La jugada no le ha podido salir mejor al gobierno presidido por Benjamín Netanyahu. En la víspera del Día de Jerusalén –en que Israel conmemora anualmente la “reunificación” de la ciudad tras la guerra de los Seis Días en 1967– y apenas dos días antes de Estados Unidos escenifique el traslado de su Embajada a la ciudad santa, su representante ganaba el festival por cuarta vez. Una victoria que llega en el mejor momento de los posibles –tras el espaldarazo del presidente norteamericano– para la diplomacia pública israelí, y que los palestinos tachan de propaganda.
Si en 1998 Dana International triunfaba con su canción “Diva” –un envidiable regalo para Netanyahu, que entonces ya ejercía como jefe de gobierno dentro del que fue su primer mandato, en el 50 aniversario de la creación del Estado– ahora Netta ha vuelto a hacerle otro obsequio mediático coincidiendo con la cabalística cifra de los 70 años. Este lunes, 14 de mayo, se conmemora la Declaración de Independencia, según el calendario gregoriano (pues según el calendario judío las celebraciones ya tuvieron lugar el pasado 19 de abril).
Por este motivo, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, eligió esta simbólica fecha para dar el pistoletazo de salida a un proceso que tardará en completarse entre 5 y 10 años, dado que no sólo tienen que construir todo un complejo de obra nueva, sino que tendrán que trasladar todos los servicios que hoy en día presta su legación diplomática en Tel Aviv. Aún así, los palestinos han declarado un día de huelga general en señal de protesta, que probablemente vendrá acompañado de las correspondientes movilizaciones.
Todo apunta a que se avecinan dos jornadas muy violentas, pues el martes 15 tiene lugar la habitual conmemoración de la Nakba o catástrofe nacional palestina que todos los años deja varios muertos en la cuneta. Además, en esta ocasión, coincide con el último día de la llamada “Marcha del Retorno”, que comenzó el pasado 30 de marzo con la celebración del “Día de la Tierra”.
Una amalgama de movilizaciones que fueron concebidas como de resistencia no violenta para reclamar el derecho al retorno de los refugiados, pero que con su propia dinámica y la durísima represión ejercida por el Ejército israelí ya contabilizan casi medio centenar de muertos, cientos de heridos graves (por impacto de munición real) y miles de heridos leves. Muertos y heridos a los que con toda probabilidad se sumarán más durante las próximas 48 horas.
Por otro lado, consciente de que Trump se ha declarado amigo incondicional de Israel, Netanyahu no sólo le ha logrado persuadir para que abandone el acuerdo nuclear con Irán, sino que ha pasado a ordenar ataques abiertos contra posiciones iraníes en Siria. Lo que llevaba haciendo de forma puntual y soterrada desde hace más de 5 años mientras la Administración Obama miraba para otro lado, ahora el ejecutivo israelí lo hace de forma abierta y sin tapujos, aunque para ello ponga en riesgo la seguridad y estabilidad de toda la región.
El año que viene en Jerusalén
Cuando dentro de su lógica euforia tras ser declarada ganadora por el jurado popular, Netta Barzilai utilizó la expresión tradicional judía de que nos vemos “el año que viene en Jerusalén”, incurrió en todo un ejercicio de jutzpá (caradura, en hebreo) política. Pues aunque Israel como Estado soberano es libre de decidir donde organiza la edición de 2019, el hecho de que lo haga en la capital en disputa no deja de constituir una estratagema más dentro de su estrategia de evitar cualquier tipo de condicionalidad política por parte de Occidente y de normalización con los países sunitas moderados, pero sin tener que pagar precio alguno en materia de paz y justicia para los palestinos.
La actuación de Netta –que acudió acompañada de una nutrida delegación y fue escoltada por varios guardaespaldas al escenario para volver a cantar “Toy” por segunda vez en calidad de ganadora– ha supuesto una gran operación de relaciones públicas para Israel. Un país que busca precisamente potenciar su rol como Start–up nation, maquillar su lado más violento en la represión del pueblo palestino y ejercer ese papel de Sheriff de Oriente Próximo que parece haberle encomendado Trump.
A sus 25 años, Barzilai, nacida en el suburbio de Hod Hasharon cercano a Tel Aviv, pero que hoy vive en su área metropolitana, pertenece a una generación ajena al proceso de paz. Quién mejor que esta joven que nació en 1993 –el mismo año en que se firmó la Declaración de Principios, la piedra fundacional de los Acuerdos de Oslo– como representante de una generación que vio cómo el espejismo de la paz con los palestinos se vino abajo como un castillo de naipes, y que todavía mantiene en su retina los terribles atentados suicidas de la segunda Intifada (2000–2005).
Netta como símbolo generacional
Barzilai representa a una nueva hornada de israelíes en la que prima el escepticismo, el materialismo y, hasta cierto punto, el hedonismo. Una generación que desconfía tanto de los palestinos como de sus vecinos más próximos –pues a pesar de que mantienes cordiales relaciones diplomáticas con Egipto y Jordania, luego son pocos los israelíes que se atreven a ir de visita– y que lo que desea es disfrutar de la vida.
Nada que ver con el idealismo de hace 20 años, cuando Dana International ganó Eurovisión para Israel y muchos palestinos lo celebraron casi como si fuera una victoria propia. En cambio, este pasado sábado por la noche las calles de Jerusalén Este guardaban completo silencio, mientras que en las del Oeste la fiesta no acabó hasta las 4 de la madrugada.
De la misma forma que muchos israelíes rechazan a priori todo aquello que sea palestino, árabe o musulmán, las nuevas generaciones, cosmopolitas –y, a menudo, también políglotas–, de israelíes disfrutan con todo aquello que sea occidental. Ahí están ciudades como Berlín, a la que se han mudado miles de ellos (según las estadísticas del gobierno alemán, 33.000 israelíes adquirieron la nacionalidad germana entre los años 2000 y 2016).
Así las cosas, la victoria en Eurovisión con una canción que no está exenta de mensajes progresistas en contra del machismo y a favor del respeto a la diferencia, entre otros, no deja de encubrir muchas otras disfunciones y problemas que sigue presentando el Estado hebreo. A pesar de jactarse de ser la única democracia de Oriente Próximo, Israel aprovechará la celebración de la 64a edición del certamen para hacerse un lavado de cara en profundidad y sentirse un miembro más de la comunidad occidental.