La última información que los partidarios de Donald Trump han hecho circular esta semana confirma sin lugar a dudas la maldad intrínseca de Hillary Clinton. Con un país tan religioso como EEUU, qué menos que Satanás aparezca en la historia y que haya algunos demócratas entre sus devotos seguidores. Uno de los miles de emails de la campaña de Clinton difundido por WikiLeaks hizo saltar las alarmas.
“Un email filtrado parece relacionar al presidente de la campaña de Clinton con un insólito ritual ocultista”, contaba la página web de Sean Hannity, el presentador de Fox News más entusiasta con Trump. La activista ultraconservadora Laura Ingraham –un millón de seguidores en Twitter– tuiteó un artículo que no era nada ambiguo: “Un email revela que Podesta (presidente de la campaña de Clinton) asistió al acto 'Spirit Cooking' que ha sido descrito como satánico”. Más de 4.000 personas lo retuitearon.
¿Satánico? ¿Magia negra? ¿Ocultismo? ¿Marina AbramoviÄ? Un momento, ¿AbramoviÄ? ¿La artista serbia conocida por sus performances extremas o, al menos, nada convencionales y de la que no constan conexiones con Lucifer? Efectivamente, la misma. Aparece en el artículo, así como el email citado, que sí existió. Es un email del hermano de John Podesta, que le pregunta si asistirá a la actuación de AbramoviÄ. Por lo visto, ella estaba interesada en que fueran.
El artículo promovido por Ingraham explica que la participación de Podesta en el ritual, que no sabemos si finalmente se produjo, “podría explicar la antipatía apenas oculta de la campaña de Clinton por la Iglesia católica”. El trabajo de Satanás, una vez más desvelado por las almas puras.
Tanto la web Drudge Report como Alex Jones, sumo sacerdote de todas las teorías de la conspiración que circulan en EEUU, se hicieron eco de la historia y de la negativa de la campaña de Clinton a dar explicaciones sobre tan oscuro asunto. Algo ocultaban, seguro, lo que tiene todo el sentido si hablamos de un acto relacionado con el ocultismo.
Un emisor perfecto de tramas
Este tipo de historias se repiten en esta campaña en la que Donald Trump tiene por costumbre repetir las alegaciones más inverosímiles. Ya lo hizo en las primarias republicanas cuando sugirió que el padre de su gran rival, Ted Cruz, había estado relacionado con Oswald, el asesino de Kennedy.
¿Por qué se sorprenden?, dijo Trump a los medios. Salía en el National Enquirer (revista sensacionalista que ya ha dado por ciega o medio muerta a Clinton varias veces), que “si fuera el New York Times ya habría recibido varios premios Pulitzer”.
Trump es un estupendo distribuidor de conspiraciones, rumores e infundios. Fue uno de los grandes promotores, no de los primeros, de la teoría de que Obama era un presidente ilegítimo porque no había nacido en EEUU. En febrero, sugería que Obama habría ido al funeral del juez Anthony Scalia en el caso de haberse celebrado en una mezquita. Barack Hussein Obama, como lo llama a veces usando su nombre completo para que la gente siga pensando que hasta puede que sea un musulmán en secreto.
Dijo que un numeroso grupo de musulmanes celebraron la caída de las torres gemelas en los atentados del 11S desde New Jersey (es falso). Comentó en un debate el caso de una niña de dos años que desarrolló autismo después de ser vacunada (quizá sea falso, pero sobre todo es increíblemente irresponsable al establecer una relación que no existe).
Se ha dicho que Trump es la quintaesencia del troll de Internet o, en una frase más memorable, la sección de comentarios de un medio digital convertida en candidato. Sólo pretende enturbiar el debate, confundir a sus enemigos y alentar a los partidarios. Pero sólo con esa intención no habría llegado tan lejos.
En la campaña ha demostrado que puede mentir con soltura y que no le preocupa lo más mínimo si los medios de comunicación le recuerdan lo que dijo o que sus cifras son falsas. Si le dicen que escribió que el cambio climático fue un invento de los chinos para acabar con la industria de EEUU, lo niega de forma terminante, aunque el tuit con ese mensaje estuviera a disposición de todo el mundo. Si le recuerdan que apoyó la invasión de Irak o el derrocamiento de Gadafi, también lo desmiente, aunque de lo primero hay múltiples pruebas y de lo segundo, un vídeo grabado por él mismo para su página web. ¿A quién vas a creer? ¿A mí o a un vídeo en el que salgo yo diciendo precisamente eso que niego?
