En Francia el jefe del Gobierno no es elegido por el poder legislativo, como ocurre en España, sino que es designado por el Presidente de la República (que a su vez es elegido por sufragio universal directo). Obviamente el jefe del Gobierno necesita el apoyo de la Asamblea Nacional, por eso cada nuevo Primer Ministro elabora una “declaración de política general” que es sometida a votación entre los diputados al inicio de su mandato (algo similar a nuestra sesión de investidura).
El 3 de julio de 2012, Jean-Marc Ayrault, a quien François Hollande había encargado formar Gobierno, sacó adelante su declaración de política general con 302 votos a favor (por encima de los 290 con los que cuenta el grupo socialista, sobre un total de 577 diputados) lanzando un mensaje claro: “Llamo al esfuerzo nacional pero rechazo la austeridad”.
Ayrault añadió, en tono lírico, que “Francia representa más que una historia, es una idea de la condición humana. Esta es una dimensión que nunca será tenida en cuenta por ningún mercado. Estos valores, que no cotizan, para nosotros no tienen precio.”
Francia se presentaba así como el contrapeso necesario a la austeridad impuesta por la Alemania de Merkel. Pero sopló el viento del Este y se llevó aquellas palabras. La falta de audacia y la contemporización se revelaron como señas de identidad de la marca Hollande.
De acuerdo con Eurostat, el déficit público se sitúo en el -4,9% del PIB en 2012 y en el -4,3% al año siguiente (la última vez que Francia no incurrió en déficit presupuestario fue en 1974). El crecimiento fue nulo en 2012 y tan sólo 0,2% en 2013, lastrado en gran medida por una balanza por cuenta corriente estructuralmente deficitaria. La tasa de paro cerró 2012 por encima de 10%, y en ese entorno sigue desde entonces.
Hollande comenzó 2014 decidido a cambiar el rumbo de su política económica y anunció un ambicioso programa de estímulos a la oferta bautizado como “Pacto de responsabilidad con las empresas”.
El golpe de timón en el Elíseo se personificó poco después con el nombramiento de un nuevo Primer Ministro, Manuel Valls, cuya declaración de política general obtuvo 306 votos a favor el pasado 8 de abril, un apoyo muy similar al de su predecesor en el cargo.
El otro hombre fuerte de ese Gobierno era el Ministro de economía, Arnaud Montebourg, cuya defensa de los estímulos a la demanda era de sobra conocida. ¿Valls y Montebourg podían encajar en su visión de conducir la política económica?
Fisura en las filas socialistas
Apenas unos días más tarde, el 29 de abril, se aprobó el programa de estabilidad del Gobierno Valls I para el periodo 2014 a 2017 con el voto a favor de tan sólo 265 diputados. En menos de tres semanas Valls había perdido el apoyo de 41 diputados socialistas… Fue el primer pulso entre Valls y Montebourg.
El resultado se calificó de pírrico, ya que 265 votos no representan la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional ni tan siquiera la mayoría de los presentes aquel día (participaron en la votación 564 diputados). El programa de estabilidad de Valls no se habría aprobado si 17 de los 41 diputados que votaron en blanco (los “frondeurs” o socialistas contestatarios) lo hubieran hecho en contra.
La siguiente vuelta de tuerca llegó el pasado 23 de julio, día en el que la Asamblea Nacional aprobó con muchas dificultades el Proyecto de Ley de finanzas rectificativo de la Seguridad Social. En él se incluían medidas anunciadas en el “Pacto de responsabilidad con las empresas”, principalmente la disminución de las cotizaciones patronales y de las cotizaciones de los salarios más bajos, así como la congelación de las pensiones de jubilación superiores a 1.200 euros.
Montebourg perdió nuevamente el pulso. Tras 4 meses y 23 días en el cargo decidió presentar su dimisión. Con él dimitieron otros dos ministros más, provocando una crisis política que llevó a Hollande a encargar a Valls la formación de un nuevo Gobierno (en el que finalmente los cambios han sido únicamente los obligados).
El elegido para sustituir a Montebourg al frente de la cartera de economía en el Gobierno Valls II ha sido Emmanuel Macron, hasta entonces Secretario General Adjunto del Elíseo, considerado el inspirador del “Pacto de responsabilidad con las empresas” y vivo defensor de las políticas de estímulo a la oferta. Toda una declaración de intenciones.
Muchos han acusado a Montebourg de teatralizar una dimisión programada con la vista puesta en la elecciones presidenciales de 2017. Su trayectoria política así parece sugerirlo. En cualquier caso, sus posiciones seguirán presentes en el debate.
De momento Montebourg ha dejado un epitafio exculpatorio en forma de nota “secreta y personal” dirigida al presidente de la República con fecha 6 de febrero de 2014 (anterior, por lo tanto, a su nombramiento como Ministro de economía en el Gobierno Valls I). Esta nota ha sido dada a conocer recientemente por “Le Nouvel Observateur” y en ella se motiva la necesidad de estimular la demanda y se esbozan las grandes líneas de un cambio en la política macroeconómica francesa y europea. Merece una reflexión.
Qué puede ocurrir
Sin duda el cambio de titular en el Ministerio de economía hará crecer el número de diputados contestatarios en las filas socialistas. Existe un temor fundado ante la próxima votación de los Presupuestos Generales: si el tándem Valls – Macron abraza la austeridad (con recortes por importe de 50.000 millones de euros para el periodo 2015 a 2017), sin estímulos a la demanda, y no consiguen sacar adelante la votación entonces Hollande se verá abocado a disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas (que no presidenciales, puesto que su mandato expira en 2017).
Paradójicamente, la mejor baza del propio Hollande para que esto no ocurra son las consecuencias negativas de que tal cosa suceda. Resulta difícil imaginar una mayoría de izquierdas si hubiera elecciones legislativas ahora mismo, así que muy probablemente Hollande tendría que designar un Primer Ministro de derechas (lo que se conoce como “cohabitación”) algo que, en principio, no corresponde a los intereses de los diputados contestatarios.
Por su parte el principal partido de la oposición, la UMP del ex-presidente Nicolas Sarkozy, se halla inmerso en una travesía del desierto, sin líder ni discurso, desde su derrota en las elecciones presidenciales de 2012.
Así que, en la jaula de grillos que hoy es el panorama político francés, el ultraderechista Frente Nacional se frota las manos ante la posibilidad de que esta crisis política le permita entrar con alfombra roja, nunca mejor dicho, en la Asamblea Nacional.
Actualmente el partido de Marine Lepen sólo cuenta con dos diputados, pero esto es debido al sistema de doble vuelta y a los pactos entre las demás fuerzas políticas. Conviene no olvidar que fue el tercer partido en las legislativas de 2012, con el 13,6% de los votos, y que en las recientes elecciones europeas fue el partido más votado con casi el 25% de los sufragios. No debería subestimarse la capacidad del Frente Nacional para poner patas arriba la política europea.
El peso político de Francia en Europa es innegable, pero ahora mismo su cuadro macroeconómico la sitúa en tierra de nadie, tan lejos de España e Italia como de Alemania. Si pensábamos que Francia tenía un plan, estábamos engañados. No lo tiene.