Qué está haciendo Israel desde un punto de vista militar en Gaza
El tiempo transcurrido desde que Israel puso en marcha la operación Espadas de Hierro permite identificar los rasgos principales de la manera en la que cada uno de los actores implicados en el conflicto están actuando en el campo de batalla. Y entre todos ellos el que más destaca, desde una perspectiva simplemente humana, es que tanto Israel como Hamás muestran un absoluto desprecio por la vida de quienes se encuentran atrapados en la ratonera en la que se ha convertido Gaza.
El primero, poseído por una visión supremacista que le lleva a considerar a los gazatíes como “animales humanos”, vuelve a dejar claro que ninguna norma ética ni el derecho internacional se van a interponer en su deriva belicista. Pero lo mismo le ocurre al segundo, tanto al lanzar su ataque del pasado 7 de octubre, sabiendo que expondría a la población al brutal castigo israelí, como ahora, cuando se escuda en los civiles para evitar los golpes de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
Por lo que respecta a Israel, más allá de alguna puntual innovación tecnológica, no sorprende el modo en el que está desarrollando su operación de castigo. En términos generales se ajusta a las directrices emanadas de la llamada 'Doctrina Dahiya', aplicada por primera vez en 2006 en el contexto del enfrentamiento que las FDI tuvieron con la milicia chií libanesa de Hizbulá. Consiste básicamente en golpear al enemigo de manera desproporcionada con toda la maquinaria militar disponible, sin discriminar entre civiles y combatientes por entender que todos ellos son objetivos legítimos.
Actuar de ese modo supone, asimismo, subordinar la precisión en los ataques a la destrucción masiva, tratando de crear un clima de pavor generalizado entre la población y la eliminación de todas las infraestructuras y viviendas posibles. A fin de cuentas, uno de los objetivos principales a lograr es hacer insoportable la vida a esas personas hasta convencerlas de que su mejor (y única) opción es abandonar una tierra que los gobernantes israelíes consideran que les corresponde por mandato divino.
Ese enfoque se traduce militarmente en dos fases. En la primera, el protagonismo corresponde a la artillería y a los medios aéreos, encargados de 'ablandar' los objetivos y de sembrar esa sensación de pánico y vulnerabilidad extrema, mediante un bombardeo que cuenta con la enorme ventaja de saber que Hamás no dispone de medios de defensa antiaérea, lo que le permite a los aviones y helicópteros de ataque poder batir sus objetivos a baja cota.
En esa labor, las FDI cuentan ahora con el añadido del programa de inteligencia artificial conocido como Habsora (Evangelio), capaz de gestionar la información proporcionada por las diversas fuentes de información con las que cuenta Israel para conocer cada movimiento de sus enemigos en la Franja y designar rápidamente objetivos. Es gracias a ese programa que las FDI han podido realizar más de 10.000 ataques aéreos en tan sólo dos meses y destruir más del 60% de todas las casas.
En la segunda, los medios acorazados y mecanizados, junto a las unidades de operaciones especiales, aprovechan la cobertura y la destrucción causada para penetrar rápidamente hasta sus objetivos, sabiendo que sólo se enfrentan a milicianos con medios muy inferiores tanto en número como en tecnología.
Se sobreentiende que esas penetraciones buscan, por un lado, liberar a los rehenes que Hamás tiene todavía en sus manos –sólo ha logrado rescatar a uno de los alrededor de 240– y, por otro, eliminar la capacidad de combate de sus milicianos –matando a unos 5.000 según las propias fuentes israelíes, de un total estimado de entre 35.000 y 40.000–. Un balance muy escaso que, en una muestra más del menosprecio hacia las vidas de los civiles, viene acompañado de más de 18.200 muertos.
Por su parte, Hamás parece estar rindiendo por debajo de lo inicialmente previsto. Cabe partir de la idea de que sus responsables sabían que Israel iba a lanzar una respuesta en toda regla y, por tanto, se supone que habían preparado a sus huestes para una resistencia feroz, con miles de cohetes y misiles en sus manos y con múltiples comandos encargados de sacar partido a las innumerables trampas que habrían montado para desbaratar las penetraciones enemigas.
Sin embargo, lo único que se ve es el lanzamiento de algunos proyectiles sobre territorio israelí, con el acostumbrado bajo nivel de efectividad, y acciones puntuales desarrolladas por grupos armados de pequeña entidad, incapaces de detener, o al menos ralentizar, el avance de las FDI.
En términos cuantitativos eso implica que apenas han logrado eliminar a menos de un centenar de soldados israelíes y de causar unos 5.000 heridos de diversa consideración en combates terrestres. De los 105 soldados israelíes que han fallecido hasta ahora, 20 han muerto por fuego amigo u otro tipo de accidentes.
Si a eso se le añade que Irán ha optado por un bajo perfil, se completa un escenario muy favorable para Israel. Si Irán no ha empleado a fondo a sus peones regionales, sea Hizbulá o las milicias proiraníes activas en Siria e Irak, ha sido, entre otras cosas, por la capacidad disuasoria del despliegue naval estadounidense en el Mediterráneo Oriental y en el Golfo.
Israel, al no tener que atender otros frentes abiertos por sus enemigos y al contar con la cobertura estadounidense, puede concentrar el esfuerzo en machacar hasta donde considere necesario a Hamás y a toda la población gazatí (sin olvidar a Cisjordania). Un esfuerzo, en todo caso, que ya se puede considerar trágicamente baldío, en la medida en que no sólo no logrará eliminar al Movimiento de Resistencia Islámica Hamás, sino que acabará alimentando más rabia y más desesperación en su contra.
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