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OPINIÓN | 'La penúltima baza', por Antón Losada

La guerra regional de la que huyen Estados Unidos y Europa: una escalada bélica en Oriente Próximo

Una explosión en un lugar atacado por bombardeos israelíes en la localidad de Tayr Harfa, al sur de la frontera libanesa, este domingo

Ana Garralda

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A pocas semanas de la debacle televisiva de Joe Biden, que terminó por sacarle fuera de la carrera por la Casa Blanca y de que Emmanuel Macron emplease todas sus cartas en una jugada electoral de infructuoso resultado para sus filas, los líderes mundiales continúan gestionando su agenda exterior marcada desde hace meses por la guerra en Ucrania y Gaza, y más recientemente por el ataque de los hutíes de Yemen contra Israel o por la enésima ronda de hostilidades entre el Estado hebreo y la milicia libanesa chií Hizbolá. La última, y más grave, este pasado sábado. 

El impacto de un proyectil, disparado desde el Líbano, en un campo de fútbol de la ciudad mayoritariamente drusa de Majdal Shams, en los Altos del Golán, provocaba la muerte de 12 niños y adolescentes, además de heridas en otra veintena, en “el ataque más mortífero contra civiles israelíes desde el pasado 7 de octubre”, indicó el portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), Daniel Hagari. “Representa la realidad constante de las comunidades del norte de Israel colindantes con la frontera libanesa”, señaló el jefe de la comunidad drusa en Israel, el jeque Muafak Tarif. “Hizbolá cruzó todas las líneas rojas posibles”, añadió. 

El incidente, cuya autoría negó el grupo libanés y que Israel sí le atribuye, se producía horas después de que la milicia chií anunciase acciones de represalia por la muerte de cuatro miembros de su fuerza de élite “Nukba” en bombardeos del enemigo. Solo en la tarde del sábado 40 proyectiles fueron lanzados contra el norte de Israel, siendo la mayoría interceptados por la defensa antiaérea del Ejército. 

Así, la tensión regresaba a la zona solo ocho días después de que un dron procedente de Yemen, vía Egipto, lograra colarse en el espacio aéreo israelí explotando sobre un edificio en Tel Aviv. Un hombre que se encontraba durmiendo en su casa falleció por la metralla resultante del impacto y otra decena de personas más resultaron heridas. Los militares sospechan que el dron, que sí fue detectado pero no considerado como amenaza, era un modelo mejorado del Samad-3, de fabricación iraní. Al mismo tiempo que éste lograba llegar a Tel Aviv, otra segunda aeronave no tripulada sí era interceptada y destruida. 24 horas después llegaba la respuesta. Por primera vez Israel bombardeaba objetivos en territorio yemení, concretamente en el puerto de Hodeida (en el oeste del país), punto de entrada de ayuda humanitaria para el depauperado enclave, pero también de armas procedentes de Irán, principal soporte de los hutíes en la región. 

Las deflagraciones provocaban un incendio masivo en la zona portuaria y dejaban al menos tres muertos y decenas de heridos. “La entidad sionista pagará el precio de este ataque a una instalación civil y responderemos a la escalada con escalada (…) Nuestra principal carta es el apoyo a la justicia de la causa palestina”, afirmaba poco después del bombardeo Mohammad al-Bajiti, miembro del Consejo Político del movimiento de resistencia yemení. Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu señaló al regreso de los cazas de combate que acababan de recorrer los 1700 kilómetros de distancia que separan a Yemen del Estado hebreo, que el ataque dejaba claro a sus enemigos “que no hay lugar donde no llegue el largo brazo de Israel”. 

Irán mueve los hilos 

Los últimos incidentes se producen en medio de una creciente preocupación en Occidente y Oriente Próximo por la última información de inteligencia sobre el programa nuclear de Irán, principal espónsor no solo de los hutíes, sino también de otras milicias chiíes en la región, la más importante, la libanesa Hizbolá. El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, dijo recientemente que el tiempo que Irán necesita para producir uranio altamente enriquecido suficiente para una sola bomba nuclear es ahora “probablemente de una o dos semanas”, en lo que es la evaluación más alarmante jamás hecha por Estados Unidos. 

Esta cuestión, junto con un posible acuerdo entre Israel y Hamás para liberar al centenar de rehenes que continúan en la Franja de Gaza, fue uno de los temas abordados entre el todavía presidente norteamericano, Joe Biden y su homólogo israelí, Benjamín Netanyahu, quien la semana pasada se desplazó a Washington para su intervención ante el Congreso de EEUU, donde pronunció un discurso en una sesión conjunta de las dos cámaras a la que no acudieron ni la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris (que sí se reunió después con Netanyahu), ni cerca de una veintena de legisladores demócratas. 

