Los árboles que lucirán de fondo en las fotos de los manuales de historia son de atrezo. Dos grúas gigantescas los clavaron el sábado de madrugada ante la fachada del Capitolio mientras un batallón de retroexcavadoras, palas y operarios alisaban el hormigón, también de estreno, que pisa estos días el presidente de Estados Unidos, el primero que llega a la isla en 88 años.
El último había sido Calvin Coolidge y atracó en la mayor de las Antillas a bordo de un acorazado de guerra para asistir a la VI Conferencia Panamericana en 1928. Nada que ver con lo de ahora. Barack Obama acude a visitar a Raúl -cómo se le llama aquí, por su nombre de pila– tras décadas de hostilidades, de bloqueo, de enemistad íntima, y se dirigirá al pueblo cubano en un discurso retransmitido por la televisión y radio estatales y que las autoridades cubanas dicen desconocer.
Las farolas que iluminan la entrada al Gran Museo de La Habana, que luce reluciente con su mármol en el suelo recién fregado, fueron repintadas la última semana. Igual que las papeleras de algunos hoteles de lujo de su entorno.
Hasta los editoriales del Granma, el periódico del régimen, se han aterciopelado para saludar la visita del presidente Obama “que será bienvenido por el Gobierno de Cuba y su pueblo con la hospitalidad que los distingue y será tratado con toda consideración y respeto como Jefe de Estado”.
“Este ya no es el Papa [Francisco, que también visitó la isla el pasado febrero], viene el presidente del mundo”, proclama un hombre camino de la televisión, con un bebé en brazos en la calle Obispo, un hormiguero de turistas. El domingo a media tarde, en lugar de la luz inconfundible de Cuba cuando cae el sol, a la comitiva presidencial la recibió una manta de agua. Un enjambre de furgonetas transportó trípodes y cámaras de televisión entre el diluvio. Y una parcela del Parque de la Concordia en Habana Centro estaba tomada por una televisión estadounidense, con sus carpas y parabólicas gigantescas.
Política, música y deporte en La Habana
La Habana ha sido este último mes una ciudad efervescente, donde casi todo se interpreta como causa (o consecuencia) de la cumbre bilateral. Política y béisbol, si es que el partido de este martes entre el combinado nacional y Tampa Bay, no fueran parte de una misma cosa.
En el parque central, el mediodía del domingo un corro de unas 50 personas se forma en torno a una vieja gloria, Eduardo Pérez, 13 años en las grandes ligas e hijo de un cubano que ya salía en esos mismos cromos hace medio siglo. Alexis, custodio del Gran Teatro que ronda los cincuenta, intenta convencer a sus compatriotas de que lo más importante no es que la selección de Cuba (donde no pueden jugar las estrellas emigradas a Estados Unidos) gane al todopoderoso Tampa. “Ellos ahora están mejor, lo importante es que hagamos un buen juego para que luego vengan otros equipos de las grandes Ligas”.
Una reportera de un canal estadounidense improvisa una tertulia junto al exjugador en el parque –“la esquina caliente”, lo llama– y los aficionados cubanos se lamentan de que Estados Unidos obligue a sus compatriotas a renunciar a su selección, “a salir en una lancha o casarse con una mujer que no quieren” para poder jugar en los equipos norteamericanos.
El tercer acontecimiento de de la semana es musical: los Stones actuarán el viernes ante más de 250.000 personas en un concierto gratuito. Los camiones que montan el escenario llevan días trabajando junto a la Ciudad Deportiva y alguien ha diseñado una camiseta donde a la tradicional lengua de los Rolling se le ha añadido un puro cubano, que arrasa entre los jóvenes.
Por si alguien necesita más señales del momento que vive la isla, la República Socialista de Cuba es el escenario donde rodarán los estudios Universal de Hollywood la octava entrega de The Fast and the Furious, una de sus sagas más taquilleras. Y a principios de mayo las modelos de Chanel pasarán la colección de verano en el Paseo de Prado, la misma calle que exhibe los carros de combate y aviones del ejército revolucionario cubano en el Memorial Granma. La esperanza general es que todas estas señales no tengan vuelta atrás, y Cuba y Estados Unidos aparquen una enemistad que ya no beneficia a nadie para dar paso a una nueva era.
Gerardo, un viejo socialista de 72 años que vende el Granma a 20 céntimos de peso cubano en la misma Habana Vieja mientras sostiene un libro de Trostky en la otra mano, cree que la relación cambiará tras la visita. “Si el presidente Obama se cree lo que le habrán contado sus asesores y medios de comunicación, esperará encontrar un bolchevique con metralleta en cada esquina y Cuba no es eso. Que se dé una vuelta por aquí y que el Congreso levante el bloqueo”.
Los habaneros recitan de memoria la fecha, el 17 de diciembre de 2014, en que ambos países anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Y el día en que se izó la bandera en la embajada norteamericana. Y todos y cada uno de los pasos del deshielo que se han dado en los últimos años.
Alejandro –26 años, licenciado en contabilidad pero taxista clandestino– cuenta de camino al aeropuerto que él puede sacarse unos 125 pesos convertibles (los que utilizan los turistas, equivalen a un euro) al mes, infinitamente más de los 20 que el Estado paga a su mujer por ser funcionaria (elude detalles) para explicar que el país necesita reformas. “Estamos agradecidos a la Revolución pero Cuba no puede quedar varada en 1959. Hay expectación porque lo que se necesita es levantar el bloqueo pero hace unas semanas Estados Unidos volvió a multar a empresas norteamericanas por comerciar con Cuba”.
Incluso en la terraza del majestuoso hotel Nacional que mira al Malecón, los camareros se permiten pequeñas charlas políticas con los clientes sobre “los cambios que han de llegar poco a poco” y lo mucho que ha hecho la sanidad y la educación universal por el país. Al fondo del jardín se programa una exposición sobre la crisis de los misiles que ha quedado algo escorada.
“Nosotros no podemos votar por el cambio”
R., economista pero empleado en el control de calidad de fábrica de puros Romeo y Julieta, por supuesto estatal, pide “acabar con esto que es siempre es lo mismo”. “Nosotros no podemos votar para cambiar lo que va mal como hacen ustedes”, lamenta durante una larga caminata a pie hacia el Ministerio de Economía, muy cerca de la Plaza de la Revolución donde Fidel Castro concentraba a un millón de personas para escuchar sus interminables discursos, y aparcan a mediodía decenas de autobuses y descapotables Chevrolet de la década del 50 que se alquilan, siempre con conductor, a 40 euros la hora y que petrolean el centro de la ciudad, por mucho que sus conductores insistan en que todos conservan los motores originales de gasolina.
En el flamante Floridita, entretanto, un trio de mujeres canta con guitarras y maracas al comandante Che Guevara, y el reclamo de Hemingway apostado en la barra permite vender los daikiris –que ahora se facturan a ritmo industrial a los turistas con licuadoras– a seis pesos convertibles (si son euros o dólares, también se sirven).
Pero junto a esa Habana de postal turística, de jineteras 3.0 que portan todo tipo de gadgets -y de clientes que siguen en su Pleistoceno- ha emergido otra, distinta, menos bulliciosa. Asomó en 2010, cuando el Régimen castrista decidió prescindir de medio millón de empleados estatales y abrir la mano a la iniciativa privada en casi 200 actividades económicas.
Una pequeña burguesía -casi siempre bien relacionada con el poder- levantó cafés y paladares (casas de comida particulares, algunas realmente sofisticadas), tiendas de celulares (las de reparación están por todas partes) o talleres de tatuajes, entre otros negocios particulares. Son los llamados cuentapropistas. Hay ya casi medio millón y algunos logran vivir sin desahogos e incluso se permiten alojarse en pisos cerca de la playa por las que llegan a pagar 350 pesos convertibles al mes, (sí, aproximadamente veinte veces lo que gana un trabajador del Estado).
Se ve en Miramar, una de las zonas más exclusivas de la capital. Cerca de allí la iniciativa privada y la arquitectura industrial han alumbrado la más exitosa de las discotecas habaneras: la Fabrica de Arte Cubano, del artista X Alfonso, donde las exposiciones y las copas se mezclan con los choripanes y las hamburguesas, y un día se deja caer por allí Benicio del Toro, al siguiente se pasa Mick Jagger y siempre hay colas eternas en la puerta.
En esa Habana abracadabrante cabe Silvio Rodríguez, que lleva ya 72 barrios recorridos en su gira gratuita por los distritos más pobres adonde acude para cantar y donar libros de su fundación. Durante su última visita llevó su música a los arrabales de Reparto Electrónico y todos tararearon Ojalá.
Y Roberto Fonseca, el niño de Buena Vista Social Club que ha crecido y va camino de eminencia del jazz cubano, tocando cada jueves con su grupo en La Zorra y el Cuervo, un semisótano al que se entra atravesando una cabina de teléfonos roja, tipo las de Londres.
El contrabando del ocio
La Habana es todo eso y también la juventud que hace atronar en el móvil las canciones de Rihanna, Enrique Iglesias o Alicia Keys.
De las infinitas contradicciones que vive la isla, una de las mayores la alimenta el “paquete semanal”. Es un tipo de contrabando muy extendido y organizado de discos duros y lápices de memoria que pone a disposición de los cubanos series, videojuegos, películas, más allá de la programación de las televisiones estatales. Por un par de pesos convertibles, se recibe un terabyte de entretenimiento extranjero. Los adolescentes sortean así la prohibición de tener Internet en casa. Por un peso convertible, la mayoría de jóvenes habaneros dispone de todas las temporadas de Juegos de Tronos, House of Cards, Caso Cerrado, los seriales de narcos mexicanos o la discografía completa de Gente de Zona, si no les da por los certámenes de belleza latina o por jugar al Call of Duty. El culebrón Imperio que paralizaba el país se ha quedado para las abuelas.
¿Cómo se paga todo eso en una sociedad con salarios míseros, donde una joven como Lázara, de 26 años, se desloma en una hamburguesía los siete días de la semana por 15 pesos convertibles al mes?
Responde Roberto, chófer de una empresa de construcción y que cada noche alquila un coche a un amigo para hacer de taxi clandestino en las zonas de marcha. “Aquí los sueldos no alcanzan, yo cobro 14 dólares en mi empresa, así que el resto lo conseguimos por la izquierda”. Por la izquierda, el dinero B de España de toda la vida, se consigue sacar sobresueldos para ir tirando, pero Roberto también es de los que demanda cambios. “Y el primero que debe moverse es el Gobierno, yo te diría que en el papel el socialismo es el mejor sistema que hay, pero en la práctica es una mierda”.
Por la izquierda también se mueven los traficantes de wifi. El Gobierno ha habilitado algunas zonas donde poder conectarse a través de los celulares o tabletas, previa compra de una tarjeta que contiene las claves. Una hora sale por dos pesos convertibles si se compra en un hotel o a la compañía nacional Etecsa. Pero a menudo los cartones se agotan en los centros oficiales y entonces aparecen los jóvenes vendiéndolos un peso más caros: a tres, la hora.
Y por la izquierda, se maneja Alejandro, el taxista clandestino que te sube al aeropuerto. Y el trabajador de la fábrica de Habanos que pide intercambiar tabaco por cualquier cosa de España. Y muchas de las 10.000 viviendas particulares que se alquilan en La Habana para hacer sitio a los turistas y que este fin de semana se llamaban para intercambiarse inquilinos ante el lleno total.
El Gobierno calcula que en 2016 visitarán la isla 3.750.000 extranjeros, 200.000 más que el año anterior, muchos animados por la llegada de Obama. La cumbre ha ocasionado algunos trastornos a los negocios asociados al turismo. Desde el domingo, con el tráfico cortado en buena parte de La Habana vieja , muchas terrazas levantadas sin poder dar cenas y los bicitaxis, parados pierna sobre pierna, sin poder circular por las zonas más fotogénicas de la ciudad; los cubanos aguardan al día después de la visita.
Cuando el Air Force One despegue de vuelta a casa, se sabrá si los árboles de atrezo se quedan en el Capitolio… y si la apertura de la que todo el mundo habla es algo más que minutos de tertulias televisadas. El Gobierno cubano ya avisó el sábado a través de su ministro de Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, que “en la mesa de negociaciones con Estados Unidos no está, de ninguna manera, los cambios internos en Cuba”. El matiz es importante. El ministro no negó que vaya a haberlos pero aclaró: “Son y serán de la exclusiva soberanía de nuestro pueblo”. Es lo que está esperando.