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Felipe de Edimburgo: aristócrata de la vieja escuela, entregado consorte y 'dentopedólogo'

Sean Lang

10 de abril de 2021 17:27 h

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La muerte del Duque de Edimburgo, marca el final de un capítulo no solo para la familia real británica, sino para la propia monarquía europea. El esposo de la reina Isabel de Inglaterra pertenecía a ese mundo cosmopolita de realezas interrelacionadas que gobernó Europa antes de la Primera Guerra Mundial y que ha sido en gran parte barrido por el tiempo, la guerra o la revolución.

Nacido en Corfú, hijo del príncipe grecodanés Andrés y de la princesa angloalemana Alicia de Battenberg, podría haber vivido como un oscuro príncipe europeo si su familia no se hubiera visto envuelta en la política revolucionaria de la época posterior a la Primera Guerra Mundial y desterrada de su patria. Felipe vivió resentido por el hecho de que sus parientes Romanov hubieran sido asesinados por los bolcheviques: en 1993 se utilizó su ADN para identificar los cuerpos.

Trasladado primero a París y luego a Londres, se educó en Inglaterra, Alemania y finalmente en la escuela Gordonstoun, creada por el refugiado judío alemán Kurt Hahn. El príncipe Felipe siempre atribuyó al duro régimen de formación del carácter de Gordonstoun su enfoque pragmático y poco sentimental de la vida que le hacía parecer duro e insensible.

En la Segunda Guerra Mundial sirvió en la Royal Navy, pero fue después de la guerra cuando se proyectó hacia el papel real que definió su vida. Tras enamorarse de su pariente lejana, la princesa Isabel, se casó con ella en 1947, en la primera de una serie de bodas reales de alto nivel que marcarían la historia británica de la posguerra.

Con motivo de la boda, Felipe, que había renunciado a sus títulos extranjeros al adquirir la nacionalidad británica, recibió el título de Duque de Edimburgo. Sin embargo, para su intensa irritación, su esposa conservó su apellido real de Windsor para ella y sus dos primeros hijos, en lugar de adoptar el nombre de su marido, Mountbatten. Finalmente se llegó a un compromiso constitucional por el que el Príncipe Andrés y el Príncipe Eduardo recibieron el apellido Mountbatten-Windsor.

Aire fresco

Felipe parecía un vigoroso soplo de aire fresco entrando en el Palacio de Buckingham con pantalones y camisa de cuello abierto, en una monarquía que corría el peligro de parecer acartonada y fuera de onda. Pero cuando la princesa Isabel accedió al trono en 1952, descubrió las ambigüedades y frustraciones del papel de consorte en la monarquía británica. A diferencia del príncipe Alberto, no recibió el título formal de príncipe consorte, aunque en 1957 se le dio el título de cortesía de príncipe Felipe.

Al igual que su antecesor victoriano, se volcó en proyectos benéficos, científicos, deportivos y educativos, sobre todo al frente de la National Playing Fields Association y de la Worldwide Fund for Nature. Tal vez su legado más duradero sea el Duke of Edinburgh Award Scheme, un programa de aventura y esfuerzo al aire libre para los jóvenes basado en los principios de la Gordonstoun School de Kurt Hahn.

El problema de la “Dentopedología”

Felipe no tardó en crearse reputación de lo que una vez definió, ante el Consejo Dental General, como “dentopedología: la ciencia de abrir la boca y meter la pata”. Sus “meteduras de pata” eran típicas del humor de la clase dirigente, aunque menos apreciadas, y a veces incluso ofensivas, para otros oídos.

Su comentario al presidente de Nigeria ataviado con el traje nacional, “parece que está listo para ir a la cama”, o su consejo a los estudiantes británicos en China de que no se quedaran demasiado tiempo o acabarían con los “ojos rasgados”, probablemente se pueden considerar como humor mal calculado. Decirle a un fotógrafo que “tome la jodida foto de una vez” u otras similares son expresiones de exasperación o cansancio con las que cualquiera podría simpatizar.

También era capaz de un ingenio genuino, aunque básico, al decir de su hija, la princesa Ana, amante de los caballos: “Si no se tira pedos o come heno, no le interesa”. Muchos lo habrán pensado, pero pocos se han atrevido a decirlo. Si las famosas meteduras de pata del príncipe Felipe provocaron tanta diversión como enfado fue precisamente porque parecen dar voz al desconcierto y las frustraciones reprimidas con las que mucha gente ve el siempre cambiante mundo moderno.

Mi marido y yo

Fue en su papel familiar donde Felipe recibió más críticas. La Reina nunca dejó de rendir homenaje a su apoyo: durante muchos años comenzaba sus intervenciones públicas con las palabras “Mi marido y yo”. Y sus hijos parecían, en apariencia, equilibrados y felices. Sin embargo, la serie de escándalos y divorcios en que se vieron envueltos los miembros más jóvenes de la realeza en la década de 1980 parecía apuntar cada vez más a una crianza inadecuada.

En particular, el Príncipe Carlos, una figura más importante que su padre, pero a quien Felipe había sometido a los rigores de Gordonstoun y de la Marina, sufrió la orientación sin sentido de su padre. Fue Felipe quien obligó a Carlos a poner fin a las especulaciones públicas y a casarse con Lady Diana Spencer en 1981 y, cuando el matrimonio terminó en divorcio, se culpó en gran medida a la forma exigente en que el Duque había educado a su hijo mayor.

La crisis provocada por la muerte de Diana en 1997 sacó a la luz las críticas a la monarquía, pero el Duque desempeñó un papel importante en la planificación del funeral que contribuyó en gran medida a restablecer la confianza del público.

Servidor público

En sus últimos años, el Duque de Edimburgo fue abandonando su enorme repertorio de cargos públicos –tuvo más de 800 presidencias y patronatos–, incluyendo el rectorado de las universidades de Cambridge, Salford, Gales y, en coherencia, Edimburgo.

Recibió muchos elogios en 2012 cuando permaneció durante tres horas bajo la lluvia junto a la Reina en su desfile fluvial del Jubileo de Diamante (60 años como reina), y luego sufrió una infección de vejiga. Sin embargo, su insistencia en seguir conduciendo coches suscitó críticas cuando en 2019 chocó con otro vehículo cerca de su finca de Sandringham.

A pesar de que su salud se iba deteriorando, mantuvo la agenda pública hasta que finalmente se retiró en 2017, a la edad de 96 años.

Como corresponde a un militar de la marina, su último acto público fue cuando transfirió su cargo de coronel en jefe del regimiento de infantería The Rifles a su nuera Camila, duquesa de Cornualles, en julio de 2020.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leerlo aquí.