La semana pasada Marine Le Pen fue recibida en el palacio del Elíseo. El presidente francés, Emmanuel Macron, se reunió con ella, como hizo con el resto de líderes de los principales partidos, para definir el curso a seguir después de las últimas elecciones legislativas y evitar un bloqueo parlamentario. Unos días antes, Le Pen ya había recibido la llamada de la primera ministra, Élisabeth Borne, y ha pasado las últimas semanas negociando con los demás presidentes de grupo el reparto de puestos clave en la nueva Asamblea Nacional. Su partido, la Agrupación Nacional (AN), se ha asegurado dos de las seis vicepresidencias, aunque no ha logrado hacerse con el puesto al que aspiraba, la presidencia de la Comisión de Finanzas, un sitio estratégico que ocupará Éric Cocquerel, diputado de Francia Insumisa y miembro de la alianza de izquierdas Nupes.
Son los primeros pasos del nuevo curso político tras el último ciclo electoral que se ha cerrado con la segunda vuelta de las elecciones legislativas, el pasado 19 de junio, donde AN logró 89 escaños en la culminación del proceso de normalización del partido, un camino iniciado por Marine Le Pen en 2011 cuando tomó el relevo de su padre. Desde entonces, la progresión ha sido constante: en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002, Jean-Marie Le Pen obtuvo el 17,79% de los votos; este año, su hija ha logrado el 41,45%, casi ocho millones de electores más.
Pero la verdadera confirmación ha llegado con el resultado de las legislativas. La elección directa de los diputados a doble vuelta tradicionalmente penalizaba a los candidatos de la extrema derecha, pero esta vez el electorado de AN no se ha desmovilizado después de las presidenciales y el partido ha ampliado su extensión geográfica más allá de sus bastiones tradicionales en sureste y el norte del país, conquistando nuevos territorios en Alsacia, en Aquitania y en los departamentos de ultramar. El resultado ha sido un salto de ocho a 89 diputados.
La erosión del “frente republicano”
Una de las causas de esta progresión es política: esa estrategia de normalización del partido (en francés, dédiabolisation) ha ido acompañada de la erosión del cordón sanitario puesto en marcha por el resto de formaciones políticas contra la extrema derecha, conocido como front républicain, el “frente republicano”. Durante toda la campaña para las legislativas, la coalición de partidos alrededor de Macron trató de frenar el ascenso de la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes), que fue designada como principal adversaria. Mientras, AN y Marine Le Pen realizaron una campaña de perfil bajo dejando el desgaste al presidente Macron y Mélenchon.
Así, muchos candidatos de la coalición presidencial eliminados en la primera vuelta se negaron a pedir el voto para los miembros de Francia Insumisa, poniendo al mismo nivel la formación de Mélenchon y la extrema derecha de AN. Según una estimación del instituto Ipsos, eso se tradujo en una gran abstención de los votantes de la coalición presidencial (72%) en los duelos entre la Nupes y la AN.
También en la izquierda ha calado la idea de que Emmanuel Macron y Marine Le Pen son un peligro equivalente, y varios miembros de Francia Insumisa, antes de la elección presidencial, afirmaron que la segunda vuelta era una elección “entre la peste y el cólera”. Según cálculos realizados por el diario Le Monde, de las 108 circunscripciones en las que un candidato de la coalición presidencial Ensemble! se enfrentó a un candidato de AN en la segunda vuelta, solo en 14 Nupes pidió el voto para el representante de la mayoría presidencial, pese a que los principales representantes de la coalición de izquierda sí dijeron de forma más clara que ningún voto tendría que ir a parar a la extrema derecha.
La consolidación de las bases
Pero, más allá de las estrategias políticas, los resultados de AN revelan la consolidación de un voto y un programa. Desde su llegada a la dirección de la formación, Marine Le Pen marcó distancias con lo que había sido el Frente Nacional con su padre, expulsado del partido en 2015 después de declarar que el Holocausto y las cámaras de gas fueron un “detalle de la historia”.
La inmigración “descontrolada” y la “prioridad nacional” han seguido siendo las piezas centrales del discurso del partido (que cambió de nombre en 2018), lo mismo que las cuestiones de seguridad. Sin embargo, se acabaron las referencias al régimen colaboracionista de Vichy y al mariscal Pétain. Con su nueva líder, el partido ha hecho más hincapié en temas económicos y sociales, particularmente en el poder adquisitivo, y defiende una forma de intervencionismo del estado. La elección presidencial de 2017 se intentó presentar como la oposición entre las fuerzas globalistas encarnadas por Emmanuel Macron y los soberanistas, cuyos intereses defiende AN.
“Con esa estrategia y ese discurso, consigue atraer a personas que se sienten olvidadas o amenazadas por una sociedad globalizada”, explica Olivier Guyottot, profesor e investigador en Estrategia y Ciencias políticas en el Instituto de Estudios Económicos y Comerciales Superiores (INSEEC) de Burdeos. “Votantes que se sienten perdedores y víctimas de las medidas puestas en marcha para luchar contra el calentamiento global o para contrarrestar las variaciones de precios provocadas por la globalización del comercio o para ayudar a los inmigrantes”, dice.
Degradación de los servicios públicos
En el mapa electoral eso se traduce en una progresión acelerada fuera de las principales zonas urbanas, donde ha crecido casi el doble en veinte años. Una explosión de votos en la Francia periférica que, según explica el director de opinión del Ifop Jérôme Fourquet, se refiere tanto a la aceleración de la metropolización (concentración de la riqueza y el conocimiento en las ciudades), como al de periurbanización (proceso de extensión de las aglomeraciones urbanas hacia su periferia, que conduce a una transformación de las zonas rurales). “Un estilo de vida periurbano marcado por el debilitamiento de las relaciones sociales y el énfasis en la esfera individual, pero también por la extrema dependencia del coche”, subraya Fourquet en una nota recientemente publicada en la Fundación Jean-Jaurès.
En este contexto, la subida del precio del gasóleo, el combustible más utilizado en estos territorios, está relacionada con la progresión lepenista en zonas donde más afecta al poder adquisitivo (como también ocurrió con la revuelta de los chalecos amarillos). El politólogo Nicolas Lebourg explica en Libération que en las 20 circunscripciones en las que Marine Le Pen obtuvo los mejores resultados en las elecciones presidenciales, la proporción de casas que se calientan con fueloil es mucho mayor, así como mayor es el porcentaje de personas que dependen de su coche para ir al trabajo y de los habitantes que no tienen un médico en su municipio.
Precisamente, la degradación de los servicios públicos en parte del territorio francés es otro factor clave del auge de la extrema derecha. En 20 años, el número de salas de maternidad se ha reducido, sobre todo en las poblaciones medianas, que también son las más afectadas por el cierre de sucursales de bancos, de tribunales y de oficinas del servicio estatal de correos.
La consolidación de un grupo parlamentario en la Asamblea Nacional va a proporcionar un escaparate sin precedentes al partido de Le Pen y a su programa. Los nuevos diputados hablan de propuestas para “prohibir el burkini” en los espacios públicos, de una nueva legislación sobre inmigración o para “luchar contra el islamismo”. No obstante, consciente de la importancia de la imagen, la consigna difundida desde la dirección a los nuevos diputados es de mantener una mayor discreción en las formas para proyectar una imagen de competencia y de normalidad institucional que contraste con la de los diputados de Francia Insumisa, mucho más reivindicativos. Para Marine Le Pen y su partido, después de la normalización, viene la institucionalización.