Brasil, el gigante sudamericano, vive una época de nacionalismo hueco y patriotismo desmemoriado que no tiene en cuenta a los pobladores originarios de esta tierra, a los que pelearon contra los invasores y aún sobreviven, muy diezmados, milagrosamente. Este mes de agosto las mujeres indígenas del país han tomado durante días la capital del país para reivindicar sus derechos en el Brasil de Bolsonaro.
La Explanada de los Ministerios, en Brasilia, es el decorado de decenas de concentraciones y manifestaciones cada mes, pero había una que se esperaba desde hacía años: la primera marcha nacional de mujeres indígenas brasileñas. La idea de esta histórica llamada se venía fraguando desde 2014, pero se concretó en la acampada 'Tierra Libre 2019', celebrada a finales del pasado mes de abril. Allí mismo consensuaron el lema de la movilización, “Territorio- Nuestro cuerpo, nuestro espíritu”. Entre el 9 y 13 de agosto, las mujeres indígenas de Brasil tomaron la capital.
Los organizadores, la Articulação dos Povos Indígenas do Brasil (APIB), aguardaban la presencia de 2.000 mujeres, y el número final se quedó cerca de las 1.500, con más de 115 pueblos indígenas representados. En el marco del día internacional de los pueblos indígenas, recorrieron miles de kilómetros en autobús desde todos los estados del país, en traslados financiados por las propias comunidades, con recaudación de fondos a través de internet, o con donaciones de material básico para el desplazamiento y el mantenimiento. Resultado satisfactorio y esperanzador, teniendo en cuenta que los pueblos originarios brasileños no cuentan con grandes liderazgos nacionales, sino locales, y la gestión de las actividades no siempre resulta tan inmediata como les gustaría.
Las principales reivindicaciones las ha resumido en conversación con eldiario.es una de las líderes de esa convocatoria, Célia Xacriabá: “Demarcación territorial, educación indígena diferenciada y salud indígena”. No exigen nada disparatado: está todo escrito en el marco regulatorio de su nación, a todos los niveles. Para las comunidades indígenas, además, su territorio es su razón de existir, un cordón umbilical les une a su tierra. La educación diferenciada, por su parte, está refrendada en el artículo 210 de la Constitución Federal, aunque en la práctica “no está garantizada”, denuncia Célia Xacriabá. “Depende de la buena voluntad política”, añade. Demandan un acuerdo de Estado a la altura de la normativa y no una remunicipalización educativa: “Los municipios son enemigos históricos de nuestras comunidades”. Poder estudiar en su lengua materna, al margen del portugués, sería solo un primer paso.
La asistencia sanitaria diferenciada también emana de las leyes brasileñas. En base a ellas se creó en 2010 la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI), para reconocer las costumbres de vida de cada comunidad, para comprenderlas, respetarlas y evitar que las zonas de difícil acceso estén absolutamente abandonadas por el sistema público de salud. Un alto índice de mortalidad infantil golpea a todos estos pueblos, que tienen que enterrar a niñas y niños por problemas fácilmente controlables en el resto del país. La salud mental de los pueblos indígenas es otro vacío doloroso. El nuevo Gobierno Federal prefiere, de nuevo, la remunicipalización de estas competencias, reduciendo el compromiso prácticamente a cero.
“Los guardianes del conocimiento”
En el origen de las tres grandes reivindicaciones se encuentra la creciente agresividad del Brasil actual. Las comunidades indígenas, que sí tienen memoria, intentan presentar nuevas vías de entendimiento. Se autodeclaran “los guardianes del conocimiento”, de la reflexión, del diálogo. Consideran que Brasil ha perdido su magia, las características que lo definían como un rincón amable del planeta. “Hay que reconectar con la cultura, con la identidad del país”, señala Célia Xacriabá. “Brasil necesita recuperar el encanto”. Ellas están convencidas de que pueden ayudar en esta tarea, incluso en estos tiempos tan voraces, con tanto odio diseminado en discursos políticos, en las calles y en las redes sociales. “Creemos que nuestra capacidad de reconexión con la ancestralidad va a curar a esta sociedad. Hay que curar a esta sociedad”.
Otra de las lideres de la marcha, Nyg Kaingang, resalta que las mujeres indígenas no están luchando solo por ellas, “sino por el planeta como un todo, por la vida como un todo”. Ese es el mensaje ecológico y social que quieren inculcar a la población: igual que sufren ataques sus pueblos y sus hijos, “la madre tierra también esta sufriendo”. Sus comunidades podrían impartir un posgrado de cómo convivir de manera sostenible con la biodiversidad brasileña, la más rica del mundo.
La agenda de las 1.500 mujeres indígenas en la capital del país estuvo bastante cargada durante los días que duró el encuentro. Llevaron sus proclamas a la Cámara de Diputados, al Senado Federal y al Tribunal Supremo, donde estuvieron reunidas con la magistrada Carmen Lúcia. Las representantes indígenas mostraron, ante la jueza, su preocupación sobre todo con los casos de demarcación territorial. En manos de la corte está el denominado “Marco temporal”, una acción jurídica que intenta anular la validez de todas las reservas indígenas oficializadas antes de 1988, lo que supondría un ataque frontal sin precedentes.
La marcha no pudo cumplir, sin embargo, con uno de los objetivos primordiales que tenía planteados: ser recibida en la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI). En el momento más emocionante e intenso de estas jornadas, las mujeres indígenas accedieron en bloque al edificio que alberga dicho organismo, pero la secretaria gubernamental, la teniente Sílvia Nobre Waiãpi, indígena como las manifestantes, ni siquiera consideró la posibilidad de darles la bienvenida. La militar ha sido muy criticada debido a la defensa que siempre ha desplegado en torno a la figura de Jair Bolsonaro, que la nombró tras asumir la presidencia. El presidente sabía que esta nominación generaría crispación y división interna. Las manifestantes, una vez más, pidieron la dimisión de la secretaria. No se sienten representadas y exigen interlocutores válidos.