El intercambio de fuego constante entre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y los milicianos del partido-milicia Hizbolá también fue otra de las cuestiones a tratar en las reuniones bilaterales cuando las tensiones transfronterizas, que se incrementaron exponencialmente a las pocas horas del inicio de la ofensiva israelí contra la Franja de Gaza tras lo ocurrido el 7 de octubre, amenazan con desestabilizar toda la zona si durante una de las múltiples escaladas tácticas, pero hasta ahora contenidas, se alcanzan objetivos considerados como “intolerables” por alguna de las partes. Está por ver si lo sucedido el sábado será contemplado bajo esa definición, pero desde la administración Biden ya muestran preocupación. “Lo que sucedió podría ser el detonante que nos ha preocupado y que hemos tratado de evitar durante 10 meses”, señaló uno de sus funcionarios en medios locales. 

“Se necesita urgentemente una solución diplomática para evitar una tercera guerra en el Líbano”,  le dijo este mes el presidente francés, Emmanuel Macron a Benjamín Netanyahu durante una tensa conversación telefónica de dudoso resultado. El premier israelí se sabe protegido por su aliado más importante, el presidente norteamericano, quien a pesar de sus constantes tira y afloja con su homólogo hebreo ha mantenido inquebrantable el apoyo a su gobierno, decidido a continuar con su ofensiva en la Franja de Gaza a pesar de que pueda derivar en la que sería la tercera guerra con Hizbolá. 

Según las últimas cifras difundidas por la agencia francesa de noticias France Press desde octubre al menos 519 personas han muerto en el sur Líbano, la mayoría combatientes de la milicia chií, pero también 104 civiles. Del lado israelí, la violencia ya ha dejado 18 soldados muertos y 24 no combatientes. 

El papel mediador de Francia

Con objeto de rebajar las tensiones en la región el diplomático estadounidense - nacido en Israel - Amos Hochstein, que lleva años triangulando entre París, Washington y Beirut, viajó este mes a Francia no solo para evitar una guerra abierta entre Israel y Hizbolá, sino también para fraguar un acuerdo a medio plazo que permita a las partes presentar su respuesta a la última escalada en Gaza, el detonante de la última ronda de hostilidades, como una victoria en casa. 

Hochstein se reunió con su homólogo galo, Jean-Yves Le Driany, en paralelo a la peor semana para Macron, que se jugaba en esas negociaciones no solo su prestigio como impulsor de un liderazgo europeo en cuestiones críticas frente a Estados Unidos o China, sino además la posible explotación del gas y el petróleo encontrado en 2010 frente a las costas libanesas y en la que participaría la principal petrolera de su país, Total, en un consorcio que incluye a otras multinacionales energéticas y al mismo gobierno libanés. 

Una guerra abierta con Israel paralizaría dichas exploraciones, como ya sucedió tras el ataque del 7 de octubre. Además, frustraría las esperanzas del Líbano de obtener ingresos multimillonarios por la explotación de sus recursos naturales, lo que podría contribuir a sanear las arcas de este país, inmerso en la peor crisis económica de su historia reciente y dependiente por completo de la ayuda exterior. Quizá por eso hasta uno de los líderes de Hizbolá, Naim Qassam, afirmó recientemente durante una entrevista en la agencia rusa Sputnik, que ampliar los combates con Israel “no es una opción viable en este momento”. También apuntó a que desde el comienzo de la guerra con Gaza la milicia no es más que “un frente de apoyo” en la Franja y que las reacciones de su grupo dependen de las acciones de Israel. 

Pero al Estado Hebreo, al igual que a Francia o Estados Unidos, tampoco le interesa otro conflicto, especialmente desde que la delimitación de sus fronteras marítimas (según el acuerdo alcanzado con el Líbano en 2022, auspiciado por la administración Biden), en disputa durante décadas, le permite participar en el pastel gasístico, si bien con una porción menor que las que atesora su vecino norteño (con este propósito empresas israelíes trabajan desde hace años con gigantes energéticos estadounidenses como ExxonMobil o Chevron).

Igualmente, alejaría la posibilidad de alcanzar un pacto duradero con su vecino del norte sobre la demarcación de la frontera que más le preocupa, la terrestre, motivo de constantes escaramuzas y ataques transfronterizos, que mantienen a 60.000 personas desplazadas en el norte Israel y a cerca de 90.000 en el sur libanés, según datos oficiales. En este sentido el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, señaló hace unos días que Israel “no está buscando la guerra con Hizbolá” y que una solución diplomática “era preferible”. “La pelota está en la cancha de Hizbolá”, apuntó, aunque su ministerio se prepare, hoy más que nunca, para una nueva guerra. 

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