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El giro de Sánchez sobre el Sáhara rompe 40 años de equilibrio de España con Marruecos y Argelia

Sánchez y el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, durante el Pleno del Congreso.

Irene Castro / Javier Biosca Azcoiti

11 de junio de 2022 21:25 h

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Pedro Sánchez movió una ficha arriesgada hace tres meses al posicionarse del lado de Marruecos en el conflicto del Sáhara Occidental. Nadie en el Gobierno ni en el PSOE duda de que la jugada –poco explicada incluso de puertas hacia dentro– buscaba recomponer las relaciones con el reino alauí, que se habían roto unos meses antes tras la acogida humanitaria del líder del Frente Polisario, Brahim Gali. Reconocer la propuesta de autonomía marroquí como la base “más seria, realista y creíble” sirvió para reactivar la relación con Mohamed VI, fundamental para asuntos como el control migratorio, pero la decisión desencadenó una respuesta airada de Argelia, que en aquel momento llamó a consultas a su embajador en Madrid y ha ido escalando la tensión hasta el punto de suspender el tratado de amistad con España. Este viernes, Argelia negó que su anuncio de suspender el tratado de amistad con España y de detener las transacciones financieras entre los dos países supongan la congelación de las “transacciones comerciales actuales”.

Hasta ese momento, el Gobierno no había calculado la magnitud del conflicto que el giro sobre el Sáhara había abierto con Argelia y se había mostrado convencido de que Argelia se mantendría como un socio “fiable” que cumpliría con sus compromisos, especialmente los relativos al suministro de gas en un momento en el que la crisis energética por la guerra en Ucrania se va agravando. Pero las palabras de Sánchez en el Congreso reafirmando el viraje respecto a la excolonia española que nadie en el arco parlamentario comparte, ni siquiera el socio minoritario de la coalición, dieron un nuevo giro en el guion y han puesto en riesgo el difícil equilibrio que España ha hecho durante décadas para conservar las relaciones tanto con Marruecos como con Argelia.

Más allá de la ruptura que supone para el PSOE con un tema especialmente sensible en el electorado de izquierdas, Sánchez se ha topado con el rechazo del Congreso. Todos los grupos cuestionan su decisión unilateral de respaldar la propuesta de autonomía de Marruecos y la mayoría también le han interpelado por las consecuencias que podría acarrear en la relación con Argelia, que hasta esta semana tan solo se había llevado al embajador y había reforzado sus lazos comerciales con Italia en detrimento de España. En las cerca de siete horas que estuvo en el Congreso, Sánchez se limitó a hacer una referencia sucinta a Argelia, a pesar de que las advertencias sobre la ruptura le llegaron prácticamente de todos los grupos: “No hay problema con Argelia en relación con el suministro energético”. Más entusiasta fue el portavoz socialista, Héctor Gómez, que reprochó al PP las advertencias que había lanzado Cuca Gamarra negando cualquier crisis con Argel: “Las relaciones se mantienen, existe un vínculo estrecho y una extraordinaria relación con Argelia en el ámbito diplomático, en las relaciones entre países, y que no hay ningún tipo de consecuencia en el espectro energético en ningún ámbito”. 

Unas horas después de la intervención de Sánchez en el Congreso, Argelia tomaba una decisión inédita al suspender el Tratado de Amistad de Buena Vecindad sellado con España hace 20 años por el “injustificable” giro de Sánchez sobre el Sáhara. También ordenaba “congelar las domiciliaciones y las operaciones de comercio exterior de productos y servicios de y hacia España a partir del jueves 9 de junio”. Esa ruptura pone en riesgo una balanza de 7.000 millones de euros en importaciones y exportaciones, especialmente vinculados al gas. Y en ese contexto, el Gobierno recurrió a la UE, que salió en su auxilio el viernes al advertir a Argelia con represalias de los 27. La amenaza de Bruselas provocó una rectificación del país norteafricano, que negó haber paralizado el comercio con España. “Respecto a la supuesta medida del Gobierno de frenar las transacciones actuales con un socio europeo, solo existe en la mente de quienes lo reclaman y de quienes se han apresurado a estigmatizarla”, señalaba en un comunicado en el que, como ya había hecho por vía diplomática, aseguraba que el suministro de gas está garantizado en los términos suscritos hasta ahora. A pesar de la evidencia de que las relaciones diplomáticas pasan por un mal momento, ha sido un respiro para el Gobierno.

“España ha roto su neutralidad”, dice Haizam Amirah Fernández, investigador principal del Real Instituto Elcano. “Aunque con muchas dificultades, habíamos logrado mantenernos al margen de la pelea durante 47 años”, decía Jorge Dezcallar, exdirector del CNI y exembajador en Marruecos y en EEUU en una entrevista con elDiario.es hace unas semanas. “Yo fui muchos años director general de África e hicimos lo que se llamó la teoría de la política del colchón de intereses. La forma de evitar problemas era desarrollar los intereses económicos, comerciales, de inversión, de cooperación y culturales de tal forma que les saliera muy caro hacer una crisis con nosotros. Esto evitaba que tuviéramos que tomar partido por uno o por otro, que era lo que ellos intentaban todo el rato. Era una trampa mortal, pero la decisión del Gobierno lo que ha hecho ha sido meternos de lleno en la pelea entre ambos por la hegemonía”.

La teoría del colchón de intereses

“La teoría del colchón de intereses, desarrollada en los 90, y su correlato, la política global hacia el Magreb, tenía la idea de superar el juego de suma cero, por el cual siempre que hay un acercamiento o una mejor relación de España con Marruecos se deteriora inmediatamente la relación con Argelia y viceversa”, dice Irene Fernández Molina, profesora de la Universidad de Exeter especializada en el Magreb y autora del libro ‘Sahara Occidental, 40 años después’ . “Pero en la práctica eso nunca ha ocurrido. La relación entre Argelia y Marruecos es tan negativa y tan mutuamente excluyente que difícilmente ningún socio exterior puede lograr equilibrios alternativos”.

