IMPOSTORES: SER O PARECER

Un gurú de la fertilidad y el engaño atroz que repitió a decenas de mujeres durante 30 años

Agustina Larrea - elDiarioAR.com

30 de enero de 2021 13:53 h

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–¿Cuántos hermanos creés tener?

–Cientos. Miles. Claramente se mantuvo muy ocupado con su trabajo.

El que responde la pregunta es Quincy Fortier Jr., hijo del médico estadounidense Quincy Fortier, un experto en fertilidad por años prestigioso y respetado entre sus colegas. Un pionero en tratamientos de fertilización asistida, un hombre admirado por todos y señalado como uno de los pocos de su época que podía ayudar a mujeres y hombres con dificultades para tener hijos.

Fortier nació en 1912 y siempre supo que quería dedicarse a la medicina. Pero fue mientras estudiaba en la universidad de Dartmouth, en Dakota del Sur, que se interesó puntualmente por la ginecología y la obstetricia. Para mediados de la década del ‘40 era todo un especialista y su reputación crecía en paralelo a sus logros en el terreno de la inseminación artificial. Quienes llegaban a su consultorio conseguían lo que hasta entonces les había resultado imposible: un embarazo y, por fin, alguna niña o niño que nacía gracias a la ayuda del experto.

El médico primero instaló un pequeño hospital para mujeres en la localidad de Pioche, Nevada, y luego se mudó a Reno. El comentario generalizado favorecía a Fortier, creyentes y no tanto repetían que el ginecólogo podía hacer milagros, mientras decenas de mujeres daban a luz después de seguir los tratamientos que ofrecía.

Su prestigio y una especie de admiración velada aumentaron cuando el especialista se unió a la Fuerza Aérea de su país y trabajó un tiempo como cirujano en una base que Estados Unidos tenía en Puerto Rico. Además prestar una especie de servicio comunitario en su lugar de origen, Fortier, que llegó a tener el rango de capitán, servía a su patria.

De regreso, después de casi tres años en la tarea militar, se instaló en Las Vegas, donde su carrera despegó definitivamente. Allí fundó su Hospital de Mujeres en 1961 y desde entonces no paró hasta convertirse en un verdadero gurú de la fertilidad.

El comentario generalizado favorecía a Fortier, creyentes y no tanto repetían que el ginecólogo podía hacer milagros, mientras decenas de mujeres daban a luz después de seguir los tratamientos que ofrecía.

Durante tres décadas trabajó incansablemente –fue premiado en más de una oportunidad por su trabajo científico y hasta distinguido como Médico del Año en 1991 por la Sociedad Médica del condado de Clark– hasta que una investigación empezó a poner bajo la lupa su práctica.

A mediados de la década del ‘90, varias personas que habían llegado al mundo gracias a los tratamientos de fertilidad de Fortier empezaron a tener sospechas sobre sus identidades. Como más adelante dijeron varios de ellos en entrevistas con los medios, una pregunta que suele inquietar a muchas personas, pero particularmente a ellos no los abandonaba, se repetía: “¿Cómo llegué al mundo?”.

Primera demanda y dudas

En 1996 Fortier fue demandado por Mary Craddock, una paciente de su clínica que se había hecho tratamientos en 1974 y 1976. Quedó embarazada y dio a luz en las dos ocasiones. Veinte años después descubrió que el médico, en lugar de hacer la intervención con el semen de su esposo, lo hizo con el propio. Un test de ADN lo confirmó: Fortier era el padre biológico de esas dos personas. La causa, sin embargo, se cerró al poco tiempo cuando las partes llegaron a un acuerdo legal privado.

Desde entonces, las dudas sobre los procedimientos de Fortier empezaron a multiplicarse. Los propios hijos reconocidos por el médico, que llegó a tener ocho con su esposa, también se vieron sorprendidos. Se le siguieron varias causas más: en todas fue investigado por haber puesto su semen en las operaciones, en lugar del que les había pedido como muestras a las parejas de sus pacientes. En todas se confirmaba que el hombre era el padre biológico de niños que nacieron a lo largo de las décadas.

En 2005, Wendi Babst, una agente de policía que después de varios años de servicio decidió retirarse, se interesó por los estudios de ADN, algo que había visto avanzar a lo largo de su carrera. 

En su tiempo libre, Wendi estudió el tema, algo que la atraía desde muy chica, mientras que su madre, Cathy Holm, se sorprendía por la inteligencia de la pequeña (tiempo después, dirá en una entrevista que tanto ella como su esposo eran “gente promedio, no muy inteligente” y que la capacidad de su hija le resultaba extraña, al tiempo que sus rasgos físicos no tenían nada en común con la línea paterna).

Tanto se interesó por las cuestiones genéticas, que al final llegó a hacerse un test ella misma, en 2018. El resultado le impactó: su padre biológico era el médico Quincy Fortier, quien había inseminado a su madre en 1966.

A partir de ese momento, con el conocimiento que tenía gracias a su carrera policial, empezó a buscar pistas sobre el trabajo del hombre que se había vendido ante el mundo como el mayor experto en fertilidad.

La búsqueda de Wendi quedó registrada en el documental Baby God de 2020 (en Latinoamérica se puede ver en la plataforma de HBO y en algunas latitudes está disponible en Movistar +). 

La realizadora del largometraje, Hannah Olson, sigue la pista de la ex policía, habla con mujeres engañadas por el médico, entrevista a un ex empleado de la clínica y también a algunos de los hijos a los que Fortier crió, como el propio Quincy Fortier Jr, que describe a su padre como a un monstruo.

Entre otras cosas, el hombre dice que su padre abusó sexualmente de varios de sus hermanos –algo que todavía se encuentra en investigación porque algunas de las hijas del médico lo niegan– y lanza una frase lacerante: “La mayor alegría que me dio mi padre fue ya metido en su ataúd, muerto”.

A su vez, en el documental aparecen otras personas que llegaron al mundo por los engaños del ginecólogo y que llevan sus genes. Todas nacieron entre 1940 y 1980, todas lucen similares (hay algo parecido en sus narices, en los pómulos amplios, en las cejas), todas quedan impactadas cuando se ponen a hablar del tema y descubren su verdadera identidad. Todos se preguntan cuántos más como ellos habrá dando vueltas por el universo. Saben que podrían ser cientos y que no exageran.

Quincy Fortier murió en 2006, a los 94 años. En el obituario que se publicó en el Las Vegas Review-Journal lo describen como a un héroe. Se habla de su carrera de prestigio, de su paso por la Fuerza Aérea, de los premios que obtuvo como científico. No se mencionan sus engaños y lo despiden su hermana, sus quince nietos, algunos bisnietos y apenas ocho de sus incontables hijos.

AL

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