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Europa, atrapada sin consenso en la batalla entre Huawei y EEUU

El consejero delegado de la tecnológica china Huawei, Richard Yu, presenta los teléfonos Huawei Mate 10 y el Mate 10 Pro en 2017

Andrea G. Rodríguez / Andrea G. Rodríguez

El Orden Mundial —

Europa se encuentra en medio de una batalla que le afecta frontalmente. La superioridad tecnológica es el centro de la lucha entre dos gigantes, Estados Unidos y la República Popular China, en los que la UE poco tiene que decir. No obstante, el ponerse de un lado u otro del tablero también es crítico para ella: el negarse a usar tecnología china puede retrasar el salto al 5G y con ello, quedarse atrás en el mundo de las telecomunicaciones que son clave en las economías desarrolladas. Usarla puede abrirle las puertas a la inteligencia china, además de poder comprometer su relación con Washington.

El camino iniciado por países como Reino Unido, Alemania o tímidamente España propone un equilibrio intermedio: usar estos componentes para avanzar en el 5G, pero abstenerse de hacerlo en infraestructuras críticas. Aún así, evidencia la falta de preparación de una Europa con otras prioridades que la innovación y la ciberseguridad.

Las empresas tecnológicas chinas están en el punto de mira. El pasado 15 de mayo, el Departamento de Comercio estadounidense incluyó a Huawei y otras empresas en la lista de entidades que necesitan una autorización previa de Washington para acceder a tecnología estadounidense. Paralelamente, Trump firmaba una orden ejecutiva prohibiendo la “adquisición, importación, transferencia, instalación, trata o uso de tecnologías de la información y de la comunicación” de servicios diseñados, desarrollados o manufacturados por adversarios extranjeros.

En enero, la compañía fue acusada de 23 delitos diferentes que van desde el fraude electrónico, al espionaje industrial pasando por el lavado de dinero y obstrucción a la justicia. Aunque el tiempo dirá si la acusación tiene razón o no, lo cierto es que hay motivos para preocuparse. Por un lado, se encuentra el temor de que China esté espiando a los usuarios de estos dispositivos y, por otro, una competición geopolítica que lleva fraguándose años: China, sencillamente, está desarrollándose demasiado rápido y Occidente puede quedarse atrás. La guerra comercial ha dado paso a la intensificación de la competición tecnológica.

La frase más utilizada para resumir estas preocupaciones es que supone un riesgo para la seguridad nacional. A pesar de que sean empresas privadas –dentro de lo que puede entenderse como privado en China– y de que, como han repetido mil veces ejecutivos de Huawei, no estén espiando para Pekín, lo cierto es que estas corporaciones no podrían negarse si el Gobierno chino les pidiera información.

Esto es alarmante, pero no tanto. En países como Reino Unido o Estados Unidos existe legislación para que el Estado demande a empresas el compartir datos. La diferencia es que las empresas de estos países pueden decir “no”, aunque en la mayoría de las veces no lo hagan.

Además de la acusación de espionaje, también se encuentra la idea de que están acumulando datos de los consumidores sin que ellos se den cuenta a través de la instalación de las llamadas puertas traseras, portales para evitar los mecanismos de seguridad y entrar en el sistema sin que se note. Huawei insiste en que sus dispositivos no tienen estas puertas, pero Vodafone encontró escondidas unas cuantas en sus routers hace una década. Aún así, la compañía ha anunciado que usará componentes Huawei, pero no en su red central. A raíz del veto, y también por este motivo, Intel, Google y Qualcomm también dejarán de trabajar con Huawei.

En Europa no existe una posición común

En el continente, el paraguas de la Unión Europea no ha servido para parar la tormenta que viene. Frente a la falta de guía de la Comisión, países como Francia, Alemania o Reino Unido permitirán que Huawei participe en la arquitectura de sus redes 5G —cada uno con sus diferencias— aunque no en sectores estratégicos.

Alemania, por ejemplo, se reserva el derecho de intervenir a las empresas que tengan más de un 10% de capital extranjero en el accionariado para contrarrestar el poder chino en su país. España sigue en silencio, pero todo apunta a que seguirá la vía europea. De hecho, Huawei está ya de pruebas en Villareal.

Huawei es la única empresa que lo tiene todo preparado para el gran despliegue del 5G, según el director general de la tecnológica británica BT, Neil McRae. El 5G es la nueva generación de tecnología móvil que ya está poniéndose poco a poco en marcha. El MIT lo resume en la siguiente fórmula: el 1G permitió salir a la calle con el teléfono, el 2G enviar mensajes de texto, el 3G trajo la conexión a Internet y el 4G, el streaming de audio y vídeo. El 5G, aumenta todo ello con más velocidad y nuevas posibilidades de conexión –en términos cuantitativos y cualitativos–, como el llamado “dispositivo a dispositivo”. Esto se traduce en la fusión de la actividad humana con el ciberespacio, el desarrollo del Internet de las cosas (objetos cotidianos conectados a la red) y las ciudades inteligentes, controladas por la inteligencia artificial, nubes informáticas y sensores.

China se está preparando para pulsar el interruptor y se estima que para 2025, cerca de la mitad de su población esté enganchada a la nube. En 2020 comenzará su decimocuarto plan quinquenal, el último para completar su visión “Made in China 2025”, el primer paso de un plan trifásico que tiene como objetivo llevar a China a la superioridad tecnológica para 2049, el centenario de la República Popular.

Una de las fortalezas del país ha sido siempre la planificación a largo plazo. La inversión en I+D+i hace que hoy sea el país con más patentes del mundo y ello hace que sus empresas rivalicen de cerca con otros gigantes estadounidenses como Qualcomm.

Las empresas tecnológicas chinas –de las cuales Huawei es una de las más importantes– tienen la ventaja de ofrecer tecnología puntera a bajo costo. Dejar a Huawei fuera de la ecuación del 5G puede suponer el retraso tecnológico para Europa o el desembolso de miles de millones de euros en alternativas más caras, que también existen.

Europa también es la casa de empresas como Ericsson, Nokia o Alcatel. Éstas, a pesar de estar también centradas en la innovación y las redes 5G, parecen no estar del todo preparadas para dar el salto. En 2016, la francesa Alcatel tuvo que reducir personal. Algo que también ha pasado últimamente en la finesa Nokia, tras llegar a un acuerdo con la anterior. Por el contrario, Huawei ya fabrica monstruosos equipos como unidades de radio remotas usadas en las torres de comunicaciones (RRU), chips multimodales y hasta teléfonos inteligentes capaces de soportar el 5G –nuestros smartphones no están preparados para navegar a más de 100 veces la velocidad actual–.

En definitiva, los europeos se encuentran ante una tesitura complicada. Decidir alinearse absolutamente con Estados Unidos prohibiendo así la entrada de Huawei en Europa puede salirnos muy caro: la UE no puede permitirse quedarse atrás en las telecomunicaciones. Perderse la siguiente revolución por miedos de injerencia –aunque estén justificados– podría ser un riesgo mayor que intentar usar componentes Huawei pragmáticamente y con cabeza. Pero al mismo tiempo, dejando al margen la política –y las consecuencias de un empeoramiento de las relaciones con Estados Unidos– queda claro que los buenos deseos y las promesas de no espionaje nunca fueron garantía suficiente de seguridad.

Las vulnerabilidades de este nuevo sistema –y la capacidad de gobiernos y empresas de explotarlas– están a la vista. La vía intermedia de Reino Unido o Alemania es una respuesta moderada a estos nuevos desafíos, aunque debiera ser también temporal: con la creciente importancia de los datos como recurso estratégico, el caso Huawei debería ser una llamada de atención para una Europa que necesita más innovación y para unos ciudadanos que deberían ser más conscientes de su ciberseguridad.

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