Fernández Molina cree que el presidente Sánchez ha “ninguneado” a Argelia con esa omisión evidente en su discurso. “La crisis tiene pinta de durar una temporada o unos años. Al menos hasta que haya un cambio de Gobierno. El Ejecutivo actual ha tenido varias ocasiones para matizar el cambio de postura hacia el Sáhara y se ha reafirmado en la decisión tomada”, comenta. “No sé por qué, pero no se dio la suficiente importancia a la reacción argelina, que en cierto modo era previsible. La relación con Argelia se ha dado por descontada sin tener en cuenta sus susceptibilidades”, añade. 

“Argelia ha esperado a recibir gestos o señales y considera que no han llegado”, coincide Amirah Fernández. “Cualquiera que conozca a Argelia sabe que iba a haber respuestas y reacciones y cualquiera que conozca Argelia sabe que hay una dimensión emocional que hay que tener en consideración con las autoridades de este país”.

Además de congraciarse de nuevo con Mohamed VI, Sánchez justificó el viraje sobre el Sáhara en la necesidad de desencallar un conflicto en la región. “Es evidente que, en un escenario de extraordinaria inestabilidad geopolítica como la que estamos viviendo –por ejemplo, en el frente este de nuestro continente, de la Unión Europea, en Ucrania, derivado de la invasión de Putin, y también mirando a Moldavia, a Georgia y a los Balcanes occidentales–, la comunidad internacional se tiene que arremangar y resolver los conflictos que están cronificados, que no están ahora mismo presentes en la conversación pública internacional, pero que pueden verse exacerbados como consecuencia de lo que está ocurriendo en el este de Europa”, admitió el socialista. “Tanto Argelia como Marruecos se ven fortalecidos [en el contexto de la guerra en Ucrania]. Se ven como socios aún más indispensables de la Unión Europea. No hay ninguna razón por la que Argelia vaya a dar marcha atrás”, sostiene Fernández Molina.

La posición de otros aliados

Sánchez también dijo en el Congreso que la posición que ahora defiende el Gobierno –un plan de autonomía en lugar de un referéndum de autodeterminación– es la misma que han ido avalando otros aliados, como Estados Unidos, Francia o Alemania (que también pasaba un momento delicado en sus relaciones con Marruecos) y más recientemente Países Bajos. 

“Los alemanes han cambiado de posición tras la presión marroquí, pero han sido mucho más cuidadosos que España”, dice Francis Ghilès, investigador asociado de CIDOB y especializado en la región. “No había necesidad de ir tan lejos en el cambio. No lo comprendo”, añade. El cambio alemán se limita a calificar el plan marroquí de autonomía para el Sáhara Occidental como una “contribución importante”.

El think tank European Council on Foreign Relations (ECFR) sostiene que España se ha convertido de pronto en el defensor europeo más fuerte del plan de autonomía de Marruecos, incluso superando a Francia, un aliado cercano de Marruecos que, a diferencia de España, ha evitado utilizar superlativos en su apoyo al plan marroquí. Incluso la posición oficial de EEUU respecto al plan tampoco llega tan lejos como la española –a pesar del reconocimiento de Donald Trump, en sus últimos días de presidente, de la soberanía marroquí sobre el Sáhara–. Washington considera dicho plan “serio, realista y creíble” y un “posible enfoque para satisfacer las aspiraciones del Sáhara Occidental”.

Sin embargo, Amirah Fernández asegura que “el plan de autonomía presentado en 2007 es difícilmente creíble en el Marruecos actual al tratarse de un Estado muy centralizado y donde la Constitución prohíbe la formación de partidos políticos de carácter regional y donde no hay ningún precedente de autonomía”.

Muchos expertos en la zona no comprenden las razones detrás del viraje en la posición española, que ha ido acompañada de una falta de transparencia y, por eso, “la especulación es más grande que antes”, dice Ghilès. “Me cuesta mucho entender el razonamiento de esta decisión”, afirma Fernández Molina. Por su parte, Dezcallar denunciaba que “el Gobierno no ha sido capaz de explicar todavía qué beneficios obtiene España de esta decisión que cambia 47 años de política exterior, sin consenso, sin contar con las fuerzas parlamentarias y sin contar ni siquiera con el propio Gobierno”.

“A mí me parece una chapuza, francamente. La autonomía, que es algo que está a mitad de camino entre la independencia y la anexión, puede ser una fórmula de salida, pero para poder estar en el marco de la ONU tiene que ser aceptado por la otra parte y eso no ha pasado. Con lo cual, estamos fuera del marco de las Naciones Unidas”, decía Dezcallar.

“El Gobierno no se ha esforzado en suavizar la situación con Argelia. Además, España no ofrece industrialmente nada que Argelia no pueda conseguir en otro lado, a diferencia de lo que pasa con otros países como Alemania o Italia. Argel no necesita a España”, dice Ghilès.

A pesar de todo, no es la primera vez que España aplaude la propuesta marroquí –José Luis Rodríguez Zapatero saludó “los esfuerzos serios y creíbles de Marruecos”, pero sin llegar a posicionarse tan claramente como Sánchez–. De hecho, tal y como revelaron algunos telegramas diplomáticos publicados por Wikileaks, España fue una de las partes que animó a Marruecos a elaborar un plan de autonomía. “El embajador español Planas Puchades le dijo al embajador [de EEUU en Madrid] Riley que España seguía animando a Marruecos a producir un plan creíble de autonomía para el Sáhara Occidental”, describe un cable diplomático de marzo de 2006.

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