Una marea humana sin precedentes ha colapsado este domingo las calles de París para gritar con una sola voz contra la barbarie terrorista y defender los pilares de la civilización, la libertad y la tolerancia. Tras una semana de terror, la luz ha inundado plazas y bulevares de la capital francesa, donde más de un millón y medio de personas, según los organizadores, la mayor manifestación de la historia del país, han honrado la memoria de las 17 víctimas de la locura yihadista, y han querido demostrar que los deseos de libertad son más fuertes que el miedo.
Traumatizados por la violencia irracional que esta semana se ha cebado con periodistas, fuerzas de seguridad y la comunidad judía, pero también emocionados en una tremenda muestra de unidad y fraternidad, franceses de todas las edades, razas, religiones y condición social, además de medio centenar de líderes mundiales, han marchado codo con codo por las calles de la capital en una jornada que será difícil de olvidar.
“Quería traer a mis hijas para ayudarles a comprender lo que está sucediendo, y para que aprendan los valores fundacionales de la República, libertad, igualdad, fraternidad, que hoy hay que recordar más que nunca”, explica Olivier, un joven padre. Encaramada a sus hombros, Josephine, de 6 años, agita un dibujo elaborado por ella misma con el lema “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie), y, de su mano, Juliette, de 8, corea con la masa “¡Libertad, libertad!”. “Queremos enseñar al mundo que estamos de acuerdo en que los periódicos deben poder decir lo que quieran sin estar en peligro de muerte”, explica la pequeña manifestante que, como muchos otros, eleva un bolígrafo en señal de apoyo a los caricaturistas fallecidos.
Una onda expansiva de aplausos recorre periódicamente la manifestación como una oleada eléctrica que rompe el murmullo de los asistentes. Al fondo empieza a escucharse La Marsellesa como un himno lejano, que va subiendo de volumen al unirse más y más gargantas. “Siento una gran tristeza y desolación por las víctimas y necesitaba venir a mostrarlo y a sentirme arropada”, reconoce Solange, de 40 años, quien desearía que no se politizara el sentimiento de la gente. “Estoy muy orgullosa de la calma que se respira en la marcha. Hoy lo más importante es el gran número de personas que nos hemos congregado aquí, no para que lo vean los terroristas, que jamás atenderán a razones, sino por nosotros mismos, para que sepamos que nuestros vecinos piensan igual, que somos seres humanos unidos”, señala esta funcionaria que viene desde Estrasburgo.
Para su amiga Stéphanie, de 38 años, los terribles sucesos de esta semana deben servir para abrir los ojos sobre lo que ocurre en las zonas más deprimidas de Francia. “El Gobierno debe ocuparse más de la ”banlieu“ (periferia de París) para que no sucedan estas cosas. Son poblaciones que han sido abandonadas desde hace décadas, donde muchos se sienten aislados y rechazados, y se han convertido en guetos. Y parece que nunca hay dinero para invertir en esas comunidades, para que no se conviertan en un reducto de fanatismo”, opina.
Ante las intenciones de partidos como el ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen de capitalizar la tragedia hurgando en la herida abierta en la sociedad francesa, Stéphanie se muestra radical: “El Frente Nacional no tiene ninguna legitimidad para estar aquí porque defiende todo lo opuesto a Charlie Hebdo. Hoy lo que buscan estos partidos de ultraderecha es sacar votos con la tragedia sucedida a un diario que detestan. Son partidos que se cimientan en la exclusión del otro y el odio al otro, por lo que hoy, personalmente, creo que no tienen legitimidad para estar aquí. Hoy lo que defendemos aquí es todo lo contrario. Aquí estamos todos juntos”.
Lejos de la cabeza de la manifestación, donde el presidente François Hollande ha marchado arropado por la canciller alemana, Angela Merkel, o los jefes de Gobierno de Reino Unido, Italia o España, dos amigas, Jane Dardet, de 90 años, y Sarah Wepirre-Kiwanuka, de 70, enhebradas del brazo, desafían al frío y a la edad para mostrar sus deseos de concordia, que simbolizan en dos pequeños carteles adornados con palomas y la palabra “paz” en varios idiomas.
El amor –ambas están casadas con franceses– las trajo a Francia hace décadas. A una desde Inglaterra, y a la otra desde Uganda. “Rezamos por la paz, por la unidad y la esperanza”, explica Dardet, quien asegura que Francia siempre ha sido un país tolerante e integrador, y que hay que conservar esos valores. “Bueno, ahora más que antes”, puntualiza Wepierre-Kiwanuka. “Había un racismo escondido, aunque ha mejorado. Hoy Francia es un país más tolerante, aunque también hay fracasos, como han demostrado esta semana los terroristas”, explica la ugandesa.
Otros ciudadanos como David Moos, consideran, sin embargo, que la tragedia debe servir para que “el Gobierno despierte de su ingenuidad”. Como este empleado de banca de 46 años, son muchos los franceses que opinan que la respuesta al desafío terrorista está en la mano dura. “Son necesarias nuevas leyes para proteger a Francia. Hay que poder nombrar el peligro, Hollande ha dado hoy un discurso en el que no ha pronunciado la palabra islamista o yihadista. Ha dicho que hay mil yihadistas en Francia y no han hecho nada para arrestarlos”.
Bajo una pancarta que reza “Yo soy Francia y quiero que esto cambie”, Moos explica que su participación en la manifestación está condicionada. “Vengo a la marcha, pero solo si las cosas cambian. Si nuestros gobernantes no hacen nada contra las amenazas, si no protegen a Francia, tras el próximo atentado no saldré a la calle”.