no hay ninguna prueba de ello y se ha utilizado en Estados Unidos desde la Guerra de Secesión (en algunos estados del Sur y Oeste del país todos los ciudadanos ya votan así).
Estos factores crearon la impresión falsa de que Trump estaba ganando en el Medio Oeste al principio del escrutinio. Según contaban sus votos las ciudades y se empezaba a escrutar el voto por correo, fue emergiendo una realidad bien distinta. Este panorama era previsible por la pandemia y por los obstáculos que han puesto los republicanos contra las medidas para tratar de aliviar el retraso.
La gran mentira del fraude
El presidente Trump lleva desde las elecciones de 2016 diciendo que si no gana, eso significa que hay fraude en las elecciones. Ya entonces se inventó que habría “fraude” en Pensilvania.
Las elecciones en Estados Unidos no dependen de ninguna comisión electoral nacional sino que las organizan autoridades locales de los estados, cada uno con sus reglas específicas sobre requisitos y fechas límite de voto por correo o voto anticipado. Esto hace muy inverosímil la posibilidad de una conspiración nacional.
No hay ningún indicio de fraude o irregularidades extendidas ni ha habido ninguno en las elecciones presidenciales recientes, tal y como reconocen los líderes republicanos. De hecho, Trump ha perdido Georgia y Arizona, dos estados donde el escrutinio está en manos de dirigentes republicanos que defienden la transparencia y el cuidado del proceso.
Aquí Maldita.es repasa algunos de los bulos que se han compartido con falsedades también en español.
El principal invento de Trump es que los estados que estaba ganando al principio de la noche los ha acabado perdiendo y eso es indicio de algo turbio. Pero no hay nada oscuro: se trata de contar los votos. Se debe sólo al voto por correo y a la evolución del escrutinio según avanzaba en ciudades como Filadelfia y Detroit, de mayoría abrumadoramente demócrata.
Las quejas de las denuncias que ha presentado su campaña en las últimas horas son menores y varias ya han sido resueltas o rechazadas por los jueces por no tener base legal.
Por ejemplo, una de las quejas de Trump es que los observadores republicanos no podían ver bien el recuento. Esto tampoco es cierto. Un reportero de Fox News explicó en directo con contundencia la falsedad de las alegaciones de Trump que le recordaba una presentadora: “No es verdad. No es verdad. Simplemente no es verdad”