Los discursos del primer ministro turco, Tayyip Erdogan, dividen al país en dos mitades matemáticas. El 50% que le ha votado y “el otro 50%”. Su victoria electoral está sustentada sobre ese porcentaje de votos y su juego en los últimos años, intensificado estos días, es el de polarizar la opinión pública, partirla en dos mitades para crear un ambiente de conmigo o contra mí y deshacer el empate. “El otro 50%” se manifiesta contra él en el parque Gezi. A la otra mitad, a la Estambul de Erdogan, hay que ir a buscarla a algunos de los barrios más conservadores de la ciudad.
La mezquita del distrito de Fatih levanta sus minaretes brillantes sobre un barrio de aceras amplias que se va estrechando en las calles centrales, llenas de verdura y artesanos. El ojo fija la mirada inevitablemente en las mujeres cubiertas con una prenda negra que solo deja al aire en algunos casos los ojos y la nariz, que ya no son excepción como en la zona comercial y moderna de Taksim, donde la forma de vestir es equiparable a la de cualquier país europeo.
Desde zona de la ciudad se organizan las marchas de apoyo a Erdogan, que ha decidido meter presión en la calle y convocar concentraciones en varios puntos del país como respuesta a la masiva afluencia de este fin de semana en Taksim. El pasado viernes hizo la primera prueba y funcionó: miles de personas le recibieron en el aeropuerto de Estambul, como este domingo ha sucedido en Ankara. La manifestación fue convocada en redes sociales por gente como Taha Ün, al que vemos en esta imagen en directo de la televisión turca mostrando su apoyo a Erdogan a su llegada:
Nos sentamos con Taha Ün en una zona de teterías de Fatih. Apoya a Erdogan pero pertenece a un partido político pequeño, muy religioso y tradicionalista, el Partido de la Felicidad, un sector al que muchos de los manifestantes denuncian que el primer ministro está queriendo satisfacer al final de su década de poder con el recorte de libertades individuales. “Nadie pide que se prohíba nada, solo son regulaciones”, dice Ün, de barba cerrada, ojos de niño e interlocución muy amable. “El Estado tiene la función de educar a las partes menos formadas de la sociedad y lo hace regulando determinados comportamientos”, explica. “Nunca en la historia del Imperio Otomano esta tierra ha sido fundamentalista; y no lo será, que no se asuste nadie”.
La terraza de la tetería está llena de jóvenes charlando. No hay ninguna mujer, a las que nos han advertido de que no deberíamos hablar directamente sin consultar con los hombres. “Yo no bebo alcohol y a mí no me gusta que bebas alcohol”, explica Ün sobre la limitación en la venta de bebidas alcohólicas y su prohibición alrededor de mezquitas y escuelas. “No me gusta, pero nunca te quitaría el vaso de la mano”, dice. ¿Prohibir la venta de alcohol en un radio de 100 metros alrededor de cada mezquita y escuela no es una forma estructural de quitarle el vaso de la mano a mucha gente a la vez?, preguntamos. “Eso no se va a aplicar en las grandes ciudades...”, asegura que esa medida está pensada “para pueblos o zonas donde la gente está menos formada, donde tenemos el problema de que se ponen a beber en los parques delante de las mezquitas”.
También nos encontramos en una avenida principal del distrito Fatih, en un restaurante con vidrieras, con un hombre de unos 40 años con camisa azul, pantalones de pinzas, un buen taco de prensa bajo el brazo, un maletín, libros y una mirada de éxito. Es una persona influyente, un profesor universitario que colabora con periódicos y analista político en televisión. A pesar de que está acostumbrado a la exposición pública, prefiere no dar su nombre completo para este artículo. Vamos a llamarle Nuh. “Mira, lo único que está pasando es que en este país hay una élite que está siendo desplazada y, claro, les está sentando mal”, nos dice tajante.
Esa “vieja élite” a la que se refiere Nuh responde a un concepto muy publicado y debatido en Turquía, el de los Beyaz Türkler (turcos blancos): el estereotipo dice que son seculares, con hábitos de consumo occidentales, liberales, beben alcohol y han accedido a una buena posición social desde la fundación de la república turca en 1923. Varias personas con las que hemos hablado estos días, como la experta en vinos que encontramos en una terraza de hotel, se definen como “turcos blancos”. Por oposición, los “turcos negros”, esa parte más religiosa en diferente medida, de imaginario otomano y de raíces conservadoras, más rural y con menos acceso a la formación, son imprescindibles para Erdogan, que de hecho añade contraste al debate desde 1998, cuando dijo en un acto público: “En Turquía hay una segregación entre turcos negros y turcos blancos. Vuestro hermano Tayyip pertenece a los turcos negros”.
