ANÁLISIS

En tiempos de Obama, los demócratas eliminaron el bloqueo en el nombramiento de jueces. Ahora sufren las consecuencias

15 de octubre de 2020 22:33 h

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Ahora que PSOE y Unidas Podemos impulsan una reforma para renovar el órgano de gobierno de los jueces sin necesidad de pactar con el PP, puede ser útil mirarse en el espejo de Estados Unidos. Allí también había un gobierno progresista que en el año 2013 denunciaba que la oposición conservadora bloqueaba sus nombramientos judiciales. Allí también, después de muchas advertencias, los progresistas decidieron cambiar la forma en la que se elegía a los jueces para acabar con el bloqueo. Y allí, desde luego, estamos viendo las consecuencias que ha tenido esa decisión y que no han sido precisamente buenas para los demócratas.

Un enfado y un cambio de reglas

En Estados Unidos, cuando se queda vacante una de las casi 800 plazas de juez federal, es el presidente quien designa a un candidato para cubrirla. Si el Senado confirma el nombramiento, el elegido se convierte en juez vitalicio. En 2013, Obama acababa de ser reelegido y su partido tenía la mayoría en el Senado, así que no debía de haber tenido muchos problemas para nombrar jueces. Sin embargo, los republicanos empezaron a hacer uso generalizado de una táctica de bloqueo que hasta entonces se había utilizado muy moderadamente en las decisiones sobre el poder judicial. El llamado “filibusterismo” les permitía parar indefinidamente los nombramientos de Obama solamente con 40 de los 100 votos del Senado.

Los republicanos ya habían amenazado con cambiar las normas en 2005, cuando la minoría demócrata usó la misma táctica para bloquear 10 nombramientos judiciales de George W. Bush. Sin embargo, al quedarse en minoría, le aplicaron a Obama la misma medicina pero triplicando la dosis: usaron el método para frenar 36 designaciones judiciales, tantas como en los 46 años anteriores. Enfurecidos por las maniobras obstruccionistas, los demócratas decidieron cambiar las reglas de la cámara y facilitar que los nombramientos de todos los jueces por debajo del Tribunal Supremo pudieran salir adelante con mayoría simple. Eliminaron el filibusterismo en esos casos.

En un primer momento todo fue celebración para los demócratas. El presidente Obama se felicitó por la iniciativa e inmediatamente después logró confirmar un número récord de jueces. Sin embargo, como advirtió el veterano senador republicano Chuck Grassley a los demócratas el mismo día en que cambiaron las normas, “si hay algo que siempre será verdad es esto: las mayorías son volubles. Las mayorías se acaban. Hoy están y mañana no. Es una lección que tristemente mis colegas del otro lado no han aprendido”. Tenía razón y los demócratas se iban a dar cuenta muy pronto. 

El castigo a Obama y la oportunidad de Trump

La felicidad de Obama fue efímera. Los demócratas cambiaron las reglas a finales de 2013, pero en las elecciones de 2014 perdieron la mayoría en el Senado y se acabaron las confirmaciones de jueces. Si en los primeros dos años de su segundo mandato Obama había logrado sacar adelante casi un 90% de los nombramientos, en los siguientes dos años se quedó en el 28%. En el caso de la vacante surgida en el Tribunal Supremo a principios de 2016, la mayoría republicana se negó siquiera a tramitar el nombramiento de su elegido con la esperanza de que un republicano ganara las presidenciales ocho meses después. 

Así fue. Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca se encontró con un importante regalo: el bloqueo de los nombramientos de Obama había provocado que se acumularan más de un centenar de vacantes judiciales que Trump “heredaba” y para las que podía nombrar candidatos de su cuerda ideológica. Candidatos que la mayoría republicana en el Senado ha confirmado para un puesto vitalicio. En menos de cuatro años el 25% de todos los jueces federales son personas elegidas por Trump y a estas alturas ya lleva más nombramientos judiciales confirmados que cualquier otro presidente de los últimos 40 años. 

Es difícil saber qué hubiera pasado si los demócratas no hubieran decidido cambiar las reglas en 2013, pero lo que es cierto es que una vez abierto ese melón, cuesta menos volver a reformar los procedimientos una y otra vez. Los demócratas por ejemplo habían mantenido la posibilidad de hacer filibusterismo para bloquear los nombramientos al Tribunal Supremo, pero los republicanos acabaron con eso también en cuanto pareció que podía descarrilar la designación del primer elegido de Trump para esa institución. También se han saltado su compromiso de no confirmar jueces del Supremo en año electoral, a pesar de que la última vacante ha surgido apenas un mes antes de los comicios. 

Por supuesto, como bien advertía aquel senador republicano en 2013, las mayorías siempre acaban cambiando y también los demócratas tienen en mente reformas de las reglas si es que ganan. El candidato presidencial Joe Biden se niega a aclarar si está entre sus planes ampliar por ley el número de jueces del Tribunal Supremo para darle la vuelta a la mayoría conservadora actual. Es una medida que cuenta con mucho apoyo entre los activistas de su partido. Del mismo modo, si los demócratas recuperan la mayoría en el Senado, podrían eliminar el último reducto del filibusterismo: el poder bloquear casi cualquier proyecto de ley solo con 40 votos de 60. 

Ni demócratas ni republicanos tienen gran autoridad moral para oponerse a los cambios, porque ambos partidos han hecho reformas a su medida en cuanto han tenido la oportunidad. Tampoco parece que en España haya muchos escrúpulos al respecto. Sin embargo, unos y otros deberían recordar unas palabras del líder republicano Mitch McConnell que también él mismo debería haber tenido más presentes: “Os arrepentiréis de esto y puede que os arrepintáis antes de lo que pensáis”.