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Así se trabaja en un pozo de 'fracking'

El jefe de seguridad habla con tono firme. Sólo se puede andar por las zonas autorizadas, y es obligatorio en todo momento el uso del traje ignífugo, el casco y las gafas protectoras. A unos 100 metros hay un cartel que reza: Punto de Encuentro. “Es adonde hay que dirigirse si suena la alarma de incendio o accidente”. La idea de un incendio en un terreno plagado de pozos petroleros no es tranquilizadora, pero el encargado de controlar la actividad en este sector de Loma Campana, la pequeña porción en la que actualmente trabaja YPF en el yacimiento argentino de Vaca Muerta, asegura que siguiendo las indicaciones no se corre ningún peligro.

En cualquier caso, los alrededor de 4.000 trabajadores involucrados en la explotación de este reservorio de petróleo y gas no convencional –operarios de equipos de perforación y de estimulación, 'recorredores' de pozos, constructores de caminos, supervisores ambientales, ingenieros, chóferes que entregan arena y agua, ayudantes…– tienen unos sueldos muy por encima de la media en Argentina. “Es un trabajo duro”, zanjan los jefes al preguntar las razones.

Más allá de los riesgos ciertos o supuestos, la organización del trabajo exige condiciones laborales agotadoras en una zona con temperaturas extremas: el clima neuquino registra máximas de 40 grados y mínimas de 14 bajo cero.

Además, en un pozo de fracking se trabaja las 24 horas. “Es demasiado caro tenerlo parado”, explica André Archimio, ingeniero especialista en esta técnica y a cargo de los trabajos de estimulación de los pozos en todo el país. Así que los obreros hacen turnos de 12 horas –de noche o de día– durante 14 días seguidos y después descansan otros siete. Por lo general se quedan en Añelo, un pueblo de calles de tierra situado a unos 10 kilómetros del yacimiento y empujado a un crecimiento urbano y demográfico descontrolado por el boom de Vaca Muerta.

Los estudios de esta formación geológica de 30.000 km indican que Argentina es el segundo país del mundo con más recursos de gas no convencional y el cuarto en petróleo no convencional. En realidad, los combustibles son los mismos, lo 'no convencional' es la tecnología necesaria para extraerlos. La fragmentación o estimulación hidráulica: el fracking.

Loma Campana, donde YPF trabaja en asociación con Chevron, es el primer yacimiento comercial de shale del mundo fuera de América del Norte, con unos 43.000 barriles diarios. Otras empresas, como Dow y la malaya Petronas, tienen ya acuerdos de colaboración con YPF, e incluso se negocia con la rusa Gazprom.

La idea es obtener financiación para 'exprimir' la roca generadora: un mineral poco poroso que hay que romper para liberar el gas y el petróleo que encierra. “Hace falta mucho dinero para generar ese capital”, admite un portavoz de la empresa. Un pozo convencional puede costar unos dos millones de dólares, mientras que uno no convencional cuesta actualmente casi siete millones (eran 11 en 2011). El objetivo de rentabilidad para YPF es bajar de cinco millones. ¿Cómo? Haciendo más y más pozos.

Tres kilómetros hacia abajo

La torre tiene 54 metros de alto. Y tiene en el medio un taladro gigante, que debe perforar 3.000 metros hacia abajo para alcanzar la roca de Vaca Muerta. Pero lo que Vaca Muerta tiene de complicada –en Estados Unidos las formaciones no convencionales están a unos 500 metros– lo tiene de generosa. Mientras las rocas en Norteamérica suelen tener 30 metros de ancho, en el subsuelo neuquino la capa llega a tener 400.

Dentro de la torre, los operarios controlan el trabajo a través de monitores. Martín Costa, el jefe de perforación, señala en una pantalla el objetivo final: 3.405 metros de profundidad. Ahora, a 3.100 metros, la mecha que agujerea la tierra tiene 6 pulgadas de diámetro. Se comienza con 12 en los primeros 350 metros y se va reduciendo a medida que se interna más en el subsuelo. El agujero se hace en varias etapas, “controlando la presión y los diferentes materiales con los que nos vamos encontrando”, explican. “Se va sellando cada tramo y sobre eso se retoma la labor”.

Con esta explicación intentan despejar una de las mayores objeciones que se le hacen al fracking: la de la posibilidad de que estos trabajos contaminen acuíferos. “En un lugar como Neuquén esto es imposible porque los acuíferos están a una profundidad de 300 metros y nosotros trabajamos tres kilómetros más abajo”, sostiene uno de los ingenieros del pozo.

Una vez que el agujero está hecho se intuba con caños de acero y se sella con cemento “para evitar cualquier tipo de filtraciones”. Los especialistas de YPF descartan así otro peligro señalado por los movimientos antifracking. El Instituto Geológico y Minero de España asegura en un informe que “existen evidencias científicas de que la contaminación de acuíferos, especialmente por metano y sólidos disueltos, se podrían transmitir a través de las fracturas producidas, a través de fisuras [...] e incluso a través del casing (tuberías) de antiguos pozos deteriorados”.

