Qué están haciendo Rusia, Turquía e Irán en la transición siria mientras esperan a Trump
Desgraciadamente, no es nada nuevo. La injerencia de diferentes actores en los asuntos internos de Siria se viene dando desde hace décadas. Y, como bien demuestra la nueva violación militar israelí de la soberanía siria, todo indica que así seguirá siendo una vez que la dictadura de los Al Asad ha llegado a su final, con Rusia, Turquía e Irán entre los más destacados, pero sin olvidar a Estados Unidos, los gobiernos del golfo Pérsico y hasta Dáesh.
Para Moscú, Siria –en su condición de “líder del frente de rechazo” a la existencia de Israel– fue durante la Guerra Fría el instrumento principal con el que contrarrestar la hegemonía estadounidense en la zona. Hoy, el interés ruso se concreta en dos puntos: Tartús y Hememim.
Bases que interesan a Putin
La base naval de Tartús es la única que la flota de guerra rusa tiene en el mar Mediterráneo, lo que para quien pretende ser reconocida como una potencia global resulta imprescindible, no solo para navegar por sus aguas, sino también para acceder al Atlántico y al Índico, dado que la mayor parte de sus salidas directas al mar suelen estar heladas la mayor parte del año.
Por su parte, la base aérea de Hememim no solo le ha servido a Moscú para sacar del apuro a Bashar Al Asad desde septiembre de 2015 –cuando la suerte del dictador sirio parecía echada en su contra–, sino que ahora resulta fundamental para poder proyectar poder hacia el Sahel africano, donde el grupo Africa Corps (antes Wagner) sirve de punta de lanza para recobrar buena parte de la influencia que la URSS tuvo en su día en la región, apoyando a las juntas militares golpistas que han forzado la salida de Francia de sus territorios.
Esa realidad geopolítica lleva a suponer que Vladímir Putin hará lo que sea necesario para preservar el acceso a esas dos bases, buscando algún tipo de acuerdo con las nuevas autoridades en Siria. De momento ya ha planteado, aparentando una preocupación humanitaria que ha brillado por su ausencia en estos últimos años, que ambas son necesarias para hacer llegar ayuda a la población siria. Y del mismo modo, también cabe imaginar que estaría dispuesto a jugar con el futuro de Bashar al Asad (y su hermano Maher) como baza de negociación si considera que entregarlos a Damasco puede garantizarle el objetivo.
Sensación agridulce de Erdogan
En el caso de Turquía la sensación debe ser agridulce. Por un lado, el presidente Erdogan habrá contemplado con satisfacción la huida de Al Asad, deshaciéndose de un vecino al que primero aconsejó que realizara reformas parciales para mantenerse en el poder y al que posteriormente quiso derribar, dejando que yihadistas de todo el mundo entrarán a Siria por su frontera común, respaldando a grupos armados poco recomendables y hasta realizando incursiones con sus propias fuerzas armadas. Pero, por otro lado, Erdogan sigue teniendo muchos problemas para lograr sus dos objetivos: evitar que los kurdosirios consoliden una entidad política en el noreste de Siria y librarse de los más de tres millones de refugiados sirios que malviven en su territorio.
Los primeros, con las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) apoyadas por Washington en primer término, son vistos por Ankara como un socio del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), bestia negra de las fuerzas de seguridad turcas desde finales de los años 80 del pasado siglo. Los segundos ya le están suponiendo un coste político al Gobierno turco, con la oposición sacando rédito de lo que califican como una pésima gestión. Y la situación todavía puede empeorar si Siria vuelve a entrar en una espiral desestabilizadora que desemboque en una nueva oleada de refugiados.
Todo ello hace pensar que Ankara se afanará por lograr el entendimiento con el nuevo Gobierno sirio, sin descartar que opte por la vía militar, tanto a través del Ejército Nacional Sirio, que lleva tiempo respaldando, como lanzando una ofensiva con sus propias fuerzas desplegadas en Siria. En todo caso, ya que Erdogan es consciente de que algo así no le garantiza el éxito para anular a quienes considera enemigos acérrimos (apoyados a su vez por Estados Unidos), sigue siendo más probable que se incline por la vía de la negociación. En el horizonte vuelve a vislumbrarse la posibilidad de materializar la idea de un gasoducto que, desde el golfo Pérsico, atraviese Siria para llegar hasta la costa turca, apuntando al mercado europeo.
Revés para Irán
Irán lo tiene más complicado para recuperarse de la caída de uno de sus bastiones regionales. El revés sufrido afecta no solamente a su pretendida imagen de peso pesado regional, sino, de manera muy directa, a sus planes de contar con el grupo libanés Hizbulá como el principal peón en la zona contra Israel. Teherán sabe que la destrucción que las fuerzas israelíes están efectuando en Siria (aeropuertos, defensas antiaéreas, sistema de radares, polvorines…) acrecienta el riesgo de que Israel termine por emplear el espacio aéreo sirio para atacar directamente a Irán. De ahí cabe deducir que el régimen iraní, sabiendo que no cuenta con bazas económicas y militares para revertir la situación de inmediato, se vea en una difícil coyuntura para estructurar una nueva relación con el gobierno que pueda operar en Damasco.
Queda por saber igualmente hasta dónde estará dispuesto a llegar el presidente Donald Trump a partir de enero, basculando entre la retirada de los 900 efectivos militares estadounidenses que siguen activos en la base siria de Al Tanf –lo que dejaría desasistidas a las FDS, encargadas de mantener prisioneros a miles de miembros de Dáesh y sus familias– o su refuerzo para evitar que otros rivales puedan ganar más peso en la nueva Siria.
Una situación, en definitiva, que inevitablemente reduce el margen de maniobra de los actores sirios para ser los verdaderos protagonistas de una transición política a la altura de lo que demanda y sueña una población harta de penurias y abusos.
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