Cuando el millonario neoyorquino se hizo con las riendas de la Casa Blanca, probablemente ni él mismo podía imaginarse el montón de conflictos que iba a protagonizar en menos de diez meses. Rara es la semana en la que no ofende a un país entero o no hace un comentario que deja en evidencia su falta de experiencia. Y mientras vuelan en forma de misil las primeras consecuencias de su política exterior, Donald Trump no puede evitar apoyar de manera velada (o no tan velada) a la extrema derecha racista de su país.
Trump hace equilibrios dentro de su propio partido para contentar a los moderados y no decepcionar a los ultras, pero entre tantos malabares a veces las bolas acaban estrellándose en el suelo, como ocurrió en Charlottesville. Los disturbios –en los que murió una joven antifascista y hubo decenas de heridos– acabaron por retratar al presidente, que condenó la violencia de “ambos bandos”. Repitió esas palabras mientras la grieta entre el presidente y el resto del mundo (incluso el mundo que lo acompaña en la Casa Blanca) se abría definitivamente.
Steve Bannon, su consejero de estrategia –y supuesto cerebro ultranacionalista del Despacho Oval– se despidió del gobierno diciendo en una revista progresista que los ultras de Virginia eran una “banda de payasos” y que había que aplastarlos. Dimitió unos días después. Rex Tillerson, secretario de Estado de EEUU, se ha despegado abiertamente de Trump este fin de semana cuando le preguntaron si las declaraciones de Trump –que afirmó que había “gente buena” tanto entre los supremacistas como los antirracistas– representan los valores americanos. El jefe de la diplomacia sugirió que el presidente expresa sus propias opiniones: “Habla por sí mismo”, zanjó.
La lista de dimisiones, ceses, conflictos internacionales y problemas domésticos crece a ritmo enloquecido mientras la popularidad del mandatario-estrella de reality parece en caída libre. Según una media elaborada por Real Clear Politics, que utiliza los datos de las principales encuestas, el 61% de los consultados considera que el presidente va por el mal camino.
Otra encuesta realizada por la Universidad Quinnipiac indica que la popularidad de Trump ha caído siete puntos desde junio y se queda en apenas un 33%. Muchos creían que el 41,6% de su toma de posesión –el apoyo popular más bajo de la historia de EEUU en el comienzo del mandato– era el suelo. Se equivocaron.
La extrema derecha crece en casa
Es difícil no exponerse a una avalancha de críticas cuando, siendo presidente de un país con profundos problemas raciales, dices que la verdadera víctima de los enfrentamientos entre neonazis y antifascistas eres tú mismo.
Durante un discurso en Phoenix, Donald Trump se defendió atacando (casi como siempre) a los medios de comunicación. “A los periodistas no les gusta nuestro país”. Intentaba esquivar los reproches por su reacción a lo sucedido en Charlottesville, una violencia que ha levantado ampollas en una sociedad que, aunque libró una guerra civil hace 150 años, a diferentes niveles todavía hoy sigue enfrentada.
Tillerson se distanció del presidente por su reacción a los sucesos de Charlottesville, al igual que el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan. Tampoco ocultó su decepción el presidente del Consejo Económico de la Casa Blanca, Gary Cohn. Trump, tan dado a no dejar una ofensa sin respuesta, no les ha respondido. Varios analistas señalan que un Trump enfrentado a la élite de su partido y a parte de los poderes de Washington necesita más a Tillerson y a Cohn que ellos a él.
Fuga de asesores
La realidad es que de la estampida de asesores –tres consejos formados por directivos empresariales de renombre debieron ser clausurados– solo se ha salvado la llamada Junta de Asesores Evangelistas, compuesta por líderes religiosos ultraconservadores de esa confesión protestante.
Poco le valió a Bannon ser uno de los estrategas principales de la campaña electoral. El exdirector de Breitbart News se había enemistado con pesos pesados del entorno presidencial, sobre todo con el sector neoyorquino del Gobierno, en la que está la influyente familia Trump, es decir, su hija Ivanka Trump y su yerno Jared Kushner.
