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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Grudinin, el comunista millonario

Ignacio Ortega / EFE

Moscú —

¿Se puede ser millonario y comunista? Pável Grudinin, candidato presidencial del Partido Comunista, cree que sí. Recibió una cooperativa agrícola y la convirtió en una de las empresas más rentables del país.

“No hemos inventado nada. Lenin nunca dijo que la propiedad estatal de los medios de producción fuera un dogma. Miren a China, allí está en manos privadas”, dijo Grudinin en una reunión con la prensa extranjera.

Grudinin, de 57 años, rompe los moldes del típico líder comunista, ya que es estalinista y creyente ortodoxo, un firme defensor de la dictadura del beneficio y un abanderado de la justicia social y de invertir los ingresos en escuelas y hospitales.

“Fui bautizado en una iglesia construida por Iván el Terrible”, admite orgulloso y recuerda que Stalin firmó las paces con la Iglesia en 1943.

Más que un partidario del comunismo con rostro humano es un socialdemócrata al estilo del sueco Olof Palme, para el que la lucha de clases no está dirigida a fustigar a los ricos, sino a los funcionarios parásitos y a los oligarcas corruptos.

Dicen que ha construido en las afueras de Moscú una “isla de socialismo” en torno al Sovjoz Lenin, cuyos beneficios le han permitido construir una policlínica, una guardería y una escuela con los últimos avances tecnológicos, además de una iglesia.

Además, ni siquiera es miembro del partido, cuyo líder histórico, Guennadi Ziugánov, decidió curar los crónicos achaques de anacronismo de su partido con un candidato apoyado por las fuerzas de izquierda, los nacionalistas y los tradicionalistas.

El Kremlin debió de ver las orejas al lobo, ya que desde que una encuesta radiofónica diera a Grudinin una intención de voto del 45% a finales de diciembre el “rey de las fresas”, como también es conocido, ha sido objeto de una campaña de acoso y derribo por parte los medios de comunicación estatales.

Olvidan que Grudinin fue elegido como apoderado por el propio presidente ruso, Vladímir Putin, cuando este se presentó por vez primera al Kremlin en marzo de 2000.

Grudinin también fue miembro del partido del Kremlin, Rusia Unida, pero se enfrentó a ellos en varias ocasiones y, finalmente, abandonó la formación, a la que acusa de fomentar la corrupción en la administración pública.

Labró su fama al frente del Sovjoz Lenin, una cooperativa que transformó en una gran empresa donde él es el director –cargo que heredó de su padre, según sus detractores–, y el principal accionista.

En eso se parece al presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, quien llegó a la política de un koljoz (cooperativa agrícola) y con el que comparte su admiración por Stalin.

“Stalin es el dirigente ruso más grande del siglo XX. Sin él hubiéramos perdido la guerra contra Alemania. Gracias a Stalin la URSS fue el mejor país del mundo”, comentó.

Durante diez años (2001-2011) fue diputado por la Duma de la región de Moscú, pero desde su ruptura con Rusia Unida todos sus intentos de regresar a la política terminaron en fracaso, el último de ellos en 2016 por presuntas críticas a la inmigración extranjera.

Grudinin no se sintió atemorizado y decidió aceptar la oferta de Ziugánov, pero ninguno de los dos podía esperarse que la máquina de propaganda del Kremlin la tomara con tanta saña con el candidato comunista.

Por momentos, recordó a la campaña presidencial de 1996, cuando Ziugánov lideraba los sondeos de opinión, pero el Kremlin se las arregló para que Boris Yeltsin saliera reelegido con el apoyo de Alexandr Lebed, el condecorado general soviético.

“La amenaza roja” volvió a utilizarse ésta vez como argumento para desprestigiar al candidato comunista, aunque en esta ocasión el arma arrojadiza no fue ideológica.

Primero los medios le acusaron de tener propiedades en el extranjero, concretamente en España, aunque resultó que eran de sus hijos; después con que tenía cuentas en el extranjero, aunque él dice haberlas cerrado, y de engañar a numerosos accionistas, casos que los tribunales tramitan desde hace años.

Durante la campaña ahorró las críticas contra Putin, al que considera un “patriota”, aunque le responsabiliza de la mala gestión del Gobierno, pero él niega que sea un proyecto del Kremlin, como afirman los liberales.

“Primero aceite y después cañones”, responde cuando le preguntan por el ingente gasto en armamento ordenado en los últimos años por Putin.

También rechaza los subsidios multimillonarios a Chechenia y el Mundial de fútbol, ya que considera que primero hay que satisfacer las necesidades básicas de la población, aunque apoya la causa separatista de los prorrusos de Donetsk y Lugansk, y la anexión de Crimea.