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Los errores del pasado que Siria puede evitar para que el cambio de régimen no acabe en caos y violencia

Insurgentes sirios posan ante un edificio gubernamental en Hama, Siria

Francesca Cicardi

Doha, Qatar —
10 de diciembre de 2024 22:12 h

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Más de una década después de la Primavera Árabe, uno de los regímenes más longevos y brutales del mundo árabe ha caído esta semana, de forma imprevista y fulminante. Ahora que Bashar Al Asad ya es historia y se están dando los primeros pasos para una transición política en Damasco, aquellos que lideren el país y los propios sirios pueden aprender de los errores que cometieron otros en el pasado, como los libios, que tras la revuelta de 2011 se sumieron en un conflicto armado y una caótica lucha por el poder.

La oposición armada que ha sustituido a Bashar Al Asad al frente del país es la coalición de facciones armadas liderada por la islamista Hayat Tahrir al Sham (creada en 2016 a partir del brazo sirio de Al Qaeda). Ahora, la coalición opera bajo el nombre de Operaciones Militares y ha empezado a tomar decisiones respecto a los integrantes del depuesto régimen -al que denomina “criminal” en todos sus comunicados-, que indican una voluntad de reconciliación y no de venganza.

El lunes, las nuevas autoridades anunciaron la apertura de centros para el “arreglo” de la situación de los soldados del Ejército oficial y otros cuerpos del régimen, después de asegurar que todos los reclutados de forma obligatoria serán amnistiados. Al mismo tiempo, los insurgentes están colaborando con el Gobierno de Al Asad y han nombrado un nuevo primero ministro, Mohamad Al Bashir, quien estará al frente de forma transitoria hasta el 1 de marzo.

Una transición ordenada y que no implique el desmantelamiento de todos los órganos de gobierno e instituciones puede garantizar la continuidad y cierta normalidad en la administración de Siria, que es una de las prioridades que han declarado tanto la oposición armada y política como la comunidad internacional.

“Sabemos que los siguientes retos no van a ser fáciles, esto nos recuerda otras situaciones como Libia y otros países, por lo que necesitamos trabajar juntos”, todos los países árabes y otros directamente involucrados en Siria, declaró en un encuentro en Doha con medios internacionales, incluido elDiario.es, el portavoz del Ministerio de Exteriores de Qatar, Majed Al Ansari. Agregó que su Gobierno desea que haya “estabilidad y una transición segura” en Siria.

“Hay muchos traumas en esta región porque las buenas noticias se transforman en malas noticias muy rápidamente. No queremos que lo que ocurrió en otras naciones después de la Primavera Árabe ocurra en Siria”, afirmó Al Ansari, admitiendo que “hay muchos retos, hay muchos milicianos sobre el terreno y existe la posibilidad de que Siria se convierta en un Estado fallido”.

“Ahora, la comunidad internacional tenemos que trabajar para garantizar que ningún grupo, ni étnico ni religioso, ninguna secta, va a ser excluida y que todos van a estar representados en la nueva Siria”, recalcó. Precisamente, esta es una de las principales preocupaciones expresadas por Gobiernos, expertos y observadores de todo el mundo.

Incluir a todas las comunidades

El régimen de Bashar Al Asad y, anteriormente, su padre, Hafez, se basaba en lealtades sectarias, ya que la familia pertenece a la minoría musulmana alauí (de la rama chií del islam) y favoreció esta comunidad minoritaria en Siria frente a la mayoría suní —que fue la que lideró la revuelta popular de 2011 y la insurgencia armada en los años siguientes—. También hay cierta preocupación respecto a la ancestral comunidad cristiana, de la que el régimen se erigía como defensor y protector frente a los grupos islamistas radicales que empezaron a operar en Siria en el marco de la guerra civil.

Con el objetivo de que la transición sea pacífica e inclusiva, Qatar ha establecido comunicaciones con Hayat Tahrir al Sham (HTS), según ha confirmado a este periódico una fuente conocedora de los contactos entre el grupo armado sirio y los diplomáticos qataríes. “La comunicación con HTS y otros grupos se basa en la necesidad de que estos mantengan la calma y preserven las instituciones públicas de Siria durante el periodo transitorio”, ha explicado la fuente.

De momento, parece que las instituciones no corren peligro y, desde que el domingo el expresidente Al Asad abandonó el país, los servicios públicos están retomando su actividad poco a poco. Este martes, sin ir más lejos, los insurgentes han pedido a todos los profesores y funcionarios de la Universidad de Damasco que regresen a sus puestos, así como a todos los empleados del sector educativo de la provincia en la que se sitúa la capital, para que las clases se reanuden el miércoles. También han pedido a todos los trabajadores y técnicos del sector público de transportes que vuelvan a trabajar en los próximos dos días para que los ciudadanos puedan volver a disfrutar de sus servicios, y que preserven las instalaciones e infraestructuras del transporte terrestre, aéreo, marítimo y ferroviario.

No desmantelar el partido gobernante

Una de las instituciones más poderosa, más vieja y también más corrupta de Siria es el partido Baath, que ha gobernado de forma autoritaria durante más de medio siglo. El régimen de los Al Asad se construyó sobre el ideario y la estructura del partido, que llegó al poder en 1963. Este partido socialista fue fundado en Damasco en 1943 y Hafez Al Asad militó en sus filas a partir de 1946; fue ascendiendo en la formación política y ocupando puestos en los gobiernos sirios hasta que en 1971 se convirtió en el jefe del Estado -cargo que ocuparía hasta pasarle el relevo a su hijo, Bashar, en 2000-.

Hadi Al Bahra, presidente de la Coalición Nacional Siria (principal órgano opositor en el exilio), asegura a elDiario.es que no quieren desmantelar el partido Baath y excluirlo de la vida política, tal y como ocurrió en Irak tras el derrocamiento del dictador Sadam Husein en 2003, también perteneciente al Baath.

Esa decisión generó muchos problemas y los miembros del Baath que cayeron en desgracia estuvieron detrás de muchas actividades desestabilizadoras en los años de caos y violencia que siguieron a la invasión estadounidense de Irak que acabó con el régimen de Sadam.

Al Bahra explicó en una entrevista en Doha que, en esta nueva etapa, el partido tiene que ser como “otro cualquiera” y participar en la vida política del país, sin monopolizar el poder. El veterano opositor, originario de Damasco, también se mostró a favor de que el Ejército de Al Asad sea “reestructurado” y que permanezcan en sus filas los militares “que no hayan cometido crímenes”, y que se integre con el Ejército Libre Sirio (ELS).

Esa agrupación armada fue formada al comienzo de la revuelta de 2011 por los uniformados que desertaron para no reprimir las manifestaciones pacíficas en contra del régimen, que degenerarían en una guerra civil al cabo de poco más de un año. El ELS también ha participado en la sorprendente ofensiva que ha acabado con Al Asad junto a los demás rebeldes, aunque opera principalmente en el norte de Siria, junto a la frontera con Turquía, país del que recibe apoyo.

Justicia transicional frente a venganza

Asimismo, Al Bahra señaló que se aplicarán mecanismos de justicia transicional para castigar a los integrantes del régimen que han cometido crímenes durante los pasados casi 14 años de guerra civil y anteriormente.

En esa misma línea, el líder de HTS, el islamista Abu Mohamad Al Jolani, ha anunciado este martes que los “criminales, asesinos y oficiales de la Policía y el Ejército sospechosos de haber torturado a los sirios” serán perseguidos y que se pedirá a los países a los que han huido los “criminales de guerra” que los deporten para llevarlos ante la justicia en Siria, según el periódico local Al Watan.

Sin embargo, Al Jolani ha aclarado que no tendrán que rendir cuentas aquellos miembros del régimen que no tienen las manos manchadas de sangre y que, con ese propósito, han sido amnistiados todos los militares que fueron reclutados de forma obligatoria.

Aún no se sabe qué ocurrirá con los pesos pesados del régimen ni dónde se encuentran ahora mismo, después de la huida a Moscú de Al Asad y su familia. En todo el mundo, los diplomáticos sirios ya están cambiando las tornas y están levantando la bandera siria con tres estrellas verdes, que representa a la oposición, en las embajadas.

Por su nombre y su simbología, la “Siria libre” recuerda en gran medida la “Libia libre” que nació tras el levantamiento en armas de una parte de la sociedad libia en contra del régimen de Gadafi, derrocado por los insurgentes con el apoyo militar de la OTAN en 2011. La muerte de Gadafi y el colapso de su régimen no llevó a una democracia en Libia, sino a una encarnizada lucha por el poder que continúa a día de hoy, cuando el país sigue dividido entre el este y el oeste, con instituciones rivales y una miríada de grupos armados que defienden sus intereses con las armas.

Los sirios ya han vivido esa situación en los más de 13 años de guerra civil, en la que la infraestructura y tejido social del país han sido destruidos, así como su economía y su patrimonio. Más de medio millón de personas han muerto en la contienda que ha dividido tanto el territorio de Siria como a su pueblo, la mayor parte del cual vive ahora en la pobreza. Quizá, después de sufrir durante tantos años, los ciudadanos y los actores armados y políticos decidan encaminarse hacia un futuro de mayor estabilidad, prosperidad y unidad.

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