En YPF ponen el énfasis en la calidad de los materiales y técnicas utilizados en la actualidad. Porque la estimulación hidráulica se utiliza en la industria petrolera desde hace mucho tiempo. En Argentina, desde 1959. Sin embargo, “la técnica se ha ido perfeccionando debido a la complicación que presentan los reservorios de roca esquisto” (los llamados no convencionales), explican. Lo que no sabemos ni podemos saber es cómo actúa esa tecnología a largo plazo, o qué consecuencias podría provocar, porque su historia es demasiado corta.

La perforación dura casi un mes, dependiendo de las complicaciones del trabajo. En el caso de un pozo horizontal –la mayoría de los nuevos lo es–, cuando se llega a un cierto nivel el taladro va girando hacia un lado dibujando una curva y avanza unos 200 metros, para aprovechar al máximo el potencial de la roca.

Cuando ha cumplido con su tarea, la torre 'camina' hacia otro punto para agujerear otra vez. De hecho, se las llama walking rigs. Pueden trasladarse hasta 15 metros en una hora y media. Esto reduce mucho los costes porque ahorra tiempo: no hay que desarmar y volver a armar. Los pozos pueden estar a una distancia de aproximadamente 350 metros, para evitar problemas o filtraciones durante la estimulación.

Cuando llega esa etapa la actividad se multiplica. Hay hasta un centenar de personas en el pozo, y se congregan entre 15 y 20 camiones con motores conectados a mangueras, listos para meter en el pozo una mezcla de agua, una arena especial y productos químicos a altísima presión.

La Agencia de Sustancias Químicas de la Unión Europea ha reconocido que carece de un control sobre los productos que se utilizan para la fractura hidráulica o sobre su peligrosidad. Y los grupos ecologistas recuerdan que sólo se recupera una parte del agua que se inyecta, de modo que muchas de esas sustancias permanecen en el suelo. En YPF contestan que en Argentina la lista de químicos es transparente y está controlada. Tras la nacionalización, YPF tiene un 51% de su capital en manos del Estado.

El quiebre

El ruido es ensordecedor. Las vallas de seguridad alejan a todo aquel que no tenga una función específica en el momento de la estimulación. Los ingenieros miden lo que sucede abajo con sensores colocados en pozos cercanos. “Tenemos sismógrafos con los que vemos cómo reaccionan las formaciones a la estimulación. Pero no registramos ningún fenómeno extraño”, asegura Archimio. En Argentina la actividad es incipiente, y aunque la industria petrolera tiene una larga trayectoria, no hay registros de un aumento de la actividad sísmica en zonas de explotación o en las que se practique el fracking, como sí ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos.

La estimulación se repite varias veces en el lapso de cuatro días. Dependiendo del tamaño del pozo, entre 10 y 15 veces. Se aplica, se sella la zona con un material especial y se vuelve a aplicar en otra zona. Las fisuras que genera van drenando hacia los caños, por donde sale el petróleo o el gas que estaban atrapados en la roca. Pero no hay escenas cinematográficas de chorros azabache emergiendo en medio del desierto. En realidad todo se mueve por esas tuberías que viajan decenas de kilómetros hasta las plantas en las que se separan y almacenan los combustibles.

En total, son dos meses de trabajo las 24 horas para poner un pozo en funcionamiento. Durante los primeros tres años suele haber “surgencia natural”, explican los expertos frente a uno de los pozos en funcionamiento, donde apenas se ven las terminaciones de una tubería y un cartel identificativo. Después hay que recurrir a un aparato de bombeo –esos sí son los que aparecen en las películas– que en estas latitudes, inspirados por la fauna autóctona, los petroleros llaman 'guanacos'. Una vez en funcionamiento, un pozo puede producir durante tres décadas. Pero todo esto aún no lo saben a ciencia cierta. No hay ningún pozo tiene edad suficiente para comprobarlo. Los especialistas sí coiniciden en que un pozo 'no convencional' no se comporta igual que uno convencional. “Hay al principio una curva muy alta de producción que luego baja más abruptamente”, reconocen.

Archimio, con su tono naturalmente tranquilo y didáctico, no puede ocultar el entusiasmo. “Estamos todavía aprendiendo, sorteando las dificultades a base de prueba y error, pero con grandes perspectivas de futuro”. Mira alrededor y sólo se ve la constante actividad en el yacimiento y más allá, el desierto. La Patagonia es enorme y está despoblada, y ese es otro de los grandes activos de Vaca Muerta. Y así lo reconocen en YPF. “Por suerte acá la gente está acostumbrada al petróleo y no hay grandes ciudades. Tenemos suerte de no encontrar oposición a lo que hacemos”.