El tercer y último debate de la campaña electoral norteamericana no fue ni de lejos el momento decisivo que Donald Trump necesitaba para dar un giro dramático a un duelo en el que tiene todas las de perder. El candidato republicano no se sintió inspirado por la ciudad en que se celebraba –Las Vegas– para lanzar una apuesta final, por arriesgada que fuera, que le permitiera desestabilizar a Hillary Clinton.
Al terminar, la exsecretaria de Estado salió sonriente del estrado para saludar a los suyos. Un taciturno Trump dejó que se acercara su familia y ni siquiera besó a su esposa. Había sido el mismo Trump de siempre, pero sólo en cuanto a su falta de conocimientos sobre asuntos básicos de economía y política exterior. Pero en agresividad se quedó más corto de lo que se esperaba en alguien a quien el tiempo se le está acabando.
Lo que sí dio Trump es un titular insólito en una competición electoral en EEUU. En dos ocasiones, se negó a comprometerse a respetar el resultado de las urnas. “Lo veré a su debido tiempo. Os mantendré en suspense”. Durante la campaña, ha dado por hecho que se va a producir un inmenso fraude que le robará la victoria y ha pedido a sus seguidores que vigilen los colegios electorales de ciertas ciudades. En el debate volvió a deslegitimar el funcionamiento del sistema electoral norteamericano, que depende no del Gobierno central, sino de las autoridades de cada Estado, republicanas en muchos de ellos.
Fue el tipo de comentario que se suele escuchar en países del Tercer Mundo con un historial repleto de corrupción y manipulación en las urnas. Clinton no dejó escapar la oportunidad: “Esto es horrible. Me parece inaudito que alguien que es candidato de uno de los dos grandes partidos adopte esa postura”.
Es posible que en ese momento Trump conectara con el profundo malestar que sienten sus seguidores más apasionados por el funcionamiento de las instituciones del país. Pero entre los votantes independientes o los que no hayan decidido aún su voto habrá sonado como el gesto del mal perdedor que ya está buscando excusas por su previsible derrota.
Desprecio mutuo
Ambos candidatos no ocultaron el gran desprecio que se profesan. En una ocasión, Trump superó los límites del decoro normales en estos enfrentamientos cuando dijo “qué mujer más desagradable” mientras Clinton hablaba.
Fue cuando ya empezaba a perder los estribos, después de que volviera a salir el tema de las denuncias de acoso y asalto sexual hechas por varias mujeres en la campaña. Las negó todas –“no conozco a esas mujeres”– y sugirió que podían haber sido preparadas por la campaña de Clinton o proceder de una conspiración de los medios de comunicación. Y aprovechó el momento, sin que viniera a cuento, para acusar a su adversaria de pagar a personas para que provoquen incidentes violentos en sus mítines.
Viniendo de alguien del que se escuchó la famosa conversación en el autobús en la que presumía de que podía hacer lo que quería con las mujeres al ser una celebridad, no sonó muy convincente. Es un motivo más para sospechar que obtendrá el porcentaje más bajo de voto femenino entre candidatos republicanos a la presidencia, algo que le puede conducir a una clara derrota.
Prácticamente, le dio la réplica hecha a su rival: “Donald cree que hacer de menos a las mujeres le hace a él más grande. Él ataca su dignidad, su autoestima. No hay mujer en ningún sitio que no sepa lo que se siente” en esas situaciones, le respondió Clinton.
WikiLeaks y Rusia
Trump también entró en un terreno vulnerable para él cuando el moderador le ofreció una gran oportunidad. Chris Wallace, presentador de la cadena conservadora Fox News, sacó los emails de la campaña de Clinton hechos públicos por WikiLeaks. En concreto, el que describe un discurso en Brasil donde ella habló de su esperanza de conseguir “libre comercio y fronteras abiertas” en las Américas. “Gracias”, dijo Trump cuando Matthews acabó la pregunta.
Clinton fue a lo seguro, y en vez de discutir el contenido de ese discurso, repitió la acusación hecha por el Gobierno de Obama contra Rusia de ser la responsable del hackeo del Partido Demócrata y de los emails de su director de campaña. Trump mordió el cebo. No siguió poniendo sobre la mesa los que revelan esos discursos y optó por una defensa de la inteligencia de Vladímir Putin, probablemente poco popular entre los votantes estadounidenses.
“No conozco a Putin. Sí ha dicho cosas buenas de mí. Si nos llevamos bien, eso sería positivo. Miren, Putin, por lo que yo veo, no tiene ningún respeto por esta persona” (refiriéndose a Clinton). “Eso es porque prefiere tener a una marioneta como presidente de EEUU”, atacó Clinton con una frase insultante. “Nada de marioneta. Usted es la marioneta”, respondió Trump.
Por alguna razón, el republicano pensó que le sería útil sostener que todos los grandes rivales de EEUU son más inteligentes que Clinton. Lo hizo cuando la comparó con Putin, pero también después al referirse al presidente sirio, Bashar Al Asad, o a los iraníes. Pero en su intento de demostrar que ella no da la talla para el puesto, se topó con una respuesta no menos dura.
Clinton le recordó que cuando en los 90 viajó a Pekín para defender los derechos de las mujeres, él se ocupaba entonces del concurso de Miss Universo e insultaba a una de las participantes. Y años después, cuando era secretaria de Estado, estuvo en la Casa Blanca el día de la operación para matar a Bin Laden en la época en que él presentaba el concurso televisivo Celebrity Apprentice. Eran frases que Clinton traía preparadas –bajaba la vista al papel cuando las pronunciaba–, con la duración exacta para que se repitan en los informativos de televisión.
En relación a las guerras de Irak y Siria, ambos candidatos compitieron en defender posiciones inviables o irreales. Trump dijo que Irán será la gran beneficiada en la ofensiva sobre Mosul para recuperar el control de la ciudad iraquí, ahora ocupada por ISIS. Mosul es una ciudad mayoritariamente suní en la que los iraníes –chiíes– nunca han tenido influencia, a diferencia de otras zonas de Irak.
Clinton propuso instaurar zonas de exclusión aérea en Siria para “proteger a la población civil”, pero eso es una ficción desde el inicio del despliegue de la Fuerza Aérea rusa hace un año en favor del Gobierno de Asad. Es inviable, a menos que EEUU quiera dedicarse a abatir aviones rusos y poner a ambos países al borde de una guerra.
Trump incidió en algunos temas que le serán útiles entre los votantes más conservadores, como cuando prometió que nombraría jueces en el Tribunal Supremo que se aseguren de que se anule la sentencia Roe vs. Wade sobre el derecho al aborto para que sean los estados los que decidan, y lo prohíban en muchos casos. También hizo una defensa rotunda del derecho a llevar armas y presumió del apoyo recibido de la NRA.
Fueron momentos aislados que, unidos a sus confusas explicaciones sobre sus propuestas económicas, no le serán de mucha ayuda más allá del electorado republicano que ya tiene asegurado. Tras varias semanas con resultados horrendos en las encuestas que demuestran que está perdiendo apoyos incluso en estados que votan siempre a los republicanos, Trump necesitaba una actuación convincente y que Clinton tuviera una muy mala noche. No obtuvo ninguna de las dos cosas.
Corrección: una primera edición del artículo identificaba al moderador del debate como Chris Matthews, en vez de Chris Wallace.