Una relación traumática con la realidad
Trump no sólo pretende crear confusión para estar a la altura del mejor troll, sino ganar las elecciones. Y lo que acaba con otros políticos, a él le hace más fuerte. Los medios comprueban alarmados que con él no funciona el fact checking (contrastar las declaraciones de un político con los hechos reales). Para que sea efectivo, el destinatario debe admitir la mentira o error o, si no es así, pagar un precio político por ello en términos de reputación.
Los periodistas han visto que lo segundo no ocurrió en las primarias republicanas y no tienen claro –ahora que en el final de campaña las diferencias en los sondeos se estrechan– que en esta campaña Trump se haya visto perjudicado por su relación traumática con la realidad.
Lo que ha sucedido es lo contrario. Los partidarios más acérrimos de Trump creen que todo se debe a una conspiración de los medios, que pretenden que gane Clinton (en la segunda parte de la frase, no están del todo equivocados). Los que le votarán sin estar entusiasmados opinan que los medios en general están predispuestos contra los republicanos. O que al fin y al cabo todos los políticos exageran.
Trump ya era muy conocido en Nueva York hace muchos años y el reality televisivo The Apprentice le había convertido en una celebridad nacional. Pero la idea de presentarse como candidato a la presidencia, para lo que había hecho varios amagos anteriores sin éxito, le quedaba un poco grande. Cuando se unió a una conspiración ya existente –la de los Birthers sobre el lugar de nacimiento de Obama– y la revivió, adquirió el estatus público sobre el que sí pudo después basar su candidatura a las primarias republicanas. La conspiración fue su punto de partida y no es extraño que le acompañe hasta el final, e incluso más allá si pierde, como se puede comprobar por su denuncia a priori del fraude en las elecciones.
Cosas de perdedores
¿Vivimos en una época en que no importa que los políticos mientan? ¿La era de la postverdad, como se dice ahora para añorar el pasado, donde las conspiraciones crecen en terreno fértil? Joseph Uscinski, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Miami, no lo cree así. Coautor de un libro sobre teorías de la conspiración en EEUU, suele decir que son propias de perdedores. Lo recordó esta semana en una clase a la que asistió eldiario.es.
En EEUU los votantes del partido que es derrotado en las elecciones construyen su propia realidad sobre lo que está ocurriendo, porque la realidad real no les gusta nada. “Por eso digo que las conspiraciones son para los perdedores. Son los perdedores los que las alientan después de haber perdido en las urnas”. ¿Y ahora hay más que antes? “No es cierto. No hay pruebas que demuestren eso”.
El modelo se repite. “En 2012, el 62% creía que si ganaban los otros (republicanos o demócratas), sería gracias a un fraude. Tras las elecciones, ese porcentaje bajó al 39%, porque los demócratas pensaban que no podía haber habido fraude al haber ganado ellos”. Recordemos que en el año 2000 fue exactamente al revés. “Todos creen que el sistema es fraudulento y que el otro lado se aprovecha para usarlo en su beneficio”. Eso es lo que lleva a los votantes de Trump a pensar que las mentiras o exageraciones de su candidato favorito son un detalle menor comparado con La Gran Conspiración que sólo él denuncia.
En su camino hacia la presidencia, Trump ha entusiasmado a un farsante como Alex Jones, alguien que –en el más puro estilo de la conspiración del 11M– está convencido de que el atentado del maratón de Boston fue cometido por el Gobierno de EEUU. “Es fantástico hablar sobre ciertos cosas aquí en directo y luego escuchar a Trump repetirlas palabra por palabra dos días más tarde”, dijo en agosto en su programa. “Es increíble. Y demuestra lo centrado que está este tipo y que por eso están todos tan asustados con él”.
Es poco probable que Trump se crea todo lo que dice Alex Jones, pero es seguro que sabe cómo utilizarlo para ganarse el voto de millones de norteamericanos. Por ese lado, es perfectamente normal sentirse asustado ante la posibilidad de que la estrategia tenga éxito. A Trump le saldrán muchos imitadores en todos los países. No hay nada más contagioso que el éxito.