El nuevo veto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas muestra una vez más que las palabras de la Administración Biden van por un lado, y sus acciones por otro.
Washington afirma que apoya la ‘solución de los dos Estados’ –Israel y Palestina–, pero en la madrugada del viernes bloqueó el reconocimiento del Estado palestino en el seno de la ONU. Fue el único voto en contra. De los quince miembros del Consejo de Seguridad, doce votaron a favor y dos (Suiza y Reino Unido) se abstuvieron. Sin el veto estadounidense, la propuesta habría pasado a la Asamblea General de la ONU, donde la mayoría de las naciones habrían apoyado la resolución.
Con su veto, la Administración de Joe Biden contribuye de nuevo a reforzar la impunidad de Israel, obstaculiza otro camino diplomático y compra tiempo para que Tel Aviv despliegue su política de hechos consumados.
El reconocimiento del Estado palestino en el Consejo de Seguridad fue propuesto por Argelia y apoyado por el Grupo Árabe en la ONU. En las horas y días previos, Estados Unidos intentó evitar la votación para no tener que mostrar sus incoherencias. Presionó a algunos integrantes del Consejo de Seguridad, en concreto a Ecuador, Corea del Sur y Japón, pero al contrario que en ocasiones pasadas, esta vez fue incapaz de detenerla.
Un reconocimiento del Estado palestino en la ONU no habría significado la puesta en funcionamiento del mismo. La ocupación israelí -con muros, controles militares, asentamientos, más de 700.000 colonos, carreteras de uso exclusivo, administración de impuestos- lo hace inviable hoy en día. Pero la negativa a su reconocimiento en Naciones Unidas muestra cuáles son las apuestas de EEUU, en su empeño en mantener el statu quo y despejar el camino a Israel.
Biden está empleando el relato de la escalada regional para defender el envío de más a Israel
Las grandes contradicciones entre palabras y hechos
Washington asegura que defiende la paz en Palestina, pero lleva años permitiendo la extensión de la ocupación ilegal israelí y la consolidación del apartheid; reconoce que Israel lanza bombardeos indiscriminados contra la población palestina, pero envía grandes paquetes de armas a Tel Aviv y le ofrece cobertura política y diplomática. Lamenta la muerte de niños palestinos, pero bloquea los intentos de presión contra el Gobierno israelí para detener la masacre, la primera que el planeta contempla en tiempo real.
Esta semana, Estados Unidos pidió en la ONU una condena al ataque iraní contra Israel, en el que no hubo muertos –lanzado como respuesta al bombardeo israelí contra la Embajada de Irán en Damasco, donde sí murieron varias personas– y anunció nuevas sanciones contra el régimen de Teherán. Sin embargo, ni condena a Israel en Naciones Unidas, ni lo sanciona: lo protege, a pesar de sus violaciones del derecho internacional, de los 34.000 palestinos muertos, de los 74.000 heridos, de la destrucción masiva de la Franja.
Estos días de atrás –mientras todos los focos se colocaban sobre Irán– se registraron nuevas matanzas en Gaza, con un elevado número de niños palestinos muertos. Las fotografías de sus cuerpos inertes están en las páginas web de las principales agencias de noticias internacionales, pero no han generado ni escándalo, ni condena, ni sanciones en Washington.
El veto en la ONU y la defensa del envío de armas representan nuevas señales de apoyo de EEUU a la impunidad israelí
La narrativa de la escalada regional y Rafah
El ataque de Israel a Irán la madrugada del viernes fue una agresión limitada, tanto por el carácter de la misma, como por la respuesta del régimen de Teherán, que ha reaccionado restando importancia al lanzamiento de misiles contra sus instalaciones en Isfahán.
Aún así, la narrativa de la tensión regional persiste. Con su ataque a la embajada de Irán en Damasco del pasado 1 de abril, el Gobierno de Netanyahu logró una respuesta militar iraní -sin víctimas mortales-, lo que le ha garantizado el apoyo de sus aliados, con Estados Unidos a la cabeza. El relato de la escalada se emplea ya como excusa para defender el envío de nuevos paquetes armamentísticos a Israel desde Washington, y así se ha expresado el propio Biden.
No en vano, tras meses de retrasos y bloqueos, esta semana el Congreso puso fecha para votar un gran paquete de ayuda militar, a través de una insólita alianza entre una parte de los republicanos y la mayoría de los demócratas. El proyecto, para el que el presidente de EEUU ha pedido apoyo en un artículo esta semana, contempla el envío de 26.000 millones de dólares en financiación militar para Israel, además de 61.000 millones para Ucrania y unos 8.000 para Taiwán y aliados asiáticos. Tras su aprobación en el Congreso este sábado 20 de abril, tendrá que pasar por el Senado el próximo martes 23.
Al margen del resultado de esa votación, Washington está evaluando la posibilidad de otorgar más de 1.000 millones de dólares en nuevos acuerdos de armas a Tel Aviv, incluidos vehículos militares o municiones para tanques. Estos movimientos desde la Casa Blanca no contribuyen precisamente a una desescalada, extraen de la ecuación a la población palestina y representan nuevas señales de apoyo a la impunidad israelí, en un momento en el que el Gobierno de Netanyahu sigue empeñado en lanzar esa gran ofensiva contra Rafah.
El empeño en el statu quo
La Administración Trump impulsó los Acuerdos de Abraham para normalizar las relaciones entre varios Estados árabes e Israel y logró que Emiratos Árabes, Marruecos y Bahrein firmaran pactos con Tel Aviv. Cuando Biden llegó a la Casa Blanca, decidió continuar esa senda, que ignoraba los derechos del pueblo palestino y legitimaba la ocupación israelí. De hecho, impulsó negociaciones entre Arabia Saudí e Israel.
Diversos analistas señalaron que los ataques de Hamás del 7 de octubre podían interpretarse como una respuesta a aquellos intentos de cerrar los acuerdos de Abraham entre Riad y Tel Aviv: “El impulso de Trump y de Biden a los acuerdos de Abraham, en los que Israel normalizó las relaciones con los Estados árabes al tiempo que consolidaba la ocupación israelí de Palestina y traicionaba a los palestinos, hizo que los ataques de Hamás fueran más probables”, escribía este viernes el profesor y analista estadounidense del Quincy Institute, Trita Parsi, vinculando aquellas dinámicas con el veto de EEUU en la ONU el pasado jueves.
El ciclo de violencia podría haberse evitado hace mucho tiempo. Lejos de haber aprendido algo, las dinámicas continúan siendo las mismas. La escalada actual tiene su origen en la opresión continuada contra la población palestina y en la masacre en Gaza. La llave para rebajar la tensión es un alto el fuego inmediato y duradero en la Franja, lo que requiere intercambio de rehenes, fin de la ocupación israelí y una negociación para una paz justa.
Pero en vez de incluir la realidad en la ecuación –la existencia de la población palestina–, Israel prosigue con su huida hacia delante, con el apoyo de EEUU y otros aliados occidentales. Lo hace con la voluntad de no ceder ni un milímetro de territorio ocupado, con el empeño de negar derechos e igualdad a los palestinos, con el objetivo de continuar con su proceso de apropiación y desposesión, aunque para ello necesite un escenario de guerra perpetua.