Nuh insiste: “esta protesta es la manifestación de una élite resentida, que no acepta que ya no son los únicos con derechos en Turquía”, dice. “Ahora hay gente nueva haciendo negocios, en la vida académica y política”, en plena ebullición por el desarrollo económico del país. Sobre esa acusación a Erdogan de tener una agenda económica especulativa y una agenda social de doctrina religiosa, Nuh responde: “Eso es una estupidez”. Y añade: “Esa gente del parque no sabe lo que es la opresión. En este país tenemos una larga historia de opresión y muchas veces ha venido de esa vieja élite que ahora protesta. Lo que les pasa es que es la primera vez que les han echado gases lacrimógenos en su vida y ahora están traumatizados”, remata Nuh.
Vamos a llamar Ismail a un hombre de pelo rubio, flequillo y chaqueta blanca que se sienta junto a Ün en la cafetería. Es músico, compositor de canciones políticas y religiosas, y también votante de Erdogan. “En Turquía, el kemalismo que ahora se manifiesta en Gezi es el que antes nos prohibía ejercer a nosotros nuestra libertad: se prohibía a las mujeres entrar cubiertas en el trabajo, te despedían de la universidad por tu vida religiosa, por ejemplo, o se nos negaban espacios para la música”, dice Ismail.
La entrevista no pasa desapercibida en la zona de las teterías de Fatih. Llega otro hombre y toma asiento. Se presenta como Muarrem, trabajador del ayuntamiento de Estambul y del partido de Erdogan, el AKP. Su chaqueta y camisa de persona de despachos no acaba de encajar con su cara juvenil, con marcas de acné y sin aparente necesidad de afeitado. Tiene 32 años, aclara. Le mostramos en el teléfono móvil este mosaico de portadas de 6 periódicos turcos a la vuelta de Erdogan a Turquía, en el aeropuerto donde fue recibido por simpatizantes como Taha Üm. Todos ellos destacan la misma frase, apuntalando el mensaje del primer ministro sobre la fortaleza democrática de Turquía.
“Yo ahí no veo censura de los medios”, dice Muarrem. “Veo sentido común, veo que esos periódicos tienen sentido común o quizá se han puesto de acuerdo entre ellos”, añade. ¿Entonces no está de acuerdo con quienes hablan de unas empresas de comunicación entregadas al AKP por los muchos intereses comerciales en juego en otros ámbitos, como se dice? “Desde luego censura no hay, es autocontrol”, explica el trabajador del AKP.
Taha Ün, mucho más avispado, reacciona a la pregunta sobre las portadas llevándose la mano al bolsillo mientras Muarrem habla. Saca el teléfono, busca en Google y encuentra. Nos gira la pantalla para que veamos dos portadas de dos periódicos (Radikal y Hurriyet) donde se difunde la convocatoria de Taksim en los primeros días, a todo trapo en portada. Luego se vuelve a reclinar, fumando de una nargila y conteniendo el gesto triunfante.
El profesor Nuh tiene claro que, independientemente de qué grupos minoritarios hayan acudido a Taksim a sumar o a captar apoyos, la clave está en que “muchos periodistas de esa vieja élite han cruzado la línea del activismo y han provocado las protestas en Twitter, muchas veces con informaciones falsas sobre muertos o heridos”, asegura muy irritado. “Puede que haya habido apagón informativo en los grandes medios sobre la ocupación de Gezi, yo eso no lo niego, pero lo que a mí me indigna es que haya gente de esa élite, en Twitter, alentando y mintiendo”, insiste.
Taha Ün se ausenta 5 minutos para rezar y nos deja con el miembro del AKP. Lo que podría ser una buena oportunidad para constatar el pensamiento político de las bases del partido, en ese cruce de intenciones de ser potencia económica del capitalismo y a la vez un país más conservador en lo religioso, se desvanece con los primeros minutos de charla con Muarrem, que habla ampulosamente, sin decir nada, de “una Turquía de colores” donde “cualquiera que tenga un problema puede acudir a Erdogan” porque “es como un padre para todos los turcos”.
Pedimos hablar con una mujer del barrio, ateniéndonos a las advertencias de respeto. Ün hace un gesto de atención a un hombre que llevaba toda la conversación sentado en la mesa de al lado y le dice algo al oído, tapándose la boca. No habrá problema. Empezamos a mirar hacia las teterías cercanas, donde sí que hay bastantes mujeres sentadas. No, no. Van a traer a una elegida por ellos, van a ir a buscarla y en 40 minutos podremos hablar con ella. Podríamos hablar con cualquier otra persona, aquí mismo, decimos. Tiene que ser esa. Pues mejor no.
En la puerta de la gran mezquita de Fatih también hay un parque, donde los mayores se sientan entre el sol y la sombra de los árboles. Hay parejas mirándose, familias haciendo picnic y gatos por todas partes.