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Francia blinda por ley a los agricultores contra las quejas de los urbanitas que se mudan desde las grandes ciudades

Vista aérea de París.

Amado Herrero

14 de abril de 2024 22:25 h

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En 2020 los sucesivos confinamientos llevaron a muchos parisinos —aquellos que podían permitírselo— a dejar la ciudad para refugiarse en propiedades de alquiler o en segundas residencias fuera de la capital. Algunos quisieron ver en la pandemia un punto de inflexión demográfico, un cambio en el estilo de vida que marcase el inicio de un 'éxodo urbano' y una nueva distribución de la población. En definitiva, un gran trasvase de habitantes desde las ciudades hacia las zonas rurales, impulsado por la búsqueda de más espacio y favorecido por la generalización del teletrabajo.

Ante esa posible recomposición social —y anticipando los conflictos que puedan acompañarla— el Parlamento francés ha aprobado esta semana una ley “para adaptar el derecho de responsabilidad civil a los retos actuales”; un texto que define las molestias vecinales anormales con el objetivo de proteger mejor a los agricultores contra las quejas de los vecinos. Impulsada por el Gobierno, en consulta con sindicatos agrícolas, la medida responde a la inquietud de algunos trabajadores del sector primario, preocupados ante la posibilidad de que la afluencia de nuevos residentes desemboque en conflictos y denuncias en los tribunales.

La prensa francesa se hace eco regularmente de este tipo de casos. En 2022 un ganadero de la región de Oise fue condenado a pagar 100.000 euros a los vecinos afectados por el ruido y el olor de 260 reses en su nuevo establo; en 2019 los cantos matinales del gallo Maurice le llevaron ante los tribunales (aunque el juez falló en su favor). El tañido de las campanas de las iglesias o la dispersión de productos fitosanitarios en los cultivos también han provocado polémicas locales en varios puntos del país.

“Si se elige el campo hay que aceptarlo tal como es, con quienes lo hacen vivir”, argumentó el Ministro de Justicia, Éric Dupond-Moretti, en la Asamblea Nacional. El texto final fue aprobado con los votos de los diputados de la coalición presidencial, del Partido Socialista, de Los Republicanos (derecha) y de la Agrupación Nacional (extrema derecha). Francia Insumisa y Europa Ecología-Los Verdes votaron en contra, criticando que la nueva legislación utiliza la falsa amenaza de los urbanitas que llegan al campo con sus quejas para perpetuar hábitos nocivos y poco sostenibles.

“Este texto no debe ofrecer un derecho a contaminar a los industriales y a las grandes explotaciones”, declaró la diputada ecologista Sandrine Rousseau durante los debates. “La imagen, a menudo una fantasía, que se da de los neorrurales contra los que se dirige el texto no debe ocultar que miles de habitantes viven en las zonas rurales desde hace generaciones y que se quejan de que sus condiciones de vida están en peligro”.

Una gran “periurbanización”, más que un éxodo rural

En realidad, dos grandes estudios publicados en el último año desmienten la idea de un abandono masivo de las ciudades en dirección al campo; los datos identifican más bien un flujo de habitantes desde los núcleos más poblados hacia zonas con una menor densidad. “La idea de una aversión generalizada a las ciudades es totalmente exagerada”, escriben los autores del estudio multidisciplinar Exode urbain: un mythe, des réalités’, [Éxodo urbano, mito y realidad] “aunque nuevas dinámicas acentúan un fenómeno de (re)equilibrio del marco urbano ya en marcha antes de la crisis”.

La principal de esas dinámicas se produce en el interior de las grandes áreas metropolitanas, desde el centro hacia su periferia, especialmente en París. Los territorios situados al oeste de la región parisina (como el departamento de Yvelines) son los que han experimentado algunas de las mayores explosiones en la demanda inmobiliaria en los últimos años. De manera más general, las zonas que siguen las líneas de tren de alta velocidad, que aseguran las conexiones con la capital, son los destinos privilegiados.