Afganistán, una nueva ofensiva
La semana pasada el presidente anunció de manera inesperada que no iba a continuar con la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, algo que parecía ya irrevocable desde los últimos compases de la Administración Obama y que el propio Trump había prometido en campaña.
Siguiendo los consejos del Pentágono, la nueva ofensiva tras 16 años de conflicto consistirá en aumentar el número de soldados que tendrán como prioridad no reconstruir el país sino “matar terroristas”. La respuesta de los talibanes siguió la misma línea: “Afganistán será un cementerio de soldados estadounidenses”.
Expertos y analistas le critican no tener unos objetivos claros en esta revisión de la misión, una duración fija, ni una estrategia realista de salida. Parece que los errores cometidos en Irak y las lecciones históricas de conflictos armados en tierra afgana no han calado lo suficiente. Ahora habrá que ver si Reino Unido y a otros aliados de la OTAN se suman o no a la nueva ofensiva.
Una guerra (¿dialéctica?) con Corea del Norte
Los vaivenes de la historia han hecho coincidir como contrafiguras mundiales a dos dirigentes tan locuaces como impredecibles. Aunque todavía parece improbable que estalle un conflicto entre los dos países, la guerra dialéctica de las últimas semanas ya había dejado frases para el recuerdo: “Más le vale a Corea del Norte no hacer más amenazas a Estados Unidos. Se encontrarán con un fuego y una furia nunca vistos en el mundo”, soltó Trump para responder a las pruebas con misiles de largo alcance del régimen, que según un informe podrían llegar incluso a territorio norteamericano en Hawai.
Pero la firmeza de Trump no ha amedrentado a Kim Jong-un, que este martes ha ido un poco más allá: ha lanzado un misil que sobrevoló Japón y que finalmente cayó en el Pacífico.
Las misiones para la ONU de EEUU, Corea del Sur y Japón han pedido una reunión urgente del Consejo de Seguridad en respuesta al lanzamiento. “Todas las opciones están sobre la mesa”, asegura Trump, que dice que tanto Washington como Tokio están comprometidos a aumentar la presión sobre Corea del Norte.
Lo cierto es que en la mesa de Trump los militares tienen cada vez más peso: al dueto del general H.R. McMaster, el consejero de Seguridad Nacional, y James Mattis, secretario de Defensa, se ha sumado un tercero: el general John Kelly, que asumió el mes pasado como jefe de gabinete para poner un poco de disciplina en el caos reinante en la Casa Blanca.
A lo Nancy Reagan
¿Qué hacer si las muertes por consumo de drogas en tu país aumentan un 20% de un año para otro? Nada de pensar en programas contra la drogadicción, centros de desintoxicación o la introducción de más información a todos los niveles educativos. Para Donald Trump, la mejor manera de evitar que la gente abuse de las drogas es que “nadie empiece”.
La solución que propone el presidente a un problema que ha adquirido magnitudes anteriores a los años 90 recuerda sin duda al polémico eslogan de Nancy Reagan, en el que le decía a los jóvenes que simplemente dijesen “no a las drogas”.
Después de siete años de bajadas, las muertes por sobredosis entre adolescentes estadounidenses aumentaron un 20% en 2015. En estos momentos, EEUU ya habla de una epidemia de opiáceos provocada por el consumo de analgésicos y de heroína. El Gobierno tiene pensado activar un estado de emergencia para poder utilizar financiación extra esquivando procesos burocráticos, pero la Casa Blanca (como en casi todos sus dilemas) todavía no tiene del todo claro cuál será la estrategia a seguir.
Pero la historia de líos al estilo Trump no termina aquí. Sigue coleando el muro (cada vez más promesa que realidad) con México, sus turbias relaciones con Rusia mientras el Congreso decide imponer sanciones al Gobierno de Putin, el veto migratorio que encuentra escollos en los tribunales, las presiones a la CIA para justificar una ruptura del acuerdo nuclear con Irán...
No faltan analistas políticos que creen imposible que el 45º presidente de EEUU sea capaz de terminar su mandato. Y parece que alrededor de Trump hay muchos que empiezan a tomar posiciones pensando en esa posibilidad. Pero si algo ha aprendido el magnate en su programa The Apprentice es que, hasta que el juego acabe, el que despide a los empleados es él.