Erzin, un oasis dentro de la catástrofe en Turquía
Es viernes y la calle principal de Erzin funciona como siempre: todos los comercios están abiertos. Si no fuera porque se ha caído el minarete de la mezquita, parecería que aquí no ha habido terremoto, pero esta ciudad de 42.000 habitantes estaba a solo 80 kilómetros del epicentro del temblor que sacudió Turquía y la vecina Siria el pasado 6 de febrero.
El alcalde de la ciudad se ha marchado, explica el teniente del regidor durante la entrada en el ayuntamiento. En el parque Atatürk, las únicas 23 personas que aún no han podido volver a sus casas después del terremoto también saben que el alcalde se ha marchado. Están enfadadas porque piensan que las declaraciones que él hizo a los medios, en las que afirmaba que Erzin no ha sufrido daños o que la ciudad no se declarará zona catastrófica, les afectará directamente a la hora de pedir ayudas.
“Quedará claro que una de las principales razones de la destrucción y muerte es la corrupción enmascarada y las leyes con excepción de mi propia ciudad”, ha dicho Okkes, el alcalde de Erzin.
Sin embargo, no solo esa es la razón principal, también la localización y que Erzin estuviera construido sobre roca y no sedimentos podría explicar, según algunas fuentes, por qué esta ciudad es un oasis en medio de la catástrofe. Sirin Kocakaya, el dueño del restaurante Ozdil Tantuni, en el centro de la ciudad, dice que fue Dios, pero a la pregunta de por qué Dios olvidó al resto de ciudades responde que la razón es que la falla está al otro lado de la montaña.
“La cadena montañosa nos ha protegido”
Turquía es una de las regiones del mundo más activas a nivel sismológico desde hace años. En las últimas décadas, después del terremoto de 1999 que sacudió la parte noroeste del país, el Gobierno aprobó varias leyes que obligan a los constructores a diseñar edificios con materiales de alta calidad y resistentes a los terremotos.
A estas alturas de la catástrofe, queda claro que si se hubiera respetado la legislación, el número de muertos hubiera sido mucho menor. “Ves este trozo de hormigón, tiene piedras lisas que llegan a los cinco o seis centímetros”, explica Pitu, de Bomberos Sin Fronteras, durante uno de los rescates en la ciudad de Karhamanmaras. “¿Véis esta línea de aquí? Es acero liso, cuando debería ser rugoso”, dice mientras sujeta la muestra de hormigón.
Recientemente, las críticas han llegado al Gobierno de Recep Tayyip Erdogan por las amnistías que permitieron a los constructores pagar una suma de dinero concreta para que se perdonaran las infracciones de construcción sin tener que adaptar los edificios a la legislación. Estas amnistías permitieron recaudar al Gobierno turco una gran cantidad de beneficios, pero ahora se ha convertido en uno de los principales motivos del gran número de muertos por el derrumbamiento de edificios.
“Si Erzin estuviera en Gaziantep, estaría todo derrumbado. Nos hemos salvado porque la falla no está por debajo y la cadena montañosa nos ha protegido del terremoto”, dice el teniente de alcalde. A pesar de que la ciudad vive protegida por esta cadena montañosa que la separa de ciudades vecinas como Osmaniye o Iskenderun, donde decenas de edificios han colapsado durante el terremoto, el segundo del alcalde señala que “el 50% de la responsabilidad es de las montañas y el otro 50% es del alcalde”.
A pesar de que en esta zona también se han decretado amnistías para varios edificios por parte del Gobierno, la historia sismológica de la región ha llevado a los diferentes gobiernos de la ciudad a no permitir la construcción de edificios de más de cuatro o cinco plantas. Esto ha prevenido que haya habido algún derrumbamiento y que tan solo unos pocos edificios hayan sufrido daños estructurales. En esta ciudad no ha habido ninguna víctima mortal.
El único edificio destruido: una mezquita
Hace 10 días que Latife Yozcu, vecina de Erzin y madre de cuatro hijos, duerme en la tienda del Ayuntamiento junto con otras familias del pueblo. Aunque agradece poder estar aquí a salvo con su familia, lamenta que en la tienda no haya espacio para todos. “Tenía parientes en Antakya y en Iskenderum, un hermano, pero ya no me queda nadie. He perdido a 30 familiares”.
Ahora, está esperando que alguno de los 10.000 peritos que están recorriendo la zona afectada por el terremoto examine su casa y así poder tener un documento donde se acrediten los daños que ha sufrido. Como ella, las tres familias con quienes comparte refugio estos días toman el sol delante de la tienda de campaña. Esperan algún movimiento por parte del Ayuntamiento, especialmente de su alcalde.
Isaan Yaprak, Tarik Karpiaplu y Merve Usanmar venden estufas enfrente del único edificio que se ha derrumbado parcialmente, la mezquita construida en 1973. Están esperando a que sea derribada para poder reconstruirla. A pesar de estar justo enfrente, su tienda no sufrió ningún daño, pero sí notaron el terremoto y salieron corriendo a la calle.
Ellos también creen que la montaña los protegió del temblor. Isaan añade: “También, porque construimos nuestros propios edificios, y no se los dimos a ningún gran constructor. Al igual que la mayoría de nuestros vecinos, confiamos en pequeños constructores locales”.
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