En todo caso, los autores señalan que, más que la revitalización del territorio rural, Francia tiende hacia un fenómeno de “megaperiurbanización”, es decir, una extensión del espacio periurbano en el límite de las ciudades. Una tendencia que confirma el poder de atracción que conservan las grandes metrópolis, que concentran población, empleos y servicios.

“La periurbanización es una de las dinámicas de población más claras de las últimas décadas, un fenómeno que también se da en otros países, pero en Francia especialmente”, explica Adrián Gómez Mañas, profesor en la Universidad de la Sorbona, experto en urbanismo. “En París, por ejemplo, los datos recientes muestran que, aunque la ciudad pierde población, en realidad el área metropolitana gana habitantes”.

Pese a que la región parisina conserva su poder de atracción, en los últimos años “un gran número de familias abandonan el área metropolitana para instalarse en otras zonas, impulsadas por cambios profesionales o un cambio de estilo de vida”, subrayan los autores del citado estudio. Un fenómeno “socialmente selectivo” impulsado por decisiones personales que “afectan especialmente a determinados grupos en momentos concretos de su vida, como la jubilación o la llegada de un hijo”.

Un tímido “renacimiento rural”

Además del espacio periurbano, se observa un nuevo impulso para el “renacimiento rural” que en las últimas décadas se estaba produciendo en Francia y que había perdido fuerza en los años precedentes a la pandemia. Un impulso que otro estudio del Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (Insee, por sus siglas en francés) atribuye a “las nuevas oportunidades que ofrece el teletrabajo”. No obstante, el Insee aclara que se trata de un flujo “geográficamente selectivo” porque quienes dejan la ciudad rara vez se instalan en el corazón de la Francia rural.

“En realidad esas dinámicas de población son desiguales entre diferentes territorios”, explica Gómez Mañas. “La costa gana población, tanto la mediterránea como la atlántica, sobre todo Normandía, Bretaña y el área de Burdeos, pero en las zonas del interior es más variable: hay ciudades que siguen perdiendo población y no consiguen revertir la dinámica”.

De hecho los autores señalan una “neorruralidad pragmática” en la que hogares de clases medias y clases trabajadoras se ven obligados a trasladarse a zonas más alejadas, espacios calificados como rurales aunque vinculados a grandes ciudades, para satisfacer sus objetivos inmobiliarios (conseguir una habitación adicional para teletrabajar o un jardín más grande). “La primera corona de la periferia, con sus tradicionales urbanizaciones y piscinas, se ha vuelto inaccesible para muchos”, apuntan los autores del estudio.

Variedad de perfiles

Además, los estudios contradicen la idea de un perfil único para los que dejan la ciudad. Más allá del estereotipo de personas con estudios avanzados, que combinan el teletrabajo con un proyecto de reconversión profesional más o menos alternativo, también hay muchos ciudadanos con empleos precarios, o prejubilados, además de una nueva categoría —aún reducida— de personas que se mudan en base a preocupaciones climáticas sociales.

Por otro lado, muchos de esos desplazamientos pueden estar vinculados a crisis familiares o profesionales (enfermedad, rupturas familiares, síndrome del trabajador quemado, problemas de los hijos en el colegio), “lo que sugiere la necesidad de combinar las microtrayectorias y los macrocontextos para comprender la movilidad residencial actual”.

En todo caso, los movimientos residenciales acentúan las diferencias territoriales, entre zonas atractivas (como las cercanas a centros urbanos o que se benefician de servicios e infraestructuras: tren de alta velocidad, cercanías, calidad paisajística) y otras en declive. Pone también sobre la mesa la importancia de mantener la inversión en servicios públicos para retener a la población. “Por ejemplo muchas líneas regionales de tren se estaban abandonando; la apertura a la competencia y la necesidad de rentabilidad estaban acelerando su desaparición”, señala Gómez Mañas. “Antes había un sistema de perecuación —las líneas más rentables compensaban las que lo eran menos—, pero ahora cuando ciertos territorios intentan reapropiarse de esas líneas para hacerlas funcionar es complicado”, añade.

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