La huida estadounidense envalentona a los talibán y agita el fantasma de Vietnam
No hace ni un mes que EEUU anunció que dejaba Afganistán tras 20 años de ocupación y, cuando aún quedan tres semanas para la fecha límite, todas las noticias que llegan desde allí huelen a desesperación. Si los estadounidenses tienen prisa por marcharse, es casi la misma que tienen los talibán por regresar. Ya controlan la mitad de los distritos del país y han conquistado siete capitales provinciales en la última semana. Al Kabul de 2021 se le está poniendo cara de Saigón 1975. Muchos recuerdan ahora esa frase atribuida falsamente al escritor Mark Twain que dice que la historia no se repite, pero rima.
EEUU ve tambalearse el frágil régimen que ha creado en Afganistán, pero la decisión está tomada. Igual que Richard Nixon sabía que su aliado de Vietnam del Sur no sobreviviría sin las tropas estadounidenses, también a Joe Biden le han contado que su marcha puede poner Afganistán de nuevo en manos de los talibán. Sin embargo, la reflexión de ambos tiene argumentos sólidos: ¿cuál es la alternativa? ¿quedarse otros 20 años? ¿seguir gastando dólares y vidas en algo que no funciona? Nixon y Biden han adoptado la misma fórmula de “paz con honra” o, dicho de otra forma, “huir sin que se note demasiado”. Los estadounidenses estaban y están de acuerdo.
El símil entre Afganistán y Vietnam ya lo trazó el consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, en 1979. Brzezinski fue uno de los grandes responsables del apoyo de EEUU a los muyahidín contra los soviéticos y estaba empeñado en devolverle a la URSS el golpe que recibieron los estadounidenses en Vietnam. “La operación secreta fue una idea excelente. El día que la URSS cruzó oficialmente la frontera escribí al presidente Carter: 'Ahora tenemos la oportunidad de dar a la URSS su guerra de Vietnam'”, declaró en una entrevista con el periódico Le Nouvel Observateur en 1998. La URSS se llevó un duro golpe, pero más de 40 años después, es EEUU el que tiene problemas para salir de allí.
Washington lleva años negociando con los talibán y es perfectamente consciente de la situación real del país. El nivel de seriedad de lo que está sucediendo en Afganistán se aprecia perfectamente en las medidas que está tomando EEUU al respecto y que son las propias de alguien que está intentando salvar el mínimo imprescindible en mitad de un desastre seguro. La embajada en Kabul ya ha pedido a todos los estadounidenses que abandonen inmediatamente el país y quiere sacar también a los afganos que colaboraron con el ejército estadounidense y cuya vida está en peligro si los talibán vuelven.
Los dos grandes partidos estadounidenses, que no se ponen de acuerdo en casi nada, han hecho una excepción en esto. Una mayoría abrumadora del Congreso acaba de aprobar una ley de emergencia para ampliar el número de visados para esos afganos y ha presupuestado más de 400 millones de euros para sacarlos del país y ayudarlos a emprender una nueva vida. Tal vez sea generosidad o mala conciencia por parte de los políticos estadounidenses, o quizás sólo un intento de evitar una imagen como la de los helicópteros y las azoteas abarrotadas en Saigón en abril de 1975.
Una historia de terror
Los afganos que trabajaron para EEUU tienen motivos más que sobrados para huir, pero no son los únicos. La última vez que los talibán tomaron Kabul, en 1996, dejaron muestras de su barbarie desde el primer momento. Su carta de presentación fue asaltar la sede de Naciones Unidas en la capital y apresar a un expresidente del país que estaba allí refugiado. A Mohammed Najibullah y su hermano los torturaron hasta la muerte y a la mañana siguiente colgaron en un cruce sus cadáveres para que todos en la ciudad pudieran tener un adelanto de la visión talibana de la administración pública.
El primer decreto de los talibán como Gobierno fue prohibir a las mujeres afganas trabajar, estudiar o salir de casa si no estaban acompañadas de un varón. Los matones del “Departamento de Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio” empezaron a patrullar las calles para dar latigazos a las infractoras. Después llegaron las barbas obligatorias para los hombres, la prohibición de la música y el cine y muy pronto las ejecuciones públicas.
Hay quien dice que los talibán actuales son menos retrógrados que los de 1996, que puede incluso que se planteen permitir unos pocos años de educación para las niñas. Lo que está claro es que EEUU no tiene ánimo ni intención de impedirlo si eso requiere mantener una fuerza militar en el país. Como ya aprendieron antes otras grandes potencias en Afganistán, no funciona. No está claro si Mark Twain dijo que la historia no se repite aunque rime, pero el filósofo español más conocido en EEUU tiene una que se adapta mejor al momento. Escribió Jorge Santayana: